Es un título provocador. Pero además de su portada, también el cuerpo del texto se recrea en argumentaciones contraintuitivas y mordaces contra otros lugares comunes como el "regeneracionismo", el "consenso" o el "centro". Conceptos que tienen buena prensa, pero que Armando Zerolo, el autor de Contra la tercera España (Deusto, 2025), considera no sólo un error, sino también un horror.
Y sin embargo, no encontrarán en Zerolo, profesor de Filosofía Política y del Derecho en el CEU de Madrid, al habitual polemista a la busca del pleito gratuito y denigrante. Columnista de este periódico, Zerolo muestra un temperamento bonancible y un trato extremadamente afable, consecuente con un ideario que entiende la política "como una gran conversación", como "un proceso de comprensión mutua".
El autor reivindica con pasión tranquila la concordia a partir de la heterogeneidad de modos de vida. Lo cual no quiere decir acabar con el conflicto, como pretenden los terceristas. De lo que se trata, explica Zerolo en su libro, es de usar la palabra como arma: de cambiar las dagas por togas y las balas por papeletas.
A la contra del nuevo sentido común que se está decantando, el filósofo argumenta que no hace falta llevarse bien para convivir, porque los modos de vida no tienen que ser compartidos para ser respetados. "Lo más valioso es aprender a valorar al radicalmente diferente", escribe. Por eso, peor que el partidismo es el intento de eliminarlo.
Zerolo carga contra lo que considera el elitismo intelectualista y racionalista del discurso de la tercera España que, argumenta, al interponerse entre los dos polos de la conversación, lo que hace es precisamente dificultar la comunicación entre ellos.
El autor señala que, irónicamente, la retórica de la tercera España contra "los hunos y los otros" no se diferencia demasiado del marco populista del "pueblo contra la casta".
Huyendo de estas simplificaciones, arguye que "no hay una España azul y otra roja, y la mezcla de azul y rojo no da naranja". Por eso, defiende la polaridad, que es "el motor de la política", mientras que la polarización "es el gripaje de ese motor".
El filósofo y profesor Armando Zerolo.
En el libro dice que es falso que haya dos Españas. Pero al mismo tiempo defiende la polaridad y la agrupación de los ciudadanos en los dos bloques políticos convencionales. Entonces, ¿cuántas Españas hay?
Hay una España, porque si hay dos, no hay ninguna. Si hay una escisión que lleva a la confrontación o a la guerra civil, no es una comunidad política. Como mucho, habría un Estado fallido.
Cuando hablo de la polaridad en un sentido político positivo, me refiero a un nivel institucional. Si la comunidad está separada, no hay política. Pero una separación social es lo propio y natural de la política, desde que surge en Grecia con el diálogo socrático.
La política tiene por definición un carácter polémico, no pacífico. Es normal que en toda sociedad haya desacuerdos, incluso tensos. Y pueden llegar a ser violentos. Y la mejor forma de canalizar esos desacuerdos por un cauce pacífico y constructivo en una única España que discute es la democracia liberal, por lo menos en nuestro tiempo.
UCD, CDS, UPyD, Ciudadanos… ¿Por qué siempre han acabado mal los partidos de centro en España?
En política, el primer compromiso moral es con la victoria. Esa moralidad de la derrota honrosa no tiene sentido: si montas un partido, es para ganar, no para fracasar sistemáticamente, como estos partidos de centro.
Y si pierden siempre, por algo será. Y es porque entienden mal la política. Piensan que hay que neutralizar la política, ponerse en un justo término medio. Pero en política no existe el justo término medio, sino una conversación. La verdad política corresponde a un diálogo, no a una síntesis hegeliana que neutraliza los contrarios.
Estos partidos pierden siempre porque se posicionan a sí mismos en un lugar moral puro que niega lo que constituye la esencia de la política, que es esa impureza de la disputa, de los acuerdos y de las renuncias.
Se oyen habitualmente frases del tipo "¿cómo la gente puede seguir votando al PSOE?". Argumenta que, irónicamente, los terceristas son los más fanáticos de todos, porque no entienden cómo alguien puede preferir otra cosa a lo suyo.
Déjeme primero aclarar que una cosa es la tercera España histórica de los Marañones y los Ortegas, que fueron expulsados y vieron España desde fuera, y otra la de aquel que, no habiendo sido expulsado, siente que no encaja y se autoexilia. Yo disputo esta segunda postura.
El tercerista de hoy se sitúa diciendo "los dos polos son iguales". Es decir, todo es lo mismo. Y el todo es lo mismo ya compra el discurso populista antiélites de izquierda de 2015, que es muy peligroso.
Pero lo curioso es que dicen que hay dos Españas para sostener que en el fondo todo es lo mismo, pero ellos nunca se sitúan en ninguna de las dos Españas. Ellos se ven como los únicos que sí entienden lo que pasa y los únicos que conocen la solución.
Portada del libro 'Contra la tercera España: una defensa de la polaridad'.
Se suele lamentar el 'hooliganismo' que supuestamente contamina la política. Pero usted sostiene que entender la política como un deporte no es tan grave si existe deportividad. Ironiza que los terceristas son como "la hinchada de los árbitros".
Es simplemente partir de la naturaleza humana. Por su historia, su biografía, su genética o su psicología, las personas tienen pertenencias, y no hay que exigir que sean pertenencias absolutamente racionales. Yo digo que mi perro es el mejor porque es el mío [risas].
No digo que sea ideal tener estas filiaciones de hooligans. Lo que digo es que no somos ángeles, sino que somos seres humanos. No nos configuran sólo las ideas a las que hemos llegado fría y geométricamente. También tenemos pasiones, filias, fobias.
Y sólo pido que me entiendan con mis flaquezas y mis fortalezas. Y pidiendo eso para mí, cómo no lo voy a pedir para los demás. Y así, comparecemos en la plaza pública y nos tenemos que entender con gente que es muy rara, porque nosotros mismos somos muy raros.
Ha escrito que la democracia liberal deja de existir si los ciudadanos dejan de creer en ella. ¿De dónde viene el descrédito que sufre?
Hay distintas razones. Yo intento demostrar más la filosófico-teórica que la histórica. La histórica podríamos datarla en la crisis de 2008 y los discursos que empiezan a cundir contra las élites, primero desde la izquierda, y luego desde la derecha como reacción a la izquierda woke.
Desde el punto de vista de las causas históricas, está justificado el desgaste del sistema. Pero lo que yo intento explicar es que a veces el remedio a ese cansancio es peor que la enfermedad. Remedios como los liderazgos fuertes, el elogio de la heroicidad o las prisas por saltarse el engorro institucional.
De hecho, cuando Europa se abraza a las democracias liberales a partir de la posguerra, es por la experiencia traumática de la creencia en los liderazgos fuertes que surgió del nacionalismo, no porque les fascinase la democracia como tal.
Defiende que "la tensión política es mucho menor de lo que aparece relatado en los medios". Y para no contribuir a esa sobredimensión del ruido, explica que lo que más ayuda a uno a moderarse al escribir es pensar en las personas que conoces que hay detrás de los partidos a los que criticas.
Déjeme precisar que yo no creo que tenga que haber pluralidad en los medios. Lo que tiene que haber es pluralidad de medios. Que cada lector se deje convencer o engañar por quien quiera. El lector quiere estar cómodo con la línea de su propio medio, no quiere cabrearse leyéndolo. Ese es otro rasgo propio de la naturaleza humana.
Se critican las "cámaras de eco" actuales. Pero cámaras de eco son la de Atenas, o las de una comuna. Las redes sociales ayudan a romperlas, porque te cruzas con el extraño.
Es como si el señor de mi pueblo del siglo XIX se cruzase con el señor de tres pueblos más allá todos los días. Se acabaría irritando, pero es que esa irritación que vivimos como un problema para mí es muy pedagógica y forma parte de la solución.
Que un medio quisiese ser plural sería su fracaso. Le pasaría como a la derecha cuando se fue al centro, que se vació. Yo no creo en el centro ni en política ni en los medios. Aunque me llamen centradito, no me gusta el centro.
"La forma de sofocar el enfrentamiento es o con la tiranía, o con una cosa que se nos ocurrió hace 200 años y que se llama democracia liberal"
Postula que la unidad moral en las sociedades heterogéneas no es ni posible, ni deseable, ni necesaria. Que no hay que lograr una síntesis de los distintos modos de vida, sino un marco de convivencia. Pero ¿no lleva esto a la guetificación? ¿No lleva la democracia liberal implícita un modo de vida que margina a los demás?
Yo no comparto lo de que mi libertad acaba donde la del otro empieza, que es un escepticismo en el que no hay unión de libertades. Yo defiendo que mi libertad pasa por comprender la tuya.
Por eso cito el concepto de libertad religiosa en el Concilio Vaticano II. Supone que prefiere tu adhesión libre a lo que tú crees que es verdad que tu acierto. No es que sea un desprecio a la verdad: es un aprecio a tu recorrido hacia la verdad.
No es que el liberalismo sea relativista, lo que pasa es que a algunos no les gustan las consecuencias de la libertad. Una de estas consecuencias es que el otro se puede equivocar.
Asimila el comunitarismo que informa muchos de los movimientos antiliberales contemporáneos a una pulsión totalitaria por instalar un modo de vida único. Pero ¿no defiende precisamente el comunitarismo la pluralidad de modos de vida particulares frente a la uniformización global del liberalismo?
Estamos de acuerdo. Lo que hay que dirimir es si va antes el huevo o la gallina.
El presupuesto del comunitarismo es que cuando un lugar se entiende degradado moralmente, lo que hay que hacer es buscar comunidades de convivencia más intensas donde haya una uniformidad que sean irradiadoras de esta verdad moral desde la pequeña comunidad a la grande. La radicalización de esta propuesta de Alasdair MacIntyre es lo que hizo Rod Dreher con La opción benedictina.
Armando Zerolo, durante la presentación de su último libro en la biblioteca del Ateneo de Madrid, el pasado 24 de febrero.
Yo estoy de acuerdo en que la ley tiene un papel moral, toda ley es prescriptiva de una acción y por tanto indica qué es lo bueno y prohíbe lo malo. Toda ley, incluso las de aparcamiento, va a imponer una moral, y el que diga que no es un cínico o un ignorante.
Por eso, no digo que la política tenga que ser neutral. Pero la clave es el orden de los factores. La discusión es cómo hacemos para acometer esa regeneración moral que todos deseamos, también la izquierda. Y no es reconstruyendo pequeñas comunidades morales.
Porque la forma no sale de la materia. La forma (la ley) impone a la materia (la sociedad) un modo de ser. No se puede decir que no hay democracia si no hay demos, el kratos configura el demos, el poder hace al pueblo. No entiendo por qué clase de irracionalismo romántico se empieza a pensar que primero va la unidad moral y luego va la unidad política, porque nunca jamás ha sido así.
Compara la democracia liberal con el ágora griega, el foro romano o la plaza mayor hispana, como un lugar de encuentro en un espacio público y común en el que los diferentes establecen relaciones. Pero ¿la democracia liberal no invita, al contrario, al repliegue a lo privado?
Estoy de acuerdo, es el peligro de las democracias liberales. O, mejor dicho, de las sociedades democráticas: que los individuos se replieguen cada vez más a los placeres internos y pierdan conciencia de lo público. Y eso pasa hoy, con la tendencia al psicologismo y el emotivismo.
Tocqueville lo advirtió, pero también aportó un matiz: las formas de organización civil son muy importantes y deben ser cultivadas y cuidadas por el Estado. Y siguiendo a Constant, debemos ser conscientes de que valoramos especialmente esa libertad interior que se resume en que nos dejen en paz.
A nosotros los modernos nos resultaría insoportable vivir en las idealizadas Grecia o en Roma, pero también probablemente en el pueblo de nuestros bisabuelos que tanto añoramos.
Critica el populismo por su victimismo, que traslada una visión angelical del pueblo. Con el "no nos representan", se cargan demasiado las tintas contra la clase política olvidándose del resto de agentes del proceso político. ¿Cuál es la responsabilidad de la sociedad en nuestros problemas?
Al pueblo le encantan los cadalsos y los linchamientos. Cuando el pueblo hace justicia por su mano, la sociedad tiembla y corren ríos de sangre. Eso de que sólo el pueblo salva al pueblo es una simplicidad, porque al pueblo le encanta la sangre.
Lo que hay que hacer es corregir esos impulsos violentos, y eso es de lo que se encarga la política. Su carácter civilizatorio es conducir la violencia por otros medios, para que el Estado tenga el monopolio de la fuerza.
Más que una responsabilidad, hay entre los votantes y los partidos, o entre los lectores y los periódicos, una simbiosis como la que se da entre el perro y el amo. No es tanto causa, sino relación. Yo no diría, por eso, que la sociedad es culpable, pero sí corresponsable de aplaudir ciertas cosas. Y si aplaudes gestos, como dice María Blanco, tienes gestos.
Yo creo que tenemos los gobernantes que nos merecemos. Y eso no es malo.
"La crisis de la Transición se debe en parte a su mitificación. La gente no se abrazaba: se hizo porque tenían miedo del otro"
Pone la Transición como ejemplo de esa solución para discutir sin matarnos cuando no hay grandes puntos de acuerdo. Pero parece que el modelo salido de la Transición está en crisis.
La Transición está en crisis y se debe en parte a la mitificación de la Transición. De nuevo, el mismo error: creemos que la Transición solucionó todos los problemas políticos de España de una vez por todas.
La Transición no surgió de un entusiasmo popular. Los que se abrazaron fueron un puñado de sindicalistas, y de ahí surgió un cuadro. Pero los demás no estaban abrazados, más bien tenían muchísimo miedo del otro, de que volviera a hacer lo que hizo.
En esos momentos no había una sensación de fiesta, sino de tensión e inquietud. La democracia no empezó con la muerte de Franco, como quiere convencernos ahora el Gobierno de Sánchez.
La Transición hizo falta para neutralizar aquellos miedos. Y sirvió en su momento. Pero fue una solución para un momento concreto, no sirve para neutralizar los miedos presentes. Aludir hoy a lo que se hizo en la Transición no tiene sentido. Lo que tiene sentido es aludir a cómo se hizo.
Armando Zerolo, durante la presentación de su último libro en la biblioteca del Ateneo de Madrid, el pasado 24 de febrero.
Explica que Gobierno y oposición son dos polos de un mismo sistema, y que si no funciona uno, no funciona el otro. No parece que esta dialéctica de complementaridad esté vigente hoy.
Sería de ingenuos decir que la democracia española no está gripada. A nivel de discurso se han dado al menos tres graves acometidas contra ella en la última legislatura.
Primero el lawfare, la deslegitimación del Poder Judicial porque pone trabas a las decisiones del Ejecutivo. Y bendito sea Dios, porque para eso está el Poder Judicial. ¿Cómo no van a boicotear los jueces la peor ley de la historia de la Democracia, que es la Ley de Amnistía?
Lo segundo es que Sánchez ya ha dicho varias veces que si hace falta se salta el Parlamento, porque también es un engorro, como con su decisión de no pasar por las Cámaras para aprobar el gasto en Defensa.
Y tercero, el ataque al poder informal de la prensa. El Ejecutivo está yendo contra el Legislativo, el Judicial y el cuarto poder.
Dice que la culpa del protagonismo del nacionalismo en nuestra vida pública no es del sistema político, sino de que quienes deben representar a la mayoría lo usan mal.
Contra la religión democrática, yo pienso que ningún sistema es perfecto. Pero que la democracia española no fuera perfecta tal y como fue diseñada no significa que tenga la culpa de nuestros problemas.
La prevalencia del separatismo no es culpa del sistema electoral. De hecho, me parecería antidemocrático que en la presente coyuntura se reformase la ley electoral para hurtarlel a representación política a los partidos periféricos, ya sea al nacionalismo o a los partidos de "extrema derecha".
Ese protagonismo del nacionalismo tiene más que ver con que en el año 2003, con el pacto del Tinell, Zapatero decidió volar por los aires el funcionamiento democrático de España, porque entendió que si no, no iba a ganar nunca. Y tiene razón. Porque la España sociológica, contra lo que dice Suárez, es de centroderecha. Luego llegó Rajoy y le echó una mano, dinamitando a la derecha al llevársela al centro y renunciar a sus principios.
Pero no es culpa del sistema, sino de unas personas que piensan que si cumplen con el sistema, no van a gobernar nunca. Y, por otro lado, la derecha no ha sido inteligente para entender ese cambio de marco desde el zapaterismo. Si la derecha no gobierna es porque no quiere, no por culpa del sistema electoral.
En vez de la tercera España, defiende la "tercera mitad". ¿Puede explicarlo?
Como estaba siendo muy duro con Machado en el libro, contra aquello de las dos Españas que hielan el corazón, quise resarcirlo con otra cita que es mucho menos conocida. En el Juan de Mairena dice algo precioso: "En España y en nosotros no hay dos mitades, hay tres".
En el fondo, en una tensión polar, la síntesis sólo puede producirse por elevación, por una triangulación superior. Es decir, que en la tierra nunca habrá paz, pero la paz está en el cielo. Todos somos dos mitades incompletas, y en esa incompletitud vamos avanzando, aspirando a encontrarnos con la tercera mitad. Lo contrario es el peor mal de todos, que es el mito de la solución. Y los problemas políticos no tienen solución.
