Evidentemente no… ¿O tal vez sí? Depende del ser humano, de lo que programe en su memoria sináptica, de las reglas de inferencia y comportamiento que residan en su núcleo. La pregunta no es si el perro robot puede ladrar, sino si sabe que está ladrando. Y la respuesta es: no por sí solo. Si el humano no lo programa para ello.

El cine nos ha mostrado una sociedad aterrorizada ante la posibilidad de ser conquistada por su propia creación robótica. En cientos de películas autómatas antropomorfos intentan acabar con la raza humana –Terminator, Centinelas de X-Men, Replicantes de Blade Runner o V.I.K.I en Yo, Robot- siempre desarrollados por un sujeto perverso que quiere dominar la tierra – lo volitivo reside en la persona. Otras películas más recientes y complejas como Inteligencia Artificial o Her muestran a un robot que participa de las emociones y los sentimientos, que incluso es capaz de enamorarse, pero sólo de alguien de su especie…. ¿No hacemos nosotros lo mismo?

¿Hasta dónde debería llegar la máquina en la toma de decisiones que afectan a toda una sociedad? Me temo que nos falta perspectiva histórica. Les faltó a los luditas, artesanos ingleses que se rebelaron contra los ingenios de la primera revolución industrial a inicios del Siglo XIX cuando las máquinas liberaron al ser humano de las tareas más pesadas y peligrosas. En el XX nos libraron de las más repetitivas y administrativas, con la mecanización de los sistemas. Y en el XXI pueden tomar decisiones más precisas e informadas que un humano en base a la analítica de datos, liberándonos para centrarnos en el desarrollo de la sociedad del bienestar. Pero nos siguen dando miedo. Y eso que los programamos nosotros, en teoría para que hagan lo que nosotros decidimos.

No se trata de competir con las máquinas. Deberíamos empezar a pensar en sumarnos al cambio antes de que el cambio nos convierta en sustituibles. No nos olvidemos de que lo importante somos los humanos.

Rafa hace meses que no sale a la calle. Hoy es martes. Un martes cualquiera.  Se asoma apenas tras la puerta del edificio. Nadie lo mira. Poco a poco, va cogiendo confianza. La impresora 3D que ha permitido que su cara tenga piel de verdad, generada a partir de materia viva – somos dos m2 de piel humana y se tarda de dos a tres semanas en imprimirnos – ha hecho bien su trabajo. Ya no queda casi rastro de las salpicaduras de ácido.

Elisa sale del portal de al lado. No puede evitar otear el panorama, aunque hoy se siente más segura que ayer. Sabe que, gracias a la inteligencia artificial aplicada a los sistemas policiales, y a la RPA (Robotic Process Automation) que liga información policial y judicial con redes sociales, es casi imposible que su antaño verdugo esté cerca e infrinja la orden de alejamiento. Antes siempre salía con miedo.

La inteligencia artificial y la robótica mejoran la industria y aumentan la productividad de un país como España. Hoy forman parte de la rutina en la economía, medicina, ingeniería o defensa; son base de videojuegos, sistemas de mando y control en conflictos bélicos, sistemas de autoaprendizaje, procesamientos de lenguaje natural aplicado a la relación empresa-humano o clave en la conducción autónoma. Con técnicas de analítica avanzada de datos, han llegado a nuestra vida para quedarse.

Por ello, los reguladores deben legislar en materia de responsabilidad civil y jurídica para afrontar la transformación tecnológica desde una perspectiva humanista y debatir sobre cómo la gobernanza global debe contribuir a colocar a los ciudadanos en el eje de la digitalización.

Somos una generación de transición que tiene como obligación definir su propio futuro. Hagámoslo con ética, porque sólo con ella será posible generar una sociedad feliz, sostenible y productiva.

Para que los perros robots ladren a la luna… pero sólo cuando sea bueno para el ser humano y no exclusivamente para ciertos humanos….

Patricia Urbez, Head of Public Sector en Fujitsu