En una reciente emisión del programa de la BBC CrowdScience, Sergio Huarcaya, un oyente de Perú, formuló la siguiente pregunta: "¿Son las matemáticas un modelo, una descripción, una metáfora de la realidad... o son la realidad misma?" Quienes tenemos escasos conocimientos matemáticos estamos legitimados para adherirnos a ese grito de auxilio después del imponente desarrollo que ha tenido esta ciencia desde hace un par de siglos, cuando decidió desmarcarse definitivamente de la geometría euclidiana y de la física newtoniana para trabajar sin el condicionante de la validación empírica.

Las últimas décadas de la Física han sido la eclosión de esta deriva que ha dinamitado la era moderna y ha sentado las bases de la era caótica. Hasta el punto de que, con el falsacionismo de Popper por bandera, las matemáticas se han convertido en el juez que establece qué es real y qué no lo es (al menos, insisto, hasta que se demuestre lo contrario), más allá de la aparente y cada vez menos fiable evidencia. Es cierto que muchos de los avances de la física contemporánea no habrían sido posibles sin el arrojo y la creatividad de los matemáticos, desde la teoría de la relatividad especial, al descubrimiento de planetas o los avances sobre los agujeros negros, pero también lo es que en la formulación de algunas teorías recientes (la Teoría M es una de las más citadas) no resulta fácil distinguir la poesía de la prosa.

Cuando he podido conversar con matemáticos no me ha quedado duda de las motivaciones que los separan de los ingenieros. Les encanta, de hecho, incidir en el asunto. Ellos, dicen, buscan la belleza que hay en las formulaciones matemáticas, su función no es resolver problemas, sino desarollar su creatividad. Las Matemáticas están más cerca del arte, de la música y la pintura, que de la ingeniería, dicen. Lo cual conduce al asunto nuclear que debería servir para que tanto Sergio Huarcaya como el resto de nosotros podamos sentirnos cómodos en un mundo en el que la realidad corre el riesgo de acabar sepultada por las imponentes corrientes de lava que surgen de ese volcán en el que se han convertido las matemáticas: la necesidad de un diálogo entre las humanidades y el mundo científico.

Desde el punto coincidente de la creatividad, ayúdense a explicar la realidad de una forma más verdadera. Esa es una tarea que ya ha comenzado, y con fuerza, en países del área anglosajona. Recuerdo el respingo que dio en su silla la filósofa Adela Cortina cuando me oyó decir que en Oxford se fichaba a colegas suyos por sueldos millonarios. Pero en España aún está pendiente. Más que nada, háganlo por los ingenieros, para que no se queden sólo con una parte del todo. Con cariño.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES

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