El nacionalismo vasco vuelve a ser decisivo si Pedro Sánchez quiere mantenerse en La Moncloa. Pero el apoyo de los seis escaños del PNV al candidato socialista no será gratis. “Nos necesita, y si quiere negociar, ya sabe que deberá hablar directamente con nosotros y qué cuestiones vamos a poner encima de la mesa”, avisaba esta semana un dirigente peneuvista a Ferraz.

La cuestión capital es sin duda Navarra, donde el PSOE, que mejoró sus resultados con respecto a 2015 y quedó como segunda fuerza, juega el papel de árbitro en el enrevesado mapa electoral que dejaron las urnas. Su cabeza de cartel, María Chivite, deberá decidir el color del próximo Ejecutivo foral: o se entiende con los constitucionalistas y apoya a Navarra Suma –coalición que integran UPN, PP y Ciudadanos-, una opción que hasta ahora parece complicada, o se alinea con los nacionalistas y la izquierda abertzale.

Este último es el escenario favorito de los jeltzales, que piden ya abiertamente un cambio de cromos a Sánchez. “Lo que decidan los socialistas en Navarra condicionará la decisión del PNV sobre posibles pactos”, manifestaba el líder peneuvista de Guipúzcoa, Joseba Egibar. “Una decisión de enorme importancia”. El respaldo a Sánchez en la investidura, venía a advertir, peligra si Chivite se decanta por el bloque de centroderecha.

Si Sánchez se hipoteca al PNV con el fin de encaramarse en las instituciones, Pablo Casado y Albert Rivera ganarán más motivos para plantarle oposición, acusándole de distanciarse también en Navarra de las posiciones constitucionalistas.

Chivite, entre la espada y la pared

En este laberinto electoral, las presiones no llegan sólo del ámbito vasquista. También el socialismo menos sanchista aprieta. Según ha podido saber este diario, un exalto cargo del PSOE ha movido ficha, en privado, y se ha reunido con un dirigente de Ferraz, tratando de convencerle de que Chivite dé un paso atrás y no permita otros cuatro años de nacionalismo.

Esa tesis se refuerza aún más con el recuento de los votos, que da el último argumento al PSOE navarro para que deje gobernar a la plataforma de UPN, PP y Cs. El escrutinio definitivo, conocido este miércoles y que ha tenido paralizadas todas las negociaciones, ha provocado un giro en el Parlamento foral, con baile de escaños incluido. Navarra Suma ha conseguido un representante más (pasa de 19 a 20), a costa de la izquierda abertzale, que se queda en 7 actas. 

La mayoría absoluta en la Comunidad Foral está fijada en 26 escaños, sobre 50. Y la llave para desempatar y llegar a esa cifra mágica la sigue teniendo el PSOE. Pero ahora los regionalistas, conservadores y liberales ya tienen más votos a favor (20) que en contra del cuatripartito que aupó en 2015 a Uxue Barkos a la presidencia (19).

Las piezas han terminado finalmente de encajar y al ganador del 26-M, Javier Esparza (Navarra Suma), se le despeja el camino para alcanzar la presidencia, porque con la nueva aritmética postelectoral sería suficiente con la abstención de los socialistas. 

"Geroa Bai, sucursal del PNV"

Sobre el intercambio de apoyos que exigía el PNV, Esparza tachaba la actitud de "chantaje". "Evidencia que Navarra es pieza clave del proyecto anexionista vasco, que el PNV cree que Navarra es de segunda y que gobierna aquí y que Geroa Bai es su sucursal en la Comunidad foral, que está al servicio de los intereses y posicionamientos dictados desde Bilbao", denunciaba.

Pero Chivite -lo anunció una y otra vez en campaña- no está por la labor de favorecer un ejecutivo de centroderecha. "Rememos en la misma dirección para frenar a las derechas conservadoras que amenazan nuestro autogobierno", reclamaba en el arranque de la contienda electoral, mostrando sus cartas. 

Su anhelo pasa por construir "un gobierno progresista", de frágil equilibrio, porque para garantizarlo Chivite necesitaría los apoyos de Geroa Bai, Podemos e Izquierda Unida (23). Pero también requeriría ceder ante Bildu, a quien debería pedirle que se abstenga.