Hay un momento en la película La Naranja Mecánica en la que su protagonista, Alex DeLarge (interpretado por el genial Malcom McDowell) dice algo así como que "los colores del mundo real sólo parecen verdaderos cuando los vemos en una pantalla". En otra cinta imprescindible, El Show de Truman, es Christof (ese director del programa, cuya pasión, locura del que se cree todopoderoso y sus gafas me recuerdan inevitablemente al ya fallecido Steve Jobs) el que afirma categóricamente que "aceptamos la realidad del mundo que nos presentan". Dos formas de ver la realidad, dos formas de entender nuestra manera de relacionarnos con la verdad, que han calado de sendas maneras en nuestra particular relación con el big data, la analítica de datos y la inteligencia artificial.

Me explico: hasta ahora, la norma respecto al uso de los datos por parte de las compañías y gobiernos había sido la de obtener visibilidad y predicciones sobre los hechos puros, los que nos ocupan en este plano de realidad. Esto es, saber qué quieren nuestros clientes, cómo usan los ciudadanos un determinado servicio o mejorar la eficiencia de los procesos de una empresa. Pero, cada vez surgen más voces que apelan a darle la vuelta a la tortilla y comenzar a utilizar esas mismas capacidades técnicas para mostrarnos el mundo que pudo ser y que no es. 

Las universidades de Harvard y Cambridge están trabajando, de hecho, en un proyecto para llevar la inteligencia artificial y la analítica de datos a lo contrafactual, con el propósito de explicarnos lo que habría sucedido si hubiéramos tomado determinadas decisiones en el pasado. Imaginen, sin ir más lejos, el proceso de pedir una hipoteca. En lugar de simplemente predecir si podremos o no hacer frente a los pagos, los sistemas en manos de los grandes bancos también deberían decirnos qué podíamos, desde el plano individual, haber hecho para conseguirlo: reducir nuestros gastos familiares, haber devuelto a tiempo un determinado préstamo, no habernos comprado un Ferrari con un sueldo de mileurista... Una forma inmejorable de dotar de transparencia y control a la gente sobre su propia vida, digital y no digital, que encuentra en la dualidad de la realidad su mejor lugar de desarrollo.