Contorsionando la espalda y a carcajadas. Con la piel virando al granate y alguna que otra vena del cuello surcando los versos explosivos de Rafaella Carrà. Y la realidad, afilada, de un naranja brillante después de tanto cortar chistorra, sobrevolándole. Y él, el presidente del Gobierno, riendo y riendo, sin darse cuenta.
Esta escena, la que ha abrochado el paso de Pedro Sánchez por la sesión de control de este miércoles, ha ocurrido en el Congreso por mucho que los manuales de Historia nos hubieran dicho que cosas así sólo sucedían en los búnkeres.
Los aplausos de los suyos se aparecían tan atronadores que era imposible oír la realidad. Pero la realidad de hoy huele y mancha mucho. Muchísimo. Lo saben, sobre todo, las madres de Pamplona, nuestras madres. Una mancha de chistorra, de choricillo a la sidra, no hay quien la quite.
Vídeo | Las risas de Sánchez al conocer, por parte de Feijóo, que será citado en la 'comisión Koldo' del Senado
Hablaba el presidente y un par de diputados de la oposición le gritaban: "¡Y la chistorra, qué!". Esa frase nosotros sólo la habíamos escuchado en "El Marrano", de la calle San Nicolás, a muy pocos metros de la sede de Servinabar, la empresa de Santos y de Antxón.
Han pasado muchos años desde que, con el mosto en la mano, con la cabeza a la altura de los colgadores de la barra, escuchamos: "¡Y la chistorra qué!". Esta mañana, 8 de octubre de 2025, ha resonado en nuestro corazón y ha cobrado todo su sentido.
Para llegar hasta ahí, ha habido que recorrer un camino pegajoso, como esos en los que se te pegan las servilletas de papel a las zapatillas. A los diputados del PSOE tampoco parecía concernirles la realidad. Patxi López los representaba a todos con las manos en los bolsillos y, hostia tras hostia en la espalda, les iba dando de comulgar conforme llegaban.
Tan sólo afloraba el amago de un justo. Un diputado socialista que, al poco de entrar en el Parlamento, colocaba sus cosas en el escaño, entre ellas un libro de Ángel Gabilondo –dedicado– titulado "Por si acaso". Un libro de máximas para reponer la conexión entre el pensamiento y las acciones. Poco ha tardado en guardarlo. No pegaba. Era como ir a Ferraz con un sándwich de tofu.
Sánchez no tiene problemas de chistorra. Ya no lleva aquella cartera marrón, estilo Transición, ¡su último guiño a la Transición!, que cargaba repleta de papeles. Al filo de las nueve, entraba con un levísimo taco de folios que apenas iba a utilizar. Le seguía María Jesús Montero con tantas hojas como para provocar una manifestación del Greenpeace. Ahí había tres o cuatro hectáreas del Amazonas. En la Hacienda de Montero hay de todo menos Presupuestos.
Primero llegaba Sánchez y después Montero. Sánchez, liviano, livianísimo, ante la realidad. Y Montero, metáfora encarnada de todos los discípulos, demostrando lo que cuesta seguir a este hombre. Hay que hacer esfuerzos inverosímiles.
Como si en vez de presidir su país presidiera la República Democrática del Congo, Sánchez cumplía con su costumbre nada más sentarse. Lo primero, desenredar los cascos del traductor simultáneo. Lo hacía hoy también; y eso que no le tocaba turno de pregunta a los que le hablan en catalán o en euskera.
El padre Feijóo, ajeno a esta dieta tan maravillosa, preguntaba al presidente si se presentó en Ferraz para preguntar de dónde habían salido "las chistorras", que así se llaman ahora los billetes de quinientos. Iba a ser la última concesión a la ironía. Iba a irse todo de las manos para acabar como empezábamos nosotros la crónica: la contorsión, la carcajada, la vena inflada.
Y Sánchez, como era de esperar, respondía con "la página 28 del informe", diciendo que las acusaciones de la oposición "son absolutamente falaces". Acto seguido, se le veía venir, hablaba del aborto y del error –catastrófico, es cierto– del gobierno andaluz con los cribados del cáncer de mama.
Si hay alguien capaz de conseguir que Sánchez, pese a la realidad afilada y naranja, siga gobernando en 2027, es el Partido Popular. Cuando peor está Sánchez, se las arreglan para resucitarlo: que si un protocolo anticientífico sobre el aborto –parecía llevar la firma de Robert Kennedy–, la negligencia con el cribado del cáncer de mama en su región estrella, Ayuso hablando de Netanyahu como si fuera un Nobel de la Paz...
¡Y miren que Sánchez da pistas! Elegía de nuevo esa posición tan alegórica: de pie, las piernas juntas y las manos entrelazadas a la espalda como un engrilletado.
Feijóo hace tiempo que abandonó la tecnocracia. Él sí parece estar algo más cerca de la realidad. Por eso le recordaba a Sánchez que vivía de la prostitución que quería abolir, que los socialistas de la trama delinquían gracias a él, y que su mujer, y que su hermano...
Tenía un as en la manga: la citación de Sánchez en la comisión de investigación del Senado, donde estará obligado a decir la verdad. Feijóo se ha vuelto totalmente loco.
En cualquier caso, esa era desde hace tiempo la joya de la corona, el último botón. "¿No llega demasiado pronto?", se escuchaba en la tribuna de prensa nada más arrojar el padre Feijóo su anuncio.
Porque, de momento, sólo conocemos la punta del iceberg. No ha aflorado el dinero de esas presuntas mordidas millonarias que coordinaba la trama y que aparece en las conversaciones intervenidas. Cuando eso llegue, si llega, no se podrá citar a Sánchez.
Aunque quizá haya una cábala que se nos escape y el PP esté verdaderamente seguro de que, antes de la comparecencia, por ejemplo, el juez vaya a meter en la cárcel a Koldo y Ábalos, como ocurrió con Cerdán. Eso dibujaría a un presidente entrando en la sala... con sus dos jefes de Organización enchironados.
La bancada popular, de manera un tanto sobreactuada, no más que otros días, no más que la bancada de enfrente, se levantaba para jalear el anuncio y era entonces cuando Sánchez desplegaba la escena del búnker.
Y una guinda, chistorrizando todos los protocolos. "Ánimo, Alberto", se despedía.
La sonrisa de Feijóo en respuesta era una sonrisa que prometía venganza. Era un Feijóo que no conocíamos. No hay diputado en esta legislatura que no haya sufrido una metamorfosis.
