Es como si cada periódico que se escribe le diera una inquietante razón. Es como si cada luz roja de la radio que se enciende la estuviera llamando. Como si los focos del plató la apuntaran a ella. A esta mujer de rojo con fondo gris. A esta mujer de chaqueta y pantalón rojo que entra por la fachada principal, piedra gris, del Ateneo de Madrid.
Se llama Miriam González Durántez, nació en Olmedo (Valladolid), es abogada especialista en comercio internacional y va armada. ¡Al suelo! ¡Joder, al suelo!
Lleva un código ético prendido al cinturón y quiere incendiar el sistema. El del clientelismo, los enchufes, los conflictos de intereses y el péndulo de la corrupción, que viaja de la izquierda a la derecha como migran las golondrinas en invierno.
Sorprendentemente, pasamos el escáner de seguridad. El código ético –99 medidas para encañonar a los abusadores del sistema– sólo resuena en algunas cabezas. Porque con la plataforma que dirige, "España mejor", no es fácil llegar a los oídos de las mayorías.
España está diseñada de tal manera que el cambio sólo puede promoverse a través de un proyecto político. Le pasó a Ciudadanos, que sólo tuvo impacto en Cataluña al dibujar su papeleta. Le pasó a Podemos, que nació como organización porque el 15-M se moría.
A Miriam González la persiguen empresarios con dinero y ciudadanos con inquietud para pedirle que lance un partido. Ella, con fingida ingenuidad, dice que lo hará si los partidos tradicionales no se comprometen a regenerar las instituciones. Sabe que no lo harán. Y, por tanto, sabe –esto es cosecha nuestra– que tendrá que lanzar su proyecto político.
Ahí va nuestra apuesta: lo hará pronto. Es imposible deducir lo contrario después de escucharla con detenimiento.
Nos sentamos en la sala Manuel Azaña después de echar un vistazo a los retratos de mujeres ilustres que el Ateneo ha ido añadiendo a su galería. Un movimiento que conecta con su "Inspiring girls", organización que fundó y que ha extendido a cuarenta países para visibilizar entre las niñas referentes femeninos de distintos sectores.
Miss González es hoy miembro del Consejo de Diversidad de Toyota Europa y consejera independiente de Atrys Health. Ha sido profesora de política comercial internacional en la Universidad de Stanford, en California.
Desde hace un par de años, recorre todas las provincias tratando de concienciar sobre la importancia de regenerar el sistema. No hay reforma ni modernización posible sin aplicar antes un contundente plan de medidas éticas. Saca el código ético de debajo de la chaqueta y nosotros, al contrario que los Tedax, nos ponemos a analizarlo para hacerlo explotar cuanto antes.
Desactivarlo sería un verdadero ejercicio koldístico.
Miriam González es todavía hoy más conocida en Reino Unido que en España. Se casó –y sigue casada– con Nick Clegg, líder de los liberales que acabó siendo vice primer ministro británico, lo que la convirtió a ella en vice primera dama británica.
La providencia le ha regalado una autopista de entrada en la política española: el caso Begoña Gómez. González, tras el ascenso de su marido al poder, vivió en carne propia los rígidos controles de la Oficina de Ética de Londres. Abogada en ejercicio, comunicó a la Administración todos sus clientes y se retiró a Clegg de todas las votaciones mínimamente relacionadas con ellos.
Miriam González tiene autoridad moral –y experiencia– para demostrar que otro país es posible en lo que se refiere a los conflictos de intereses.
Ya lo irán viendo –lo de nuestra apuesta–: Miriam seguirá apareciendo en medios y eso será la prueba de que va a montar el partido. Porque Miriam González –basta charlar hora y media con ella para cerciorarse– no buscaría la visibilidad, que concibe como peaje, por el mero hecho de ser visible.
A lo largo de la entrevista, vamos a hablar de corrupción, vamos a ir desplegando sobre la mesa esas medidas del código ético, vamos a analizar en profundidad el caso Begoña Gómez, vamos a hablar de Gaza –donde trabajó como asesora de la Comisión Europea–.
