"Esta táctica de interrumpir todo el rato es propia de maleducados. Y estoy convencido de que a mucha gente que le vota no le gusta que usted sea tan impertinente", le endilgó Pablo Iglesias a Albert Rivera durante el debate electoral de este martes en Atresmedia. La regañina, que Rivera se tomó a rechifla ("¿ahora es usted el moderador?" le contestó), formaba parte del papel de político mesurado y juicioso abrumado por la vulgaridad de sus contendientes que el líder de Unidas Podemos interpretó a lo largo de la noche.  

La estrategia de Iglesias, al que sólo le faltó pedir entre vahídos las sales y que se pasó buena parte de las dos horas de debate derramando mohínes de incomodidad frente a la insistencia de Albert Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Casado en bajar al barro de los reproches, tuvo éxito. Varios medios de la órbita socialista, como El País, Público, 20 minutos o eldiario.es, le dieron como ganador de la velada. También las encuestas de los lectores de esos diarios le fueron favorables, así como varias de las tertulias tras el debate.

Pero, ¿estamos realmente frente a un Pablo Iglesias renacido a la fe de la moderación, el constitucionalismo y la armonía entre españoles? ¿O más bien frente a un Oriol Junqueras de Vallecas que declara su amor a España mientras diseña y ejecuta un plan de demolición del régimen constitucional junto a sus socios del PSOE, ERC, JxCAT, PNV y Bildu? La memoria es corta, pero Podemos sólo tiene cinco años de vida y no hace falta hurgar con el colmillo retorcido en las hemerotecas para toparse con un Pablo Iglesias muy diferente al que pudo verse las noches del lunes y del martes. 

Los escraches y el 'jarabe democrático'

El Iglesias que le pedía a Rivera que no le interrumpiera es el mismo que en 2013 ironizaba sobre "los partidos que critican los escraches y los abucheos organizados contra ciertos políticos". "Los escraches son el jarabe democrático de los de abajo", dijo luego.

No deja de ser llamativo que un político que ha defendido durante toda su carrera política la legitimidad de los escraches como herramienta de activismo político no sólo tolerable, sino necesaria, se sienta turbado frente a las interrupciones de sus rivales en un debate electoral cuyo formato había sido diseñado por los organizadores, precisamente, para incitar el enfrentamiento cuerpo a cuerpo. 

No ha destacado Pablo Iglesias por su empatía con las víctimas de los escraches. Víctima de uno de ellos fue Soraya Sáenz de Santamaría, frente a cuya casa se concentraron el 5 de abril de 2013 trescientos miembros de la Plataforma de afectados por la hipoteca (PAH). También Cristina Cifuentes, que en 2012 tuvo la mala suerte de ser avistada por un grupo de mil indignados que la persiguieron, acosaron e insultaron mientras se dirigía a la sede del PP en la calle Génova.

Víctimas de escraches fueron también Esperanza AguirreEsteban González Pons y otros muchos políticos españoles, de derechas y de izquierdas, durante un periodo, el comprendido entre 2010 y 2014, en el que esta forma de acoso callejero popularizada por el populismo de extrema izquierda liderado por Pablo Iglesias embarró la política española hasta extremos raramente vistos con anterioridad.

El súbito cambio de opinión de Iglesias hacia las buenas formas políticas ha sido analizado con precisión por el columnista de esta casa José Antonio Montano en su cuenta de Twitter: "La estrategia de Iglesias no deja de ser astutísima: ha embrutecido y embarrado nuestra política. Con él todo ha ido a peor: todo es más sucio, más gritón, más grosero. Y cuando todos están en ese fango, en su fango, él emerge como príncipe de la moderación, por encima de todos".

Si hay que poner fecha fundacional a la era de los escraches como forma "tolerable" de activismo político, esa es la del 21 de octubre de 2010, cuando un centenar de estudiantes de la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense liderados por Pablo Iglesias boicotearon una conferencia de Rosa Díez. "Pone un pie en esta casa deseando provocar protestas que le permitan recuperar algo de presencia mediática y renovar el estatus de víctima y heroína de la democracia", dijo uno de los estudiantes acerca de una Rosa Díez que ha vivido buena parte de su vida adulta amenazada por ETA. 

En el relato de Pablo Iglesias, los escraches eran jarabe democrático o "intolerancia" dependiendo de quiénes fueran los protagonistas. Cuando un grupo de apenas una docena de personas intentó reventar, sin conseguirlo, la presentación del libro escrito a medias por el líder de Unidas Podemos y el periodista de La Vanguardia Enric Juliana, Pablo Iglesias publicó el siguiente tuit, oportunamente contestado por Rosa Díez. 

La Constitución, "papelito del 78"

Tampoco la apología de la Constitución que Pablo Iglesias hizo durante el primero de los debates parece muy creíble a tenor de los antecedentes. Tras ser elegido secretario general de Podemos el 16 de noviembre de 2014, Iglesias prometió "iniciar un proceso constituyente para abrir el candado del 78". "España es un país de países, un país de naciones", dijo poco después, entrevistado por Ana Pastor en El Objetivo. Unos términos muy similares a la "nación de naciones" de Pedro Sánchez que permite vaticinar una legislatura complicada para el constitucionalismo en Cataluña si PSOE y Podemos suman con los nacionalistas en el Congreso de los Diputados.

En realidad, la promesa de demoler lo que Iglesias siempre ha llamado "el régimen del 78" y de abrir un proceso constituyente que acabe con la forma política del Estado español, la Monarquía Parlamentaria, ha sido una constante en el discurso de Iglesias. Cuando el líder de Podemos se vio obligado a jurar la Constitución para acceder a su acta de parlamentario en 2016 lo hizo con la fórmula: "Prometo acatar esta Constitución y trabajar para cambiarla". El resto de los diputados del partido añadieron la coletilla: "Nunca más un país sin su gente ni sus pueblos". 

La súbita conversión de Pablo Iglesias a la fe constitucionalista tiene fecha. El trance ocurrió durante los días posteriores al 1 de octubre de 2017, cuando un Iglesias muy tibio frente al golpe de Estado ejecutado por los partidos nacionalistas en Cataluña vio cómo su postura equidistante amenazaba con vaciar el caudal de cinco millones de votos acumulados durante los tres años de vida del partido. 

El vuelco ideológico de Iglesias no era pequeño. En junio de 2013, en una conferencia pronunciada en una herriko taberna de Navarra, Iglesias calificó la Constitución de "ese papelito del 78". Luego añadió: "Me gusta contar esto aquí porque quien se dio cuenta de eso desde el principio fue la izquierda vasca y ETA. Por mucho procedimiento democrático que haya, hay determinados derechos que no se pueden ejercer en el marco de la legalidad española".

Pablo Iglesias no ha demostrado tampoco jamás demasiados remilgos a la hora de dar su apoyo a Arnaldo Otegi, a veces de la manera más enmarañada posible y con gestos sólo comprensibles por los conocedores de la simbología y la retórica abertzale. Prueba de ello es la utilización habitual de una de las frases popularizadas por el líder de Bildu durante su condena en prisión: "Sonreíd porque vamos a ganar".

Pero no es ese, ni por asomo, el único detalle de complicidad de Iglesias con Otegi. En 2011, el líder de Podemos calificó de "escándalo" que la Justicia condenara al cabecilla de Bildu, al que calificó de "artífice de la paz". En 2012 le alabó por "pedir perdón". En 2016 se alegró de su salida de prisión y argumentó que esta era "una buena noticia para los demócratas". "Nadie debería ir a la cárcel por sus ideas", añadió Iglesias en referencia a un Otegi, al que siempre ha considerado un "preso político".

"¡Alerta antifascista!"

Tras conocerse los resultados de las elecciones andaluzas, Iglesias mostró ese lado un poco más primitivo. "¡Alerta antifascista!", gritaba justo después de confirmarse la irrupción de Vox y la posibilidad, como así fue, de que, después de casi 40 años, el PSOE de Susana Díaz abandonara la Junta de Andalucía. El candidato de Unidas Podemos no sólo dramatizó de esta forma el aterrizaje de los de Abascal, sino que pidió a sus huestes echarse a la calle para "frenar a la extrema derecha y los postfranquistas sin complejos" porque consideraba que la democracia española estaba "en riesgo". 

Sólo seis meses más tarde, durante el debate de Atresmedia, mencionó la foto de Colón de los líderes de PP, Ciudadanos y Vox como una opción "muy respetable". Ya no había "alerta antifascista" ni postfranquistas merodeando nuestra democracia. Más bien al contrario, Iglesias culminaba su transformación diciendo que respeta a esa parte del país "que nos quieren imponer".

El lunes y el martes, Pablo Iglesias trató de convencer al electorado de que el único pacto posible es el de su partido con el PSOE. Se derretía cuando escuchaba hablar a Pedro Sánchez de la subida del salario mínimo. Sin embargo, no hace mucho, en el Congreso, arremetía contra él, recordando que los socialistas son los de la formación "del crimen de estado".

Y aconsejó al actual presidente del Gobierno que desconfiara de los que tienen "su pasado manchado de cal viva". Lo repitió dos veces el mismo día, desde la tribuna y el escaño, provocando las iras de los diputados socialistas, que le gritaban "fuera, fuera"."¿Me están diciendo 'fuera' por decir la verdad?", respondía Iglesias a los que ahora quiere como compañeros de gobierno a partir del lunes. 

La hemeroteca volvió a saltarle a la cara el pasado marzo tras las declaraciones de Abascal en Armas.es. El candidato de Vox pedía "un cambio radical urgente en la ley para que los españoles sin antecedentes y en pleno uso de sus facultades mentales puedan disponer de un arma en su casa". Hace seis años, en la Tuerka, Iglesias alababa a la cultura democrática americana. "Unas de las falacias del siglo XX es acusar a la izquierda de antiamericana [...] quiero reivindicar el derecho de todos los americanos a llevar armas, al menos en términos relativos", disparaba en uno de sus habituales monólogos.

Para responder a Vox, Iglesias ya había cambiado y aquello le parecía "la parida de las pistolas". En El Hormiguero llegó a considerar su explicación de la segunda enmienda de la constitución estadounidense "un poco friki".

Un último detalle. Ni siquiera el gesto de esgrimir la Constitución durante el primero de los debates electorales es idea de Pablo Iglesias, sino réplica de un gesto habitual de Hugo Chávez. Un Chávez que utilizó la Carta Magna de su país como excusa para la implantación de un régimen socialista a partir de lecturas siempre parciales y tendenciosas de sus artículos. "He de reconocer que me habéis emocionado. Me emociona escuchar al Comandante. Se le echa mucho de menos. Cuántas verdades nos ha dicho este hombre", dijo Pablo Iglesias entrevistado por la televisión venezolana en 2014.

Quizá un estudio más detallado de la doble retórica de Chávez y de su lenta, pero implacable, imposición de un régimen autoritario socialista en Venezuela proporcione más pistas acerca de esa súbita conversión de Pablo Iglesias al constitucionalismo y la concordia entre españoles. De momento, y dados los antecedentes, es legítimo esgrimir, como mínimo, una mueca de escepticismo. La misma que asomaría en la cara de cualquiera frente a un santo de cuya cintura cuelguen dos pistolas.