La familia Franco, su fundación y los partidarios de que el dictador permanezca en el Valle de los Caídos se aferraron a un argumento a su juicio “irrebatible” cuando Pedro Sánchez anunció la exhumación: “Se encuentra en una basílica… ¡En un lugar sagrado!”. Pero fue el propio Franco quien inauguró las mudanzas en aposentos benditos: al morir marzo de 1959 sacó a José Antonio Primo de Rivera de El Escorial. También “una basílica”, “un lugar sagrado”. El entonces jefe del Estado apenas necesitó un mes para fraguar su plan. Sentó el precedente de lo que podría ser su propio destino y obvió la principal bandera que ahora enarbolan los suyos.

Francisco Franco reunía dos condiciones de las que ahora no disfruta el PSOE: España era un Estado confesional y las negociaciones con la iglesia no escondían obstáculos; y en aquella autocracia, además, el que se autodenominó “caudillo” gobernaba a golpe de deseo. Quiso e hizo. Igual que ocurrirá en su caso, familiares y amigos de José Antonio estuvieron en contra del cambio de ubicación. A Franco le dio igual. "Es crucial recordarlo porque las circunstancias fueron similares. No hubo obstáculo eclesiástico alguno", discurre Francisco Ferrándiz, antropólogo del CSIC.

El fundador de Falange fue fusilado en Alicante el 20 de noviembre de 1936. Desde entonces, su cadáver ha sido enterrado y desenterrado con una asiduidad insólita. Primero, de una fosa común al cementerio de la misma localidad donde fue acribillado. Después, protagonizó uno de los cultos más fantasmagóricos del pasado siglo.

Acabada la guerra, en 1939, los camisas viejas portaron a hombros su féretro desde Alicante hasta San Lorenzo de El Escorial, donde fue inhumado y puesto a la altura de la realeza española. El frío de aquel viaje -Joan María Thomas lo relata con detalle en su José Antonio, realidad y mito (Debate, 2017)- causó desmayos en algunos de los voluntarios. La partitura geográfica: salvas de artillería y hogueras en los cerros colindantes. El “Generalísimo” presidió la llegada a la sierra, un dato que conviene no perder de vista por lo que ocurriría después.

Documental televisivo sobre la inhumación de José Antonio Primo de Rivera.

La exhumación de José Antonio planeada por Franco

En El Escorial estuvo el inventor del fascismo español hasta que a Franco se le antojó lo contrario. Necesitaba un plato fuerte con el que inaugurar el Valle de los Caídos. Corría marzo de 1959. “Apenas quedaba rastro del homenaje divino que el franquismo brindó a Primo de Rivera tras la guerra”, explica a este periódico Zira Box, profesora de la Universidad de Valencia. El nacionalcatolicismo se impuso y dejó paso a los tecnócratas del Opus Dei. A principios de aquel mes, reseña Box, Franco presidió en El Escorial -donde reposaba José Antonio- un homenaje a la realeza española. Los restos del falangista molestaban a los monárquicos, una corriente encabezada por Carrero Blanco, ya mano derecha del jefe del Estado. Un extremo que pudo ser determinante en el traslado a Cuelgamuros.

Franco lo decidió motu proprio, aunque se dirigió por carta a los hermanos Primo de Rivera. ABC -a instancias del régimen- publicó las misivas autógrafas, algo buscado por el dictador consciente de que su proyecto no iba a gustar a los falangistas.

“Queridos Miguel y Pilar: terminada la grandiosa Basílica del Valle de los Caídos, levantada para acoger a los héroes y mártires de nuestra Cruzada, se nos ofrece como el lugar más adecuado para que en ella reciban sepultura los restos de vuestro hermano José Antonio (…) Aunque su señera y trascendente figura pertenece ya a la Historia y el Movimiento, al que tan generosamente se entregó, siendo sus dos hermanos sus más inmediatos allegados, es natural seáis vosotros los que deis vuestra conformidad”. Es verdad que Franco pide permiso, pero antes avisa de que la figura de Primo de Rivera “ya pertenece” al Movimiento. “Nos parece justo y nos honra vuestro designio”, respondió la familia. Aunque, como revelaron las memorias de Pilar, hermana, aquello les molestó. “Todo indica que no estaban de acuerdo, pero ¿cómo le iban a responder eso a Franco?”, confirma el biógrafo e investigador Joan María Thomas.

La “gripe” de Franco

Hay una fotografía que escenifica el descontento mejor que cualquier párrafo. El régimen brindó un furgón para trasladar a Primo de Rivera aquel 30 de marzo de 1959, pero los falangistas lo rechazaron y decidieron volver a llevarlo a hombros. En aquella comitiva estuvo su hermano Miguel, muestra de desaprobación. Thomas y Box mencionan gritos contra Carrero, que sustituyó a Franco en el réquiem celebrado a la llegada de José Antonio al Valle. “El dictador se excusó diciendo que tenía gripe, pero por la tarde participó en otro acto”, apunta Zira Box.

Con su ausencia, Franco consolidó el arrinconamiento a la Falange, que comenzó con la derrota de Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial. Martín Otín, popularmente conocido como Petón, autor de un enjundioso ensayo sobre la figura de José Antonio –El hombre al que Kypling dijo sí (Barbarroja, 2005)– afina así para describir la relación entre el dictador y el número uno del nacionalsindicalismo español: “Elevándolo como mito, Franco pudo vaciar a Primo de Rivera de contenido político. Le otorgó ese carácter de divinidad, pero se cercioró de que su programa cayera en el olvido. En vida, se profesaron una antipatía sañuda. Y ahora están enterrados juntos y metidos en el mismo cajetín de la Historia”.

Un día después del entierro de José Antonio en Cuelgamuros, Franco se presentó allí para la inauguración oficial del Valle. Brindó todo tipo de honores al falangista, lo que Pilar Primo de Rivera, en sus memorias, catalogó como una “compensación”: “Quiso contrarrestar ese traslado tan mal recibido”.

Petón insiste en que comparar a José Antonio con Franco “es abominable”. También en un lugar preeminente del Valle, asevera, debería haberse enterrado a Azaña o Durruti. “Siempre se nos olvida que el primero de los protagonistas de la contienda en pedir un Gobierno de concentración nacional fue Primo de Rivera”.

Franco nunca quiso enterrarse en el Valle de los Caídos. José Antonio fue fusilado casi treinta años antes de su construcción. Un “sarcasmo histórico” –palabras de Petón– juntó para la eternidad a “dos tipos que se aborrecían”. Ahora, el bumerán del destino puede granjear al dictador una mudanza similar a la que él planeó para el hacedor de Falange.

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