"No hay que ser un partido doctrinario, pero hay que tener una doctrina" dijo el economista liberal Lorenzo Bernaldo de Quirós durante la ponencia económica de la Convención Nacional del PP y la cosa sonó como el "alguieeen ha matado a alguieeen" de Miguel Gila. El alguien que había matado a alguien era Mariano Rajoy y el alguien que había muerto a manos de alguien era ese PP de centro-derecha capaz de albergar en su seno tanto a conservadores como a liberales como a democristianos y tanto a votantes de Vox como a votantes de Ciudadanos. Un partido, en fin, que se deje votar por la derecha de toda la vida y que no provoque entre los suyos ese grito de pánico, tan español, de "al suelo que vienen los nuestros"

Euforia en el PP al redescubrir su identidad en los discursos de Aznar y Vargas Llosa

La gran pregunta ayer entre los afiliados era cuándo existió ese PP que todos saben definir pero muy pocos identificar con un referente temporal concreto. ¿Fue ese PP el PP del José María Aznar de la primera legislatura? ¿O el del José María Aznar de la segunda? Desde luego, no el que quedó en pie después de que Mariano Rajoy mandara a esparragar a "los liberales y los conservadores" del partido. ¿Es más PP "verdadero" Esperanza Aguirre o Soraya Sáenz de Santamaría? ¿Jaime Mayor Oreja o Alberto Núñez Feijóo? ¿Pablo Casado o Juan Manuel Moreno Bonilla

Nadie respondió ayer, al menos de forma directa, a la pregunta. Lo que no deja de ser un problema. Con los ingredientes de Soraya, Feijóo y Moreno te sale el PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero. Con los de Aguirre, Oreja y Casado, el Vox de Santiago Abascal. Le pregunto a una fuente cercana a la cúpula del partido por las nuevas líneas ideológicas del PP de Pablo Casado. "No hay nuevas líneas ideológicas. No ha habido debate. Los afiliados no han hablado. Aznar ha hecho un discurso extraordinario, pero lo que se comenta por aquí es que Casado no es Aznar" me responde.

Más aplausos para Rajoy que para Aznar

A tenor de los decibelios generados por los aplausos de los presentes en la Convención, Rajoy es a día de hoy más querido en el partido que Aznar. "Sí, los afiliados han aplaudido más a Rajoy que a Aznar, pero es que este partido está enfermo" me dice mi fuente. Estamos hablando del mismo Rajoy cuyas mayores aportaciones durante su soporífera entrevista con Ana Pastor fueron "he puesto el único teléfono en muchas aldeas gallegas", "no hay que desconocer la realidad" y "conviene dejar de lado las ocurrencias y los análisis brillantes". Desde luego, nadie podrá acusar a Rajoy de incoherencia con sus propias ideas. Mis mejores deseos para el encargado de sacar de ahí una sola gota de zumo ideológico. Es decir un programa político para el PP de la tercera década del siglo XXI

Con aplausos o sin aplausos, Aznar se subió al escenario y pronunció un discurso que actuó como un buque rompehielos sobre esa capa desideologizada de dos metros de espesor generada a lo largo de los ocho últimos años por Rajoy, Soraya y Feijóo. Una capa opaca y gélida, tecnocrática en el mejor de los casos y abúlica en el peor de ellos, engendrada no por fatalidad coyuntural o azares del clima político sino con la intención concreta, declarada y palmaria de ocultar la visión de los pilares ideológicos del PP: el liberalismo, el apoyo a las víctimas de la violencia, la economía y el empleo, la unidad de España, la igualdad de todos los españoles, la defensa de "toda" la Constitución, la democracia como fin y no como medio.

En realidad, no resultan tan extraños los muchos aplausos a Rajoy en contraste con los más escasos aplausos a Aznar. Toda capa de hielo político acaba albergando su propia colonia de pingüinos. Es de suponer que cuando Aznar acabó de hablar, tras un discurso arrollador, unos pocos de esos pingüinos habían regresado ya a su partido natural. Es decir, el PSOE. La mayoría de los que apoyaron a Rajoy por resignación o por la pereza que da cambiar de partido a determinadas edades de la vida se habrán reconciliado, sin embargo, con su partido. Es incluso posible que se hayan vuelto a enamorar de él. Bien está lo que bien acaba. 

Un momento agridulce para el PP

La Convención Nacional ha llegado en un momento extraño para el PP. Con Vox reventando auditorios que ningún otro partido español sería capaz llenar hoy y amenazando con situarse a la par de PP, PSOE, Cs y Unidos Podemos en el plazo de sólo unos pocos meses. Con el más sorayo de los populares como presidente de una Junta de Andalucía conquistada a la izquierda gracias al ejército de Santiago Abascal y no, desde luego, por méritos propios. Con sus propios afiliados y simpatizantes reconociéndose más en el espejo de Vox que en el del PP. Con un redimensionamiento de los espacios políticos similar al provocado por el brexit en el Reino Unido y cuyas consecuencias son imposibles de adivinar a día de hoy.

Pablo Casado ha reaccionado a toda esa incertidumbre atacando a su derecha, a Vox, con Aznar, y a su izquierda, a Cs, con Mario Vargas Llosa. Que Casado es un discípulo devoto de de Aznar y que su aprecio por Rajoy va poco más allá de la cortesía estrictamente necesaria es una evidencia a gritos. La afinidad con Vargas Llosa ya es más difícil de calibrar, aunque su fichaje no habrá sentado bien en el seno de un partido naranja para que el que Vargas Llosa era casi su presidente de honor.

La batalla por el territorio

Vargas Llosa dio un discurso liberal hasta las amígdalas, progresista e ilustrado, demoledor contra el nacionalismo, el populismo y el socialismo. También puso como ejemplo de bien hacer a Hong Kong, Singapur y hasta al Chile de Pinochet, del que dijo que al menos hizo una cosa bien: poner la economía en manos de los liberales. Vargas Llosa estaba pisando el mismo escenario que pocas horas antes había pisado Mariano Rajoy. No es de extrañar que los organizadores de la Convención Nacional reservaran para Rajoy el viernes y para Aznar y Vargas Llosa el sábado. En este caso, el orden de los factótums sí alteraba el producto.

El PP ha tenido durante estas últimas horas la oportunidad de redescubrirse a sí mismo en los discursos de Aznar y Vargas Llosa. Ojalá el virus inoculado por la anterior dirección no haya acabado por completo con las autodefensas del partido. Sería una injusticia para Pablo Casado, uno de los menos culpables de las difíciles circunstancias en las que se encuentra el PP hoy en día. Pero así funciona la evolución. Ha aparecido una nueva especie en el pantano de la derecha, carece de depredadores naturales y ha mostrado hasta el momento una agilidad y agresividad extraordinarias. Está por ver que el tamaño del dinosaurio popular, su única arma a día de hoy, sea suficiente defensa contra ella.