Culpar al plástico de la contaminación del mar es como culpar a la planta de tabaco del cáncer de pulmón. La revolución tecnológica avanza a un ritmo frenético y cada vez serán más habituales las expresiones de distanciamiento por parte de la sociedad. Nos merecemos un respiro, sí, pero conviene no caer en el neoludismo. Sentar las bases de una innovación ética exige un cierto grado de compromiso personal, aproximarse a la tecnología con una voluntad de diálogo constructivo. 

De hecho, la sociedad tiene como uno de sus grandes desafíos conseguir el equilibrio entre la democratización del acceso a bienes y servicios y la minimización del impacto sobre el medio natural. Eso se visualiza perfectamente en el caso de la alimentación: nunca antes hemos disfrutado de una dieta tan variada a precio tan accesible, a costa de industrializar la agricultura y la ganadería. Y sucede con el plástico, que tanto ha contribuido a incrementar el nivel medio de bienestar. 

La campaña #Noculpesalplástico de la industria española enfatiza algunas realidades elementales: las soluciones de envasado permiten que en Europa sólo se pierda el 3% de alimentos, según la FAO, frente al 40% de los países en vías de desarrollo; más de 2.000 componentes del coche ya son plásticos y con la hiperconectividad va a más para evitar interferencias; en agricultura el plástico permite entre el 30% y el 60% de ahorro de agua; en aviones ha conseguido bajar el 20% el consumo de combustible gracias a la reducción del peso; en Europa sólo el 4% y el 6% del consumo de petróleo y gas se destina a fabricar plástico; sus aplicaciones en medicina son crecientes; el 80% de los residuos plásticos del mar se originan en tierra, según Sciencemag, el problema es la cultura de reciclado, aunque en España se recicla cerca del 70% de los envases domésticos...

Junto a todo ello, es conocida la transformación de las grandes compañías del petróleo en industrias químicas. Es una de las principales tendencias empresariales del momento. Por cada litro de gasolina refinada se obtienen hoy 30 céntimos, una cantidad ridícula comparada con la que pueden proporcionar otros derivados del petróleo de más valor añadido. Es una batalla de innovación empresarial y también geopolítica: al margen del conflicto comercial entre China y EEUU, Europa necesita generar la misma tecnología con nuevas materias primas, no depender de países sin garantías democráticas o en abierto conflicto. De modo que sí, el plástico merece ser defendido.

EUGENIO MALLOL es director de INNOVADORES