Cantaba Karina en su éxito ‘El baúl de los recuerdos’ que "cualquier tiempo pasado nos parece mejor". Quizás sea una afirmación algo ambiciosa, tendenciosa en cierto modo y deprimente a granel, pero en algunos casos esta premisa nos da que pensar.

Es el caso, sin ir más lejos, de los líderes tecnológicos que han comandado cada una de las oleadas de la revolución digital. Si bien siempre ha habido corteses y bravucones, educados e irrespetuosos, el nivel de educación de los principales directivos TIC ha decaído de forma exponencial en los últimos tiempos. Paradójicamente, esta caída a los infiernos de los modales se ha producido de forma más reseñable en las firmas y gurús que mayores transformaciones disruptivas prometían con sus empresas.

Esta misma semana hemos asistido al bochornoso espectáculo protagonizado por Elon Musk, fundador y CEO -por ahora, y hasta que el gobierno noruego no logre echarle del puesto- de Tesla. Este hombre, considerado por muchos como el nuevo Steve Jobs, no dudó en llamar «pedófilo» a uno de los rescatistas que la pasada semana se jugaron la vida para salvar a más de una decena de niños en Tailandia. ¿La razón? Que este muchacho británico, espeleólogo profesional, puso en duda la idoneidad de la cápsula inventada por Musk para hipotéticamente rescatar a los menores. ¿Qué pruebas tenía para semejante acusación? "Me apuesto un dólar a que lo es", fue la respuesta de Musk, como si de un adolescente en pleno botellón se tratase.

Lo peor es que este episodio recuerda a las enormes polémicas que vivimos con Travis Kalanick, ya exCEO de Uber, el hombre capaz de insultar a sus propios colaboradores y que ocultaba sistemáticamente información sobre cientos de casos de acoso sexual en la firma. O a ese momento épico, hace casi una década ya, en el que Mark Zuckerberg llamó «putos estúpidos» a los usuarios de Facebook.

¿Pecan los nuevos CEO tecnológicos de soberbia y una mal entendida superioridad moral respecto al resto del planeta? Resulta difícil comparar esta generación de líderes con otras en las que teníamos a Bill Gates, Gordon Moore o  Samuel Palmisano. Pero qué fácil (y deprimente) sería hacerlo...

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