Hace unos días asistí a la presentación del libro de Carl B. Grey La trampa de la tecnología, una visión amplia sobre el impacto de la tecnología en la historia de la economía y en el empleo. Esta reflexión es oportuna en el momento actual, cuando la inteligencia artificial parece estar confirmando un potencial de transformación equivalente al de la primera revolución industrial.

Hay suficientes evidencias de como la automatización está afectando a la pérdida masiva de empleo y al poder adquisitivo de una clase media (y también de mediana edad) que ve como las habilidades con las que se ha ganado la vida hasta ahora son superadas por los algoritmos. Conviene, por tanto, recordar nuestra historia, revisar las lecciones aprendidas de situaciones similares y tenerlas en cuenta para poder tomar mejores decisiones.

La trampa de la tecnología hace referencia a la dualidad de sus efectos a corto y largo plazo. A largo, la revolución industrial ha traído beneficios para todos y son innumerables los datos que confirman el progreso de la sociedad en su conjunto. Sin embargo, si la mirada se concentra en el corto plazo, en un momento del tiempo y del espacio, las valoraciones son muy diferentes. Por una parte, muchas personas perdieron su empleo y tuvieron que emigrar en búsqueda de nuevas oportunidades. Por otra, aquellos países que no adoptaron las nuevas tecnologías con rapidez amparándose en minimizar los impactos a corto o atendiendo a las presiones de determinados grupos de interés se quedaron atrás durante décadas, incluso siglos.

Nuevos grupos de presión e ideologías políticas, tecnofobia y rechazo a la industrialización, revueltas y manifestaciones, … fueron algunas de las respuestas al cambio que estamos volviendo a observar con creciente intensidad y que configuran un nuevo marco que condiciona las decisiones de gobiernos y reguladores. A veces se nos olvida, pero las decisiones que tomamos cada día son las que definen nuestro futuro.

Los efectos de la globalización marcaron las elecciones 2016 en EEUU. La automatización ya está presente en el debate 2020 y la tecnología en el centro de la batalla comercial entre China y EEUU. En España llevamos casi un año en campaña electoral y, aunque la tecnología y la transformación digital tienen una presencia escasa en los programas electorales y en el debate político, nuestra sociedad no es ajena a estas transformaciones.

Si nos centramos en lo micro, las empresas parecen haber despertado de un capitalismo orientado exclusivamente al accionista para declarar su compromiso con la promoción de una economía útil para todas las personas y su preocupación por el resto de sus públicos de interés.

En un contexto de escasez de talento para incorporar la automatización, las empresas tienen que aprovechar al máximo su potencial interno. Al ayudar a sus empleados a desarrollar las nuevas habilidades, cumplen con un compromiso y a la vez se benefician de un grupo que ya conoce la compañía, la industria y que sabe cómo operar eficazmente en la organización.

Me niego a pensar que seguimos como en 1835 cuando Ure escribió: “... Es casi imposible convertir a las personas una vez que superan la pubertad, procedan de ocupaciones agrícolas o artesanales, en trabajadores útiles para una fábrica”. Tenemos que desterrar esta idea como sociedad, como empresa y como individuos. Las empresas más atractivas para trabajar serán aquellas que diseñen la formación de sus profesionales con visión de empleabilidad a largo plazo, independientemente de donde terminen trabajando. Pero, cambiar es una decisión individual que requiere mucho esfuerzo. Cada uno de nosotros debemos estar abiertos a aprender y a reinventarnos varias veces durante nuestra carrera profesional. Esta debería ser nuestra decisión y nuestra exigencia, día a día.

Emma Fernández, consejera independiente