Juan Carlos Martinez Ana I. Gracia

La intervención de Rodrigo Rato en la comisión de investigación de la crisis financiera ha supuesto la ruptura total entre el viejo y el nuevo PP. El ex presidente de Bankia, que llegó a ser vicepresidente económico con José María Aznar, ha vuelto al Congreso para ajustar cuentas con el partido que le dio y le quitó absolutamente todo.

Tras soportar más de media hora de preguntas de la oposición, el cara a cara más esperado fue cuando el diputado del PP, Miguel Ángel Paniagua, le dijo que le daba "pena" que un "gran ministro de Economía" se haya "desprestigiado a sí mismo. ¿Le ha merecido la pena?". 

Fue entonces cuando Rato dibujó en el Parlamento una operación urdida contra él desde el PP de Mariano Rajoy que acabó con su propia detención el 16 de abril de 2015. "Más pena me da a mí que me detuvieran delante de mis hijos y vecinos", añadió. Quien aspirara a suceder a José María Aznar en la presidencia del Gobierno deslizó una teoría de la conspiración en la que, según su teoría, participaron hasta cuatro ministros del actual gabinete de Rajoy.

Rato se muestra arrogante durante su comparecencia en el Congreso

Rato dirigió principalmente sus acusaciones contra el titular de Economía, Luis de Guindos, a quien culpó de la caída de Bankia y de agravar la crisis económicas. También disparó contra Cristóbal Montoro: "El 14 de abril, el ministro de Hacienda, con más habilidad, habla del tema en esta Cámara, porque el 13 de abril un medio publica que el Seplac, dependiente de Economía, me está investigando".

Hace veinte años, cuando el ahora interrogado iba dando lecciones por el mundo del milagro económico español, contaba con dos pupilos: el propio De Guindos y Cristóbal Montoro. Los dos eran entonces secretarios de Estado; ahora los dos son ministros. En cierto modo, Rato cree que son precisamente sus aprendices los que de alguna manera propiciaron su detención ante un ruido mediático sin precedentes. Nunca lo perdonará y así lo certificó este martes en el Congreso.

Las críticas hacia el actual Gobierno del Partido Popular no terminan ahí. Rato también quiso desvelar que la ministra de Empleo, Fátima Báñez, llamó a principios de febrero a su secretaria para adelantarle el destino de su jefe. "Le dice que se vaya separando de mí porque voy a tener problemas por mis declaraciones con Hacienda". La popular negó rápidamente esta versión. 

Antes de terminar la sesión, Rato tuvo tiempo de recordar que el ministro de Justicia, Rafael Catalá, detalló sus datos fiscales en un programa de televisión. "¿Cómo puede saber el ministro mis datos fiscales?", se preguntó. 

El rostro de Rato no pudo ocultar el resentimiento que siente hacia el partido que le aupó hasta la Vicepresidencia del Gobierno de España y que hoy le da el mismo trato que a un delincuente. Del Partido Popular de las mayorías absolutas, el que formaban el propio Rato con Rajoy y Jaime Mayor Oreja cuando Aznar dudaba entre quién debía sucederle, solo queda ya Mariano Rajoy. 

Disparó contra todos

Si alguien esperaba que Rodrigo Rato mantuviera una actitud de cierta resignación en su comparecencia en la comisión del Congreso de los Diputados que investiga la crisis financiera, el rescate bancario y la quiebra de las cajas de ahorros, estaba muy equivocado.

Rato comparece en el Congreso

Y lo quiso dejar claro desde el principio. La respuesta dada a la diputada de ERC, Esther Capella -la primera que intervino tras la intervención inicial del exministro- fue contundente.

“No me difame. Si usted me acusa de un delito coja la puerta y vaya a los tribunales”, