Ha pasado desapercibida en nuestro país, pese a la importancia estratégica que concedemos a la agricultura, una operación de la magnitud de la compra de Monsanto por Bayer por 53.000 millones de euros. Acaba de recibir la aprobación de Bruselas, que ha impuesto una serie de condiciones, la más significativa el cese de la inversión en semillas de canola, algodón y soja, y la limitación en trigo híbrido, frutas, hortalizas y herbicidas como el glifosato. Bayer venderá esa actividad a la también germana BASF. Alemania se consolida así como un actor clave en el tablero de la agricultura mundial, con corporaciones gigantescas a las que sólo pueden mirar de frente las uniones de Dow y Dupont y de ChemChina y Sygenta.

La alimentación de un planeta que podría tener 10.000 millones de habitantes a mediados de siglo constituye uno de los grandes asuntos geopolíticos y está movilizando enormes cantidades de inversión en innovación. Ya no basta con las tecnologías génicas para mejorar la eficiencia de los cultivos, para producir más con menos recursos, y tampoco son suficientes los avances agroquímicos contra las plagas y las malas hierbas. En el futuro nos dará de comer el campo digital, y por eso son enormes los tráficos de capital riesgo hacia el sector Agrotech.

España ha renunciado a pujar por el liderazgo de todo este proceso, pese a disponer de un mix agrícola diversificado y de prestigio. Otros países, con mayores riesgos geoestratégicos, como los árabes o los del Norte de Europa, decidieron intervenir a través de sus fondos soberanos.

Según el Soreveign Wealth Center, entre 2005 y 2015, destinaron 5.900 millones de dólares a empresas de comercio y procesamiento de alimentos, 2.900 millones a adquirir tierras y 3.100 millones a entrar en compañías agroquímicas. Entre 1961 y 2007, se compraron una media de cuatro millones de hectáreas de suelo agrícola al año en todo el mundo, sólo en 2009 fueron 56,6 millones de hectáreas.

Noruega, Emiratos Árabes, Qatar, Corea del Sur, Japón o China (que tiene el 20% de los habitantes del planeta, pero sólo el 7% del suelo cultivable y el 8% del agua potable) están quedándose parcelas de Kenia, Indonesia, Vietnam, Sudán, Argentina, Brasil, Congo, Etiopía, Filipinas (en su suelo están presentes los seís países del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo), Madagascar... Para muchos es una cuestión de seguridad nacional.

Y la inversión en Agrotech va en la misma dirección: se incrementó un 52% en 2016, según AgFunder. España se mantiene como un mero espectador, pero cada vez será menos crítico producir buenos alimentos, habrá que dominar la tecnología.

Eugenio Mallol es director de INNOVADORES