Miriam González emplea un lenguaje claro, directo, perturbador para el statu quo. Dice continuamente eso de "limpiar el sistema". Es la Marie Kondo que va a acabar con el inmovilismo de PP y PSOE. Pero para eso necesita la combinación de muchos factores improbables: una gran financiación, una infraestructura fuerte y repartida por todo el territorio, una gran visibilidad y un gran porcentaje de suerte.
Tiene lo más importante: la filosofía, la indignación ciudadana. Y la encarnación del poema de Benedetti: para qué aguardar a que el milagro caiga del cielo si se puede forjar con las manos.
Tendrá un poema, pero cuidado. ¡Joder, va armada!
–Oiga, por favor, ponga eso más lejos.
–¿El qué?
–El código ético.
¿Cómo pronuncian los británicos “Miriam”?
¡Miriam! Lo dicen muy bien.
¿Y González? Porque usted, al casarse, en contra de lo que sucede allí, quiso mantener su apellido. ¿Fue una declaración de intenciones?
Lo de “González Durántez” les cuesta más. Realmente, no fue una declaración de intenciones. Cuando Nick y yo nos casamos, ni siquiera me planteé la posibilidad de renunciar a mi apellido. En España se hace así y así lo hicimos. De hecho, en Reino Unido cada vez hay más mujeres que lo mantienen. Son tradiciones diferentes, pero no lo hice por nada especial.
Sus hijos se llaman Antonio, Miguel y Alberto. No hay ningún Anthony, Michael o Albert. Ha ganado todas las batallas.
Sí. ¡Yo di a luz a los tres, no él! [sonríe]. Tienen un segundo nombre británico, pero sabía que los segundos nombres desaparecen. Porque yo me llamo Miriam Mercedes.
Dice que los británicos nos miran a los españoles por encima del hombro. ¿Por qué?
Eso fue lo que más nos molestó del Brexit a algunos europeos. Los británicos se hicieron un daño enorme saliendo de la Unión Europea y también nos lo hicieron a los demás. Pero había un importante componente emocional tras esa decisión: “No queremos estar con vosotros porque somos mejores que vosotros”. Se sienten más modernos, más prácticos y resaltan su relación especial con Estados Unidos.
¿Nacionalismo?
No sólo nacionalismo. Creo que también tiene que ver con la Historia. Para muchos países, como es el caso de España, entrar en Europa fue un paso positivo. Para Francia y Alemania significó superar un conflicto trágico. Para los países del sur, en definitiva, era dejar atrás las dictaduras y alistarse en la modernidad.
Para el Reino Unido, en cambio, entrar en Europa fue visto como una obligación. Empezaron a pensar que habían ganado la guerra pero habían perdido la paz. Siempre han tenido ese desapego hacia lo europeo.
Me contaba una vez un dirigente del PP que Margaret Thatcher, tras mirarle por encima del hombro, le vino a decir que él no tenía ni voz ni voto porque los españoles no habíamos combatido contra el fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
Sí, creo que eso ha operado en ellos. Y en parte con razón. Afrontaron esa guerra para salvarse a sí mismos, pero también a Europa, arriesgando las vidas de sus jóvenes. Reino Unido lideró esa batalla contra el fascismo y… Fíjese en las manifestaciones ultraconservadoras que estamos viendo en Londres. Algo está pasando. Supongo que ahora lo comentaremos.
Pero, ¿no hay un fuerte sustrato europeo en la conciencia de Reino Unido que hace que, en situaciones de conflicto internacional, como la guerra de Ucrania, el país funcione en la práctica como miembro de la UE?
Juegan a dos barajas. Colaboran en unas cosas y marcan distancias en otras. En términos de valores, los británicos y los europeos somos primos hermanos. No hay tantas naciones en el mundo que defiendan el Estado de Derecho, los principios democráticos, las libertades civiles y los derechos humanos. Ahora bien: en muchos de estos países se están empezando a cuestionar consensos que creíamos básicos.
Miriam González es abogada experta en comercio internacional. También trabajó como asesora de la Comisión Europea.
Estuve en su pueblo, en Olmedo, hace poco. Son visibles las cicatrices de la España vacía. ¿Cómo era la vida allí cuando usted era niña?
Fue una infancia segura y feliz. Era un pueblo pequeño donde nos conocíamos todos. Jugábamos en la calle con muchísima libertad. Me tocó una etapa fantástica: el dictador murió cuando yo tenía ocho años.
Mi generación tuvo, durante toda su juventud, un viento que nos empujaba. Nos sentíamos respaldados por la sociedad. En esas zonas rurales, nos beneficiamos de la movilidad social que comenzaba. Me di cuenta más tarde, cuando salí de España y comparé las tres generaciones: la de mis abuelos, la de mis padres y la mía.
Sus abuelos serían gente de campo.
Sí. Los cuatro eran agricultores. Yo no era consciente de las dificultades que atravesaban porque siempre veías alrededor gente que estaba peor. Ya le digo, yo no le daba importancia. Hasta que vi las caras que ponían en Reino Unido cuando yo contaba que vivía en un pueblo sin agua corriente, sin lavadora y que construí el baño con mi abuelo. ¡No se lo podían creer!
En aquel momento, las diferencias de desarrollo entre España y el resto de grandes democracias europeas era enorme: una distancia como de quince o veinte años. La Transición en España fue revolucionaria.
¿Y en su casa? ¿Cómo eran sus padres?
Mi madre era profesora de Física y Química. Mi padre era profesor de Filosofía y Latín. Los dos fueron los primeros en sus familias que pudieron ir a la universidad. Existía en aquel momento la conciencia de que algo se movía y la sociedad, mayoritariamente, estaba convencida de que había que dar oportunidades a los jóvenes.
¿Quién tocaba el piano en Olmedo? Mi madre. Pues mi madre daba clase a todos los niños de Olmedo. ¿Quién hablaba inglés en Olmedo? La hija del teniente. Pues la hija del teniente daba clases de inglés a todo el que quería.
En aquellos años ochenta, los jóvenes que se entregaban a la formación, a los estudios y al aprendizaje de idiomas, tenían un futuro mínimamente garantizado. Ese ascensor social se ha roto. Los lavavajillas de Europa están llenos de españoles altamente cualificados. Creo que es una de las cosas que le ha llevado a usted a movilizarse.
Es una de las cosas más importantes, sí. A mí lo que más me mueve es la convicción de limpiar el sistema que tenemos. La putrefacción acumulada en estos cuarenta años de Democracia no deja avanzar al país.
Aparte de eso, hay que modernizar y reparar el ascensor social, pero no es posible si no se limpia antes el sistema. Hoy, la energía política está siempre puesta en otras cosas. Fundamentalmente en… “Llego al gobierno, pongo a los míos, los míos empiezan a actuar de manera incorrecta y yo me centro en defenderlos”. ¿Cómo vamos a afrontar los grandes retos en este contexto? Gobierno tras gobierno, sigue operando el péndulo de la corrupción. Es inaceptable.
La gente, en general, en la España de hoy, es antipolítica, pero muchos jóvenes están empezando a ser antisistema. La diferencia es sustancial y se ve en las encuestas con el auge de los extremismos.
Para mí, el antisistema y el antipolítica son distintos lados de un mismo problema. ¿Qué es ser un antisistema? ¿Eso significa estar en contra de la Democracia? Seguro que hay algunos que sí, pero creo que muchos de los jóvenes a los que se define como “antisistema” están simplemente en contra de los abusos del sistema.
Los verdaderos antisistema en España son aquellos que se han apoderado del sistema y no hacen más que abusar de él. Desde luego, así el sistema no puede funcionar. La Constitución no dice en ningún lado que los políticos se repartan los jueces como si fueran cromos. La Constitución no establece ese mogollón de aforamientos que tenemos. Creo que muchos de esos que se encuadran hoy en lo antisistema son absolutamente recuperables.
Arreglando el sistema: poniendo controles y elevando los estándares éticos.
Exacto.
Usted era la hija del alcalde, luego se casó con un hombre que no era político pero que lo acabó siendo y que fue vice primer ministro del Reino Unido. La política le persigue.
¡Y luego además trabajé como asesora de políticos en la comisión europea! Es verdad, parece que me persigue. He sido “la hija de”, “la mujer de”… Sólo me falta “la madre de” [se parte de risa].
Pero ahora es su momento. Me consta que hay empresarios y organizaciones de la sociedad civil que la persiguen para que funde un partido de centro. Usted, hace unos meses, decía: si los partidos ya existentes no abrazan el reformismo, puede que me vea empujada a hacerlo. ¿Es el momento?
Llevo dos años y medio trabajando con “España mejor”, una plataforma que nace en la sociedad civil. Hemos diseñado propuestas de todo tipo. Siempre con un componente importante de regeneración, limpieza y control del poder político.
Pero, como los políticos no quieren autolimitarse, limpiar ni asumir esos estándares básicos, debemos tener un plan B. Si el mensaje que quieren trasladar los políticos es que limpiar el sistema sólo se puede hacer con un proyecto político, pues lo intentaremos.
¿Cómo es ese proceso?
Estoy hablando con gente que tiene las mismas inquietudes. Entiendo que no es habitual ser transparente sobre este tipo de procesos, pero es el momento de empezar a hacer las cosas así. Es la frustración de la sociedad civil: si de esta manera no funciona, probemos de otra manera.
Estamos en 2025, hay muchísimo en juego. España no puede desaprovechar las oportunidades simplemente porque estos señores han decidido extraviar la energía en problemas que deberían estar solucionados desde hace cuarenta años.
Le pongo una pega a su argumento: el condicional no funciona. Me parece de una fingida ingenuidad. Usted sabe de sobra que el bipartidismo jamás abrazará un reformismo liberal. Nunca aceptarán un código ético que les obligue a prescindir de los privilegios de la política. Es un sistema clientelar.
Los partidos políticos, sobre todo los tradicionales, quieren todo para sí mismos, quieren llegar al poder y no dejar nada. Si necesitan una amenaza sobre la mesa, que la tengan. Yo he estado sentada con el PP, les presenté una propuesta para eliminar aforamientos y me dijeron que estaban preparando un plan de regeneración.
Cuando escuché su propuesta, me entraron ganas de llorar. Lo que no pueden esperar es que la sociedad se quede callada ante esa posición según la cual la limpieza del sistema es imposible. Eso se acabó.
También se ha reunido con dirigentes del PSOE.
Sí. Todos te dicen buenas palabras, pero no reaccionan. Cuando les presentas el código ético, dicen estar de acuerdo, dicen que lo van a mirar… Pero no actúan. Lo tienen fácil: empiecen por firmar un compromiso para eliminar los aforamientos.
"Cuando escuché la propuesta de regeneración del PP, me entraron ganas de llorar"
La pregunta es: ¿hay espacio para un partido de centro liberal en la España del muro?
Eso del “centro liberal” lo dice usted. Yo quiero reunir a los que quieren situar la limpieza del sistema por encima de todo y, a partir de ahí, poder modernizar el país y recuperar el ascensor social.
Defínase usted, entonces.
Me defino como liberal con “l” minúscula, algo que tiene muy poco que ver con ese liberalismo rimbombante que veo en algunos sectores. Estoy dispuesta a dejar a un lado parte de mi ideología para colaborar con aquellos que quieren limpiar el sistema.
También me consta que algunas de las personas que usted consulta le dicen: “Miriam, no lo hagas. Los partidos de centro son, en el fondo, de centro-derecha y eso dispersaría el voto contra Sánchez”.
Basta con mirar las encuestas. Eso no es cierto. Quien viene a limpiar el sistema no llega para dividir, todo lo contrario. Y nada hay más dividido ahora que la política española.
¿Qué le parece ese axioma según el cual “los partidos de centro son de centro-derecha?”. Eso sólo es cierto si nos atenemos al Ciudadanos de la última etapa, el recuerdo más reciente; pero el CDS de Suárez fue más bien de centro-izquierda.
Sí, se lo he oído decir a algún líder político y me parece un razonamiento muy poco respetuoso con el electorado. No sólo es decirles a algunas personas que no les van a tener en cuenta. Es decirles que ni siquiera existen.
¿Cuál sería la función de un partido de centro liberal en este contexto de “muro” que atraviesa España?
Limpiar y, a partir de ahí, comenzar la regeneración que modernice el país. Toda la energía política, ¡toda!, está puesta en problemas que no son reales. Cuando ves los debates del Congreso, piensas… “Los diputados han abducido al país”. La sensación es de parálisis total.
Miriam González, durante la entrevista.
Le llamó a usted la atención que Pedro Sánchez, en su entrevista con ‘The Guardian’, dijera “my citizens”. ¿Qué nos dice eso del presidente?
Vas leyendo la entrevista y la frase te salta a los ojos. Es una expresión que refleja muy bien el problema de fondo: la relación entre los políticos españoles y la sociedad. No se ven como servidores de la sociedad, se ven por encima de ella. Los ciudadanos hemos contribuido un poco a eso, con esa pleitesía que se les rinde. Esos usos, esos hábitos, deben desaparecer.
¿Realmente cree que los ciudadanos rinden pleitesía al poder político? ¿No es más bien al contrario? Si colocamos a los políticos aquí fuera, en la calle, recibirían sobre todo abucheos. Otra cosa es la pleitesía que se les rinde en los ambientes de poder. En los círculos periodísticos y empresariales.
Llegan los políticos españoles a un sitio y se les está esperando en la puerta. En todos los eventos. Si llegan tarde, da igual, se les espera en la puerta y se retrasa lo que haga falta. ¡Dónde más ocurre eso!
Usted, desde su plataforma España Mejor, ha diseñado un código ético que ha ofrecido tanto al Gobierno central como al resto de estructuras políticas. Y se han negado a aplicarlo. ¿España está realmente por debajo de los países de su entorno en las exigencias éticas de la política? Se habla mucho de los nórdicos, de los anglosajones…
Claro que lo está. Y no sólo en relación a los nórdicos y los anglosajones. Hay sistemas de control mucho más avanzados en Bélgica, en Portugal… Hasta Meloni publica los currículums de los asesores para demostrar que están formados en las labores que se les requiere.
En España, en las empresas privadas, las normas sobre los conflictos de intereses están mucho más desarrolladas que la ley de 2015 que regula a los políticos. Una medida de nuestro código ético: si un presidente o un ministro miente deliberadamente en el Parlamento y le pillan, debe marcharse. Si usted miente deliberadamente en un artículo, probablemente le despidan. El listón para la clase política es mucho más bajo que para los españoles en general.
Llama “colaboracionistas” a los partidos que apoyan a organizaciones corruptas sin exigir cambios inmediatos.
Sí. Todos debemos reflexionar sobre la influencia que podemos tener en la limpieza de la que hablamos. Cuando un partido minoritario apoya a uno mayoritario, debería poner como condición principal la limpieza del sistema. Si no empujamos entre todos, es muy difícil. Mire la situación de Sumar ahora mismo. Hay un caso serio de corrupción y siguen apoyando sin exigir verdaderos cambios.
"En España, a los políticos se les rinde pleitesía cuando llegan a los eventos. Hay que acabar con esa costumbre"
¿Qué factores operan para que, en España, una amplia mayoría de ciudadanos haya seguido apoyando a partidos con grandes casos de corrupción en vez de apostar por las alternativas nacientes? El bipartidismo siempre sale a flote.
La ley electoral protege mucho a los dos grandes partidos. Esa es una de las características del sistema del 78: puso mucho poder en pocas manos. Por otro lado, los ciudadanos votan listas cerradas decididas por los líderes de los partidos. Muchos acaban votando con la nariz tapada. Podemos tuvo mucha incidencia en su momento porque acabó con ese statu quo de “yo te tapo a ti y tú me tapas a mí”.
Usted suele decir: “La ética debe estar por encima de la legalidad”. En España, hoy, el límite para una actuación política es la legalidad, cuando la legalidad debería ser sólo el último dique de contención. No todo lo que es legal es ético.
Y no sólo eso. El problema es que la ley es deficiente. La ley de hoy permite en España que los políticos incurran en conflictos de intereses de manera legal. La sociedad espera de los políticos que estén en un nivel superior de ética.
Miriam González fue 'vice primera dama' de Reino Unido al estar casada con el liberal Nick Clegg.
La providencia ha querido que esta entrevista, apalabrada desde hace semanas, coincida con la eclosión del caso Begoña Gómez. Me gustaría, para demostrar que otro sistema es posible, que usted contara cómo se activaron los mecanismos contra los conflictos de intereses de forma automática en cuanto se convirtió en vice primera dama del Reino Unido.
Fue muy simple. Allí existe una Oficina de Ética. Nosotros proponemos crear una en nuestro código. A la mañana siguiente de firmarse la coalición entre conservadores y liberales, nos mandaron un correo para que fuéramos a hablar con la persona encargada de toda la Administración, que no tiene filiación política.
Yo, abogada en un bufete, comuniqué mis clientes reales y potenciales. Entonces, ellos se encargaban de retirar a mi marido de cualquier decisión política que tuviera relación con mis clientes. En los conflictos de intereses, los controles deben ser preventivos.
¿Hubo algún problema?
Pues fíjese: hubo una situación que podía tener apariencia de conflicto de interés, aunque era legal y probablemente ética. Entonces, dejé ese trabajo inmediatamente porque, si aparecía en una portada, por mucho que lo explicáramos, nos iba a hacer daño. Déjeme añadir una cuestión importante.
Diga.
En los conflictos de intereses, lo importante no es la mujer, el hermano, el marido, el hijo… Lo importante siempre es el poderoso. Lo fundamental es retirar a quien tiene el poder de las decisiones vinculadas de alguna manera con sus amigos y familiares.
¿Perdió mucho dinero al afrontar esos controles?
No lo sé, nunca lo he analizado en esos términos. Mantuve mi carrera profesional en ese tiempo de manera natural. Me pareció una situación bien gestionada. Fue fácil para todos y generaba seguridad. La prensa de Reino Unido es carnívora, muchísimo más que la española, y si publicaban algo sobre mi trabajo, la Oficina de Ética lo solucionaba rápidamente. No te tenías que pegar año y medio en los tribunales.
Un momento de la entrevista celebrada en la sala Manuel Azaña del Ateneo de Madrid.
Uno de los argumentos más empleados por el Gobierno para defender a Begoña Gómez es este: “Ustedes lo que quieren, porque son unos machistas, es que una mujer que se convierte en primera dama tenga que dejar su trabajo”.
Es absurdo. Sería lo mismo si una mujer fuera elegida presidenta del Gobierno. La oposición también comete un error al hablar de “un estatuto para regular la figura de la primera dama”. Los controles sobre conflictos de intereses no se tienen que aplicar solamente al cónyuge del presidente, sino a todos los ministros, sus amigos íntimos y familiares.
Una circunstancia que pasa desapercibida y que para usted es muy importante: los primeros correos electrónicos en los que se destapó que una funcionaria ayudaba a Begoña Gómez en su actividad privada los reveló el propio equipo jurídico de Begoña Gómez.
Me pareció sorprendente. Si tu propio equipo jurídico revela esa información con tal naturalidad es porque consideran que eso es algo normal. Igual que cuando Ábalos dijo que un asesor le llevaba los niños al colegio. La defensa general es… “Estos son los estándares que siempre se han aplicado en la democracia española”. Que empiecen a sacar la información de qué asesores hacen qué.
Entonces, parece que Begoña Gómez ha cometido un presunto delito en reiteradas ocasiones sin darse cuenta de que lo estaba cometiendo.
Yo no me pronuncio en términos penales. Lo dirá un juez. Pero es sorprendente esa naturalidad con la que han contado que una funcionaria le ayudaba en cuestiones privadas. De verdad que no es normal.
¿Todo forma parte de un mismo contexto? Quiero decir: sin ser licenciada, obtiene una cátedra en una universidad pública. Después, logra financiación de empresas para las que la relación con el Gobierno es fundamental. Y, al mismo tiempo, emplea una asistente que pagamos todos para ayudarla en ese negocio privado.
Está usted ligando varias cosas… En el caso de Begoña Gómez y la funcionaria está de fondo todo el tiempo eso de “se ha hecho en todos los gobiernos”. He oído que funcionarios cuidaron del padre de uno de los presidentes. Por favor, ¿pueden contarnos todos qué hacen sus asesores y dónde están los límites? Es sorprendente que no sepan dónde está la línea roja.
En el caso del novio de Ayuso, es distinto, porque parece que el novio cometió el presunto delito antes de tener relación con ella. Y no hay pruebas de que ella lo supiera. Sin embargo, la presidenta de la Comunidad de Madrid defendió su inocencia desde la sede del gobierno.
El caso tiene que ver muy poco con el de Begoña Gómez. Pero, cuando se cruzó la línea, cuando se mezclaron las cosas, fue cuando Ayuso hizo esa defensa con el poder público de una situación que es privada. Ahí se cruzó la línea.
"Ayuso cruzó la línea cuando defendió desde el poder público la conducta privada de su pareja"
Recapitulemos: ¿cuál es la reforma que usted propone para evitar que repita una situación como esta?
Primero, hay que incluir en la legislación los conflictos de interés aparentes. Segundo, hay que establecer sistemas de prevención de esos conflictos. Tercero: puesta en marcha de un sistema que retire a los políticos de las decisiones susceptibles de conflicto. También se podría modificar la ley de 2015, que es terrible y está mal redactada.
¿Qué habría pasado en Reino Unido si una primera dama hubiera actuado de la misma forma que Begoña Gómez?
Sería simplemente inconcebible, pero lo que me interesa subrayar es que no habría podido suceder porque los controles lo hubiesen evitado.
Miriam González fundó "Inspiring girls" para conectar a las niñas con referentes femeninos de distintos sectores.
Quiero preguntarle ahora por el resto de medidas de su código ético que más impacto tendrían en la actualidad. Lo primero, la eliminación de los aforamientos.
Los aforamientos masivos, como los de hoy, jamás tenían que haber ocurrido. Se ampliaron con la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985, que fue un desastre y que dio aforamientos a tutiplén. Nosotros abogamos por eliminar todos esos aforamientos políticos. Los que son por ley, que se quiten por ley.
Hay algunos que sí aparecen en la Constitución: los líderes de los partidos podrían comprometerse a eliminarlos cuando existan las condiciones para una reforma quirúrgica de la Constitución.
“Las decisiones del Consejo de Ministros son vinculantes para todos los ministros”. La coalición no habría durado una semana.
Es que ese funcionamiento sería el normal. Y lo más importante: así, un presidente no podría excusarse diciendo… “eso es cosa de mi ministro”. El presidente es el máximo responsable de todas las políticas de su gobierno.
“El Gobierno debe ser políticamente responsable de los asesores de cada ministro”. La gran trama de corrupción que ahora se investiga empieza en los asesores.
Es de cajón. Lo normal es que el político sea responsable de ese asesor y de comprobar que hace bien su trabajo. Eso ya opera en el resto de profesiones. No sé por qué no sucede en la política.
Una medida concreta muy interesante: “En las reuniones donde se dirimen grandes asuntos, además del asesor del ministro, debe haber un funcionario”.
A veces, leo con sorpresa que los periódicos informan de que grandes decisiones se han tomado en casa de tal o cual ministro.
“Todo los nombramientos por debajo de secretario de Estado deben ser funcionarios de carrera”. Es decir: se frenaría la colonización de las instituciones imperante.
El clientelismo que padecemos ahora mismo es una auténtica metástasis: llegan y colocan a todos los suyos. Si lográsemos revertirlo, se arreglarían muchos de los problemas de limpieza política.
“Sólo vivienda oficial para un ministro si hay riesgo para su seguridad”. Eso obligaría a varios ministros de hoy a buscar una vivienda. Con lo mal que está el mercado de la vivienda. Vaya crueldad, señora González.
¿Por qué tantos ministros con vivienda oficial? Que pongan a jóvenes a vivir en esas viviendas. El problema es más extenso: ¿por qué los directores de gabinete y algunos asesores disponen de chófer?
“Prohibido publicar libros en el cargo”. Pero, ¿y si se firman los libros que se publican, pero no se escriben? ¿No podría Sánchez cumplir así el código ético?
Eso lo dice usted [suelta una carcajada]. Estoy en contra de los libros de los políticos en el ejercicio del cargo. Tienen que dedicarse a lo que tienen que dedicarse. Se ha puesto de moda eso de revelar cosas. Quien está gestionando lo público no puede estar pensando en su libro o en su serie de televisión. Que lo hagan pasado un tiempo prudencial y hablando sólo de lo que pueden hablar.
El PP, que está en la oposición, tampoco parece entusiasmado con este Código Ético. Aprobarlo le ataría las manos cuando llegara al poder.
El PP podría aplicar el código ético si quisiera mañana mismo en cualquiera de las Comunidades que gobierna. No tienen interés en moverse. No quieren abrir la brecha del cambio. Se critican los unos a los otros, pero ninguno quiere mover ficha.
Le indignó que el otro día varios dirigentes del PP compartieran acto con Aldama en la presentación del think tank de Espinosa de los Monteros.
Sí. Un comisionista tiene que sufrir el ostracismo social.
Miriam González lidera la plataforma "España mejor".
Usted creó “Inspiring girls”, una organización sin ánimo de lucro que ya está en cuarenta países y que conecta a las jóvenes con referentes femeninos de distintos sectores. ¿Esa conexión existe en España?
España es uno de los países más activos. La sociedad española es muy comprometida. Lo que hacemos es simplemente enseñarles a las niñas lo que están haciendo las mujeres, para que ellas decidan con libertad. El grado de involucración de las mujeres españolas, y de los hombres, es fantástico. Si la sociedad en general reacciona de una manera ética y responsable en momentos clave, ¿por qué no podemos traducir esto al sistema?
Las políticas de igualdad españolas han tenido dos agujeros considerables en los últimos años: la ley que benefició penalmente a más de mil agresores sexuales y los fallos en las pulseras de los maltratadores.
Asistí a una serie de años en los que se hizo una política de Igualdad que me parecía muy performativa. Con respecto a la ley, me sorprende que pasase por los debates del Parlamento y que nadie viera los fallos técnicos.
Y con respecto a las pulseras, lo que más me sorprende es ese instinto de ir a solucionarlo tapándolo, más que el decir: "Tengo que avisar a una serie de personas, aunque esto me cause mucho problema reputacional político, porque lo fundamental es proteger". Es el instinto de protegerme yo, en vez de proteger a las víctimas.
Por último: como asesora de la Comisión Europea, usted trabajó para buscar soluciones al conflicto entre Israel y Palestina. ¿Cuál es su diagnóstico de hoy y qué le parece el plan pactado entre Trump y Netanyahu?
El plan se debe tomar de la mejor manera posible, intentando ver si eso abre una vía para desencallar la situación y que se detenga la violencia. Lo que se percibe muy claramente es la impotencia de la Unión Europea; la impotencia de países como España.
Las cosas que hace el Gobierno son muchas de ellas performativas porque no pueden hacer otra cosa. Esto ejemplifica esa impotencia europea: si no empezamos a ser independientes en nuestra defensa y a hacer valer nuestro mercado único, vamos a ir perdiendo poder específico.
El caso de Gaza es ilustrativo de la dinámica tan polarizada de la política española. El Gobierno y el PP están de acuerdo en lo fundamental, pero han convertido el asunto en un eje divisorio.
Sí, es un debate artificial y absurdo. La discusión se ha centralizado en el uso de la palabra “genocidio”. Lo real es que nada de lo que piense ninguno de los dos va a tener influencia alguna en lo que está ocurriendo en la zona; es todo de consumo interno. Hemos perdido un poder específico enorme. Europa está como un NPC (personaje no protagonista) en este conflicto, mirando para un lado y para el otro.
