Cuentan los que han participado en alguna de estas operaciones que, al menos hace un par de semanas, si el precio habitual de compra en fábrica china de una mascarilla eran 10 céntimos de euro, una buena operación podría situarse en el entorno de los 1,30/1,50 euros la mascarilla, 15 veces más. Es la inflación del horror. No quiero ni pensar ahora, cuando se ha corrido la voz de que el Gobierno español anda desesperado. Más de 1.000 millones de euros nos hemos gastado en compras a precios disparatados, muchos de los cuales se han diluido en sumideros de corrupción y engaño. Es cierto que el envío por avión explica buena parte del sobrecoste, pero tampoco fuimos hábiles movilizando aeronaves desde España para reducir el precio, como sí hicieron otros países, como sí consintieron las autoridades civiles y militares de China.

De modo que sí, un 10, todo el amor, apoyo, respeto y admiración por los trabajadores del sector público; pero lo público incluye también a esos gestores que yerran, que responden muchas veces a intereses económicos personales (ay, la corrupción), cuando no a prefiguraciones ideológicas y a batallas de poder en o desde sus partidos, o sus sindicatos, o sus asociaciones profesionales, o sus círculos de amistad. Indistinguibles de ese retrato simplista que se quiere vender de malévolo-empresario-que-sólo-piensa-en-el-beneficio

Ante los miles de indignados que han perdido a un familiar porque no se le pudo dar atención, o porque se contagió al ayudar a otros sin las medidas de protección necesarias, ante la previsible oleada de procesos judiciales que se podrían abrir a no ser que se apruebe, como se dice ya en determinados ambientes, una amnistía para borrar responsabilidades, ante todo ello, algunos políticos no deberían poder parapetarse tras el escudo de lo público que tan honrosamente están defendiendo miles de empleados de la Administración y gestores de buena fe.

Este país parece enfrentarse al hundimiento de su economía por 6/8 semanas de paralización, lo cual demuestra lo frágiles que son las bases de todo nuestro modelo. Pagamos 15 veces por encima del valor real de muchas tecnologías porque no hemos sabido articular un sistema en el que las ideas fluyan desde los centros de producción de conocimiento a la economía. Y ahora viene la urgencia de la digitalización, que la sociedad ha (tele)descubierto de pronto. Para qué lleva avisando el mercado global desde hace años, qué parte de "Cuarta Revolución Industrial" o de "Segunda Digitalización" no hemos entendido. Y con la transición digital nos puede suceder como con las mascarillas, que al carecer de un sistema habituado a producir tecnología propia (Telefónica, ¡26 patentes al año!) vamos a ir con prisas a empresas de otros países para que nos den las herramientas. Es la inflación del error.

No es una cuestión de confrontar público vs privado, sino de innovación, de generar las condiciones para crear conocimiento de calidad que se transfiera a una economía forzada a subsistir, de otro modo, en una guerra de guerrillas.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES