Toda startup, independientemente de su sector y actividad, comparte un desafío: interiorizar el “menos es más” como un mantra. El capital inicial es reducido y el impacto debe de ser significativo. Al arrancar un proyecto hay que ser consciente de todos y cada uno de los recursos disponibles (tiempo, dinero, talento y capital humano) para poder aprovecharlos al máximo.

Aunque, a priori, gestionar un grupo de profesionales con talentos diversos puede parecer problemático de cara a la organización interna, es la mejor manera de capitalizar las fortalezas de cada miembro. Es fundamental dejar libertad a cada persona para que pueda hacer lo que mejor sabe.

En esencia, una startup está pensada con una única meta: crecer tan rápido como sea posible. Startups como Gogoro (Taiwán), Rappi (Colombia), Cabify (España) o Meicai (China) han podido capitalizar el nicho de mercado en sus respectivos campos, brindando nuevos productos o servicios a los consumidores en el menor tiempo posible. Los inversores tienen esta idea clara, por ello realizan inversiones tempranas en diferentes empresas.

Sin embargo, la inversión no crece en los árboles y nadie regala nada, obviamente. Hay que ser plenamente consciente de las condiciones y las exigencias de cada inversor que, tras confiar en tu proyecto y convertirse en accionista, querrá obtener un retorno sobre su inversión.

Para preparar a las startups a relacionarse con posibles inversores, se suelen hacer rondas de pruebas (los crash test que mencionamos en nuestro último artículo). El objetivo principal es corregir posibles errores al afrontar una presentación y prepararse para posibles preguntas de expertos en la materia, pero también de personas menos en contacto con la industria y no habituados a cuestiones específicas.

Nuestro crash test, en el que presentamos nuestro primer prototipo, duró cinco minutos. El formato reducido nos planteó cuestiones menos técnicas y más comerciales y de gestión: ¿Quién debería llevar las riendas de la presentación? ¿Cómo explicar una idea compleja (monitorización mediante IoT de la temperatura de las palmeras) fácilmente a personas ajenas al internet de las cosas?

Entre la comunidad de emprendedores es sabido que este formato es exigente: el pitch debe de ser contundente, pero no agobiante. Una presentación plagada de tecnicismos hará que los asistentes no especializados desconecten y bostecen… pero una presentación demasiado laxa puede parecer frívola e ingenua. Es necesario encontrar un balance entre entretenimiento y precisión, entre pasión y razonamiento, todo ello en cinco minutos… vaya minutos.

¿Cómo lo afrontamos? Limitando el nivel de detalle en la presentación, remitirnos al núcleo del producto y tener los datos siempre a mano y preparados, en caso de que la audiencia quisiera profundizar –pero solo entonces– para no atosigarlos con demasiadas cifras.

La información técnica es importante, sí. Pero la información financiera es crucial: el inversor debe de comprender el mercado, las proyecciones de crecimiento, cuánto beneficio podría obtener al invertir en la idea, el grupo o el individuo. Análisis de mercado, costo de producción y retorno sobre la inversión (RSI - ROI) son puntos críticos en esta fase.

Como emprendedor, entender a la audiencia que tenemos delante es vital.

Si los inversores que están escuchando no conectan con nosotros, si no empatizamos, si no explicamos bien la misión del proyecto, la comunicación no fluye y el proyecto se estanca. Hay que ir muy preparado y personalizar el pitch al máximo: las fórmulas genéricas no funcionan.

Ahora, nos tomamos un descanso de esta bitácora, que retomaremos en junio, tras presentar el proyecto definitivo junto con el resto de participantes de la Hacking House. La atención en este punto, el último empujón, es crucial. El final está a la vuelta de la esquina.