Resulta paradójico que Vox, el partido más nacionalista español de la democracia, no haya alcanzado su mayor apoyo electoral hasta que se ha internacionalizado.
El músculo económico y las firmes estructuras de los Patriots fundados por el húngaro Viktor Orbán y apoyados en la red del estadounidense Donald Trump han hecho, probablemente, menos soberano a Santiago Abascal. Pero las encuestas no engañan: Vox está fuerte, y creciendo.
Ésta no es una paradoja solamente; ni una casualidad.
Es, en realidad, una más de las características que unen a la derecha radical de hoy con la izquierda extrema de hace una década. Pablo Iglesias nunca habría hecho de Podemos nada sin haber importado experiencias y fondos de Latinoamérica, primero, y haberse aliado a sus hermanos griegos de Syriza, después.
Este lunes, un último sondeo de GAD3 para Abc eleva a Vox hasta el 17,9% de intención de voto. Ese dato supera en cinco puntos y medio el resultado de las generales de julio de 2023, cuando se quedó en el 12,38%.
En 2019, Vox había experimentado un crecimiento aún más espectacular: del 10,26% de abril al 15,08% de noviembre, consolidándose como tercera fuerza nacional. Pero nunca alcanzó los datos actuales.
Ese crecimiento sostenido ha llevado a los de Abascal a rebasar por primera vez los 60 escaños en intención de voto.
Y esa frontera psicológica podría reforzar la percepción de que Vox no es ya un actor testimonial o de protesta, sino un aliado estratégico más o menos necesario para que el PP de Alberto Núñez Feijóo arme cualquier mayoría alternativa.
Son lo mismo
El ascenso de Vox, que bebería de fugas de apoyos del PP, permite a Pedro Sánchez redoblar su principal argumento político.
El presidente lleva toda la legislatura subrayando que el líder popular se mimetiza cada vez más en los mismos mensajes que Abascal. Este mismo domingo, en Málaga, Sánchez acusó a Feijóo de haberse convertido en "una mala copia de Abascal" y de renunciar a sus valores tradicionales de centro derecha.
La prensa más próxima al Gobierno se viene sumando a ese relato de forma coordinada.
Sin ir más lejos, Enric Juliana, adjunto a la dirección de La Vanguardia, tuiteaba este lunes que las próximas elecciones generales serán "un cara a cara entre Sánchez y Abascal".
Un tipo de mensajes que busca convertir los comicios que vengan en una confrontación entre el bloque que representa el sanchismo y el que "lidera" realmente la extrema derecha.
Y esta estrategia evoca, de nuevo, la que empleó el PP contra el PSOE entre 2014 y 2016.
Entonces, primero Rajoy y después Pablo Casado hicieron los mismo con Sánchez y el Podemos de Iglesias. En 2016, el expresidente del Gobierno acusaba al líder del PSOE de "querer llegar al gobierno con quien sea", mientras Casado advertía en 2019 de que "no hace falta que vuelva Iglesias, porque Sánchez es lo mismo".
La prensa afín al PP de entonces también reprodujo esos marcos interpretativos. ABC llegó a publicar en junio de 2017 un artículo titulado "De Pablo Iglesias a Pedro Sánchez: así es la izquierda adolescente", equiparando ambos liderazgos en un mismo frente radical e irresponsable.
Podemos y el 'sorpasso'
Entonces, Podemos amenazaba genuinamente al PSOE con un 'sorpasso' electoral que parecía factible. En diciembre de 2014, una encuesta de DYM para El Confidencial llegó a otorgar al partido de Iglesias un 29,6% de los votos, colocándolo como primera fuerza política por primera vez en su historia.
Varias demoscópicas proyectaron ese sorpasso durante meses. Metroscopia, dos meses después, en un sondeo para El País, colocaba de Podemos en cabeza de nuevo, en esta ocasión con un 27,7% de los apoyos.
El CIS de octubre de 2014 situó a Podemos como líder con un 22,5%, mientras que en junio de 2016, justo antes de la repetición electoral, la coalición Unidos Podemos (con IU) se anotaba estimaciones de hasta el 25,6% frente al 21,2% del PSOE.
La realidad de las urnas, sin embargo, fue sensiblemente diferente y el PSOE nunca sucumbió.
En diciembre de 2015, Podemos se había acercado a 1,5 puntos de los socialistas, llegando a un notable 20,66% frente al 22,01% del PSOE. Seis meses después, en junio de 2016, Unidos Podemos finalmente obtuvo un 21,10%, quedándose a escasos 1,4 puntos del PSOE de Sánchez, que logró un 22,63%.
Así, el porcentaje respecto al rival directo fue casi simétrico en ambas convocatorias: Podemos logró entre un 93% y un 95% de los votos del PSOE.
Vox y la influencia
Vox, en cambio, nunca se ha acercado a esos niveles de competencia directa con el PP, que mantiene la hegemonía en España. También el alza de la formación de Feijóo fue, por ejemplo, responsable de que el PPE fuese el único gran partido que creció en las europeas de 2024.
En las elecciones del 23-J, Vox obtuvo un 12,38% frente al 33,05% del PP, lo que representaba apenas un 37% de los apoyos a los populares.
Y el mejor sondeo para Vox, de este mismo lunes, le concede un 17,9% frente al 30,7% del PP. Eso representa un 57% de la intención de voto del principal partido de la derecha.
Esa diferencia considerable entre el bocado que en su día le dieron los morados al PSOE y la porción que ahora arrebatan los de Abascal al PP descarta que Vox aspire seriamente a reemplazar a Feijóo en la jefatura del bloque de derechas.
En realidad, su única aspiración sólo puede ser el condicionamiento programático, la influencia en políticas y alcanzar algún tipo de veto institucional.
Las crisis de origen
Ambas olas emergentes nacieron, paralelamente, de crisis estructurales a nivel internacional, pero de signo opuesto.
Podemos emergió tras la crisis financiera de 2008 y el movimiento 15-M de mayo de 2011, contra las políticas de recortes de José Luis Rodríguez Zapatero.
Tras la quiebra de Lehman Brothers, su primer espejo fue la acampada bautizada como Occupy Wall Street. Los grandes líderes occidentales impulsaron el G-20 y reconocieron incluso la necesidad de "refundar el capitalismo".
Y después, las políticas de austeridad impuestas por la UE a las rescatadas Irlanda, Portugal y Grecia, además del llamado "rescate bancario", ya con el PP de Mariano Rajoy en Moncloa, abonaron decisivamente su discurso anti-establishment.
Por su parte, la ultraderecha actual global de hoy se nutre de una presunta "crisis migratoria" y del debate identitario europeo.
Las llegadas de irregulares a Canarias batieron todos los récords en 2024 con 46.843 migrantes, superando incluso la llamada "crisis de los cayucos" de 2006.
El Pacto de Migración y Asilo de la UE, alcanzado bajo la presidencia de turno de Sánchez en el Consejo, y vigente desde el 11 de junio de 2024, ha tensionado la agenda política nacional de forma permanente.
De este modo, en la década de 2010, la izquierda radical europea experimentó un auge sincronizado. En Grecia, Syriza de Alexis Tsipras llegó al poder en 2015. En Francia, la formación de Jean-Luc Mélenchon pasó del 11,1% en 2012 al 19,58% en 2017, hundiendo al histórico Partido Socialista.
En Alemania, por primera vez en 2009, Die Linke superó el 11%, debilitando al SPD durante una década entera.
Ahora, la ultraderecha avanza coordinadamente por todo Occidente. Donald Trump ha regresado al poder en Estados Unidos, a pesar de su intento de asalto al Capitolio en 2021. Viktor Orbán domina Hungría desde hace casi dos décadas con su Fidesz.
En Italia, los neofascistas de Fratelli d'Italia gobiernan con Giorgia Meloni, proporcionando la mayor estabilidad gubernamental al país en décadas. En Polonia, aunque Donald Tusk del PPE es primer ministro, el conservador PiS mantiene la presidencia con derecho a veto legislativo, en la persona de Karol Nawrocki.
El fenómeno se extiende por toda Europa: Finlandia y Letonia tienen partidos de ultraderecha en sus coaliciones de gobierno.
Y en Reino Unido, este mismo fin de semana, las calles de Londres se llenaron con más de 100.000 manifestantes convocados por el influencer de extrema derecha Stephen Yaxley-Lennon.
Entre los oradores figuró la española Ada Lluch, de 25 años, que denunció la "sustitución demográfica" del establishment y celebró que "líderes como Santiago Abascal o Donald Trump son de los pocos que están dispuestos a decir la verdad".
En España, el PP resiste mejor en términos relativos que Les Républicains en Francia, los Conservadores en Reino Unido o la prácticamente desaparecida Forza Italia.
Aun así, la estrategia de Feijóo de firmar acuerdos de gobierno con Vox en cinco Comunidades Autónomas, en 2023, sirvió para legitimar el discurso de Sánchez y reforzar electoralmente al partido de Abascal.
Corrupción e ineficiencia
El contexto local español también reproduce ahora esquemas de hace una década.
El Gobierno de Mariano Rajoy (2011-2018) sufrió un acoso constante por casos de corrupción como Gürtel, Púnica o Lezo. Su ineficacia gestora quedó patente: la única gran reforma de sus Ejecutivos, la laboral de 2012 no logró recuperar los niveles de empleo previos a la crisis en ningún momento de la legislatura.
Hoy, Pedro Sánchez (2018-) convive con un ecosistema de escándalos que afectan a su círculo más íntimo.
Su esposa, Begoña Gómez, está imputada por cinco delitos de presunta corrupción. Su hermano, David Sánchez, se encuentra al borde del banquillo por otros tantos.
Tiene a un secretario de Organización, Santos Cerdán, en prisión preventiva, y a otro, José Luis Ábalos, implicado en el caso Koldo. Como colofón, su fiscal general, Álvaro García Ortiz, permanece en el cargo "bajo fianza", procesado por revelación de secretos.
La gestión económica actual tampoco sostiene el triunfalismo de Moncloa.
Los índices de pobreza no dejan de crecer, de los fondos europeos no se ha ejecutado ni la mitad a menos de un año del cierre de plazo, y el salario más frecuente es ya el SMI.
El PIB per cápita no despega pese a que la economía crece "el triple que la media de la zona euro"... precisamente, porque ese crecimiento se basa en la llegada de aproximadamente 2,5 millones de inmigrantes en los últimos cinco años.
Distintos 'no es no'
Ante el desafío de, a la vez, diferenciarse y formar un bloque alternativo al Gobierno, el Feijóo de hoy y el Sánchez de hace 10 años aplican distintas versiones del "no es no".
El gallego no veta al PSOE, sino "a este PSOE", el de Sánchez. Fuentes del entorno del líder popular admiten a este diario que, llegado el caso, preferiría ofrecer un programa de colaboración a un PSOE sin Sánchez antes que al Vox de Abascal.
Sin embargo, esa posibilidad pasa por una "limpieza total y una reconstrucción" tras "acabar con todo vestigio del legado del sanchismo", lo que hace muy difícil esa expectativa.
El "no es no" más explícito de Feijóo lo pronunció como un compromiso en el congreso nacional de julio. Allí prometió no incluir a Vox en su Gobierno "pase lo que pase" tras las próximas generales.
El político gallego trata de hacerse creer insistiendo en que lo que dice "siempre" lo cumple, invocando sus cuatro mayorías absolutas consecutivas en Galicia como aval. Pero también Sánchez afirmó que "no podría dormir" con ministros de Podemos en su gabinete, pocas semanas antes de las elecciones de 2019.
La diferencia es que Feijóo nunca ha recurrido a promesas tan arriesgadas como las que empleó Sánchez para evitar el sorpasso.
El actual presidente llegó a proponer "suprimir el Ministerio de Defensa" y "crear una banca pública" para competir con Podemos por el electorado más radical. El líder del PP mantiene, al menos por ahora, un perfil más ortodoxo.
La historia, por tanto, se repite con matices significativos pero estructura idéntica. La irrupción de Vox imita la de Podemos en su ritmo de crecimiento, su capacidad de movilización y su función desestabilizadora del sistema de partidos.
Sin embargo, su techo del 18% y su papel de muleta a lo sumo, más que de alternativa real, lo sitúan en una posición cualitativamente distinta a la que ocupó Podemos en su momento de máximo esplendor.
El inminente ciclo electoral confirmará si hay un pico mayor o Vox se estanca definitivamente y decrece, como le ocurrió a Podemos. Entretanto, el pulso político actual de Sánchez y Feijóo reproduce viejas mecánicas con protagonistas opuestos.
