La persona que más se parecía a España este miércoles a las 9:10 era una estudiante que estaba sentada en un butacón granate de la tribuna de invitados del Congreso. Ha lanzado un bostezo precioso, que era el bostezo de todo un pueblo. Tan enorme que a punto hemos estado de arrojarnos al foso para evitar que se le volaran los folios a Pedro Sánchez.

La estudiante no sabía que siempre sucede así: cuando hay "comparecencia del presidente del Gobierno", aparece ese señor de traje oscuro que sube a la tribuna con decenas de folios y los lee con la mayor parsimonia que puede. Lo hará hasta que la derecha sume suficiente o hasta que lo denuncie el Greenpeace por acabar con la selva del Amazonas.

Este periódico fundó su sociedad un día con el título de "No hace falta papel", que ahora brindamos a Sánchez para proteger al medioambiente. Sería excusa suficiente alegar que el presidente imprime el tocho porque hace anotaciones. Pero lo vemos desde la tribuna y apenas las hace. Nos preguntamos incluso si ha leído los folios antes de salir al escenario. Esos folios de interlineado doble y letra gruesa, que son el mayor desempate que existe con una carta de amor.

Es una pena porque Sánchez tiene muy buena letra. Prieta, como la mayoría que lo inviste. Redonda, como la amnistía de Puigdemont. Nos hemos fijado esperanzados cuando, mientras hablaba el padre Feijóo, se ha puesto a escribir la réplica. Pero era un espejismo. Sánchez siquiera escribe las réplicas. Estaba copiando del móvil, al que quita el brillo de la pantalla para que no le veamos desde arriba.

El no decir nada, o el decir muchas palabras que nada signifiquen, no es un mal exclusivo del presidente, pero él lo encarna con sobresaliente cada vez que se anuncia su comparecencia. El problema no es leer, el problema no es que se lo escriban, el problema es que lo que dice... no es nada.

Se ha levantado, ha dejado el móvil bocabajo, funda roja, en el escaño. Al lado, los smint. Hoy, caja negra, a juego con el traje. Y ha empezado a recitar sobre el resultado del Consejo Europeo y sus relaciones con Marruecos. Eso decía el título.

En los diez primeros minutos, ha desplegado un arsenal de datos que ha provocado el bostezo de la estudiante. Que si alrededor de Europa hay 16 países con grupos terroristas activos, que si nueve de ellos han virado hacia formas autocráticas de gobierno, que si España condena todos los atentados, que si apuesta por la reindustrialización, que si el Gobierno quiere la mejora del capital humano.

Todo lo dicho está en internet y todo lo dicho es una obviedad. El valor añadido, lo que merecería la pena decir, sería, en todo caso, que el Gobierno no condenara un atentado, no apostara por la reindustrialización o prefiriera el empeoramiento del capital humano. Por fortuna, no es así.

Con lo que cuesta en la España de hoy que un presidente comparezca... y nos topamos con un texto que parece escrito por ChatGPT después de que los asesores de Moncloa le dieran al intro para poder ver el partido del Madrid.

"Putin no ha ganado la guerra, pero tampoco la ha perdido". Ese era, más o menos, el discurso. Y también que se desea una política "comprometida, solidaria y europeísta". En el cúmulo de aseveraciones de este calibre que ha regalado Sánchez no ha habido ni una que no pudiera haber dicho el padre Feijóo.

La estudiante ha cambiado el bostezo por el susto cuando, de pronto, la bancada socialista ha estallado en aplausos tras la frase "España está preparada para reconocer el Estado palestino". Hemos medido una ovación de casi medio minuto. Pónganse a aplaudir y cronometren. ¡Es una barbaridad!

La estudiante, suponemos, no entendía. ¿Cómo toda esa gente podía aplaudir de tan futbolística manera ante algo que parecía la lectura del manual de instrucciones de la lavadora?

Rufián fue padre hace unos meses. Hoy se reincorporaba al Congreso. No ha durado sentado en el escaño ni media hora. Nos identificamos con él. Ha debido de pensar: "¿Dejo a mi hijo en casa para venir a ver esto?". El único descubrimiento que hemos hecho esta mañana han sido los calcetines naranjas, que más bien parecían medias, de un diputado de Vox.

A Sánchez le gusta posar con calaveras. A nosotros nos da miedo. No Sánchez, sino las calaveras. Tanto bostezaba la estudiante que le veíamos la osamenta desde la tribuna de enfrente. Era como el título de una novela de Simenon: "La muerte de la estudiante".

45 minutos ha durado la comparecencia. Nos ha despertado el ruido súbito de los escaños al chocar. Se han levantado los diputados del PSOE como un solo hombre. Tan repentino ha sido que casi aplaudimos nosotros también.

Del Consejo Europeo y de la relación con Marruecos no sabemos nada. Pero sabemos que Yolanda Díaz está leyendo un libro que tiene una esvástica verde en la portada, que al padre Feijóo se le va encaneciendo el pelo a velocidad estratosférica y que Sánchez ha cambiado los smint azules por los negros.

–Buenos días, ¿es Moncloa?

–Sí, dígame.

–Vendemos cartuchos y tóner para impresoras.