El asunto es muy serio. Sólo alguien ingenuo podría pensar que China cierra un hub de 14 millones de habitantes, Rusia una frontera de 4.000 kilómetros, Israel se aísla, Italia deja sin clase a 10 millones de alumnos y pierde 30 millones de turistas y, lo último, California declara el estado de emergencia, por algo parecido a una simple gripe.

Tres son los riesgos que preocupan a los expertos cuando se trata de un coronavirus con esa capacidad de transmisión: el más explícito es que provoque un colapso del sistema sanitario, incapaz de atender a los infectados al ritmo al que éstos van aumentando; pero a continuación se sitúan otras amenazas, que permanecen todavía en segundo plano, y tienen que ver con la posibilidad de que mute (y la velocidad de mutación es otro de sus rasgos característicos) en un agente mucho más peligroso de forma natural; o de que se aprovechen sus dotes invasoras para embarcar a un agente verdaderamente letal, de forma artificial. Seguro que los servicios de inteligencia están considerando todas las opciones para diseñar las estrategias de defensa.

Entretanto se sigue con atención su impacto en la cadena logística y en la inteligencia de los grandes sectores productivos, por si se convierte en ese factor desencadenante de una reestructuración de la economía global que tanto se venía esperando. Esa nueva Big Thing con potencial de destrucción creativa que decía Schumpeter.

Mucha incertidumbre, que como sabemos es poco amiga de los inversores y del desarrollo, como para que España siga permitiéndose el lujo del amateurismo y el tacticismo de cortos vuelos que manifiestan desde hace más de una década no sólo los dirigentes políticios (y el actual Gobierno da síntomas de agravar ese mal en lugar de mitigarlo), sino también los de las cúpulas de buena parte de nuestros principales agentes sociales (¿qué te pasa, CEOE?) e instituciones de la sociedad civil.

No podemos permitirnos el lujo del populismo en un entorno tan difícil como el que deja entrever la crisis del coronavirus. Ni en España, ni en Europa. En círculos influyentes, como el World Economic Forum, se plantea como un escenario realista la victoria de la ultraderecha de Le Pen en las próximas elecciones en Francia. Si se produjera a continuación el ascenso del populismo de Matteo Salvini en Italia, el proyecto europeo quedaría seriamente herido. Se teme también un acuerdo comercial muy beneficioso de Reino Unido con Estados Unidos, y que el Gobierno de Johnson actúe con deslealtad (sic) respecto a sus exsocios europeos, aprobando regulaciones que incidan en los puntos débiles del marco jurídico comunitario, que los británicos conocen muy bien. Hasta en Suiza, que se ha aprovechado de ese estatus de país centroeuropeo fuera de Europa durante tanto tiempo, temen la nueva competencia de los súbditos de la Reina Isabel.

El populismo, el amateurismo, el tacticismo, de izquierdas y de derechas, no son válidos en esta era, no saben lidiar con los innovadores, porque ni son atractivos para el conocimiento, ni saben marcar estrategias basadas en él.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES