El tiempo es relativo, y también lo es la percepción que tenemos del cambio: conforme esos cambios se producen de manera más radical, menos conscientes somos de lo que ellos implican en realidad. Y con la transformación digital sucede exactamente eso: todos predicamos sobre la extraordinaria disrupción que vivimos (y lo que queda por venir), apenas nos acordamos del pasado analógico (parece que fue hace mil años, cuando apenas tenemos que remontarnos un par de décadas) y somos incapaces de digerir las cifras que supone ya el mundo digital.

Pongamos a prueba esta premisa. Seguro que han oído o leído acerca de todo el big data que tenemos en el planeta, el que hemos ido acumulando en estos años de evolución tecnológica. También sobre el número de personas conectadas a Internet o el despegue esperado del internet de las cosas.

Refresquemos algunas: actualmente hay unos 4.000 millones de personas con acceso a la Red en todo el planeta, estimándose un aumento hasta los 5.300 millones en 2023. En paralelo pasaremos de 18.400 millones de dispositivos conectados a 29.300 para dentro de tres cursos. Y con ello estaremos en un mar de datos de nada menos que 4,8 Zettabytes corriendo por la Red en 2023. Son números impresionantes, no cabe duda. Estarán pensando que por supuesto que son conscientes de estas implicaciones. Pero traslademos solo esta última métrica a un ejemplo más convencional.

David Wellman, director de Tecnología de Imagine Health, ha dado con una curiosa analogía: comparar la información digital con granos de arroz. Un grano equivaldría a un byte, un megabyte serían ocho sacos de arroz, un Gb necesitaría tres camiones mientras que un terabyte movilizaría dos barcos de containers. Y un zetabyte, esa unidad de la que tenemos que empezar a hablar, serviría para llenar todo el Océano Pacífico de estos imaginarios granos de arroz. Esa es la magnitud de lo que estamos tratando, muchas veces oculto bajo terminologías comerciales, discursos vacíos de contenido y un sinfín de promesas futuristas. A veces devolvernos a una realidad tangible es la única forma que tenemos de coger perspectiva de este fenómeno único en la historia y, por qué no, agradecer el poder ser testigos de algo tan extraordinario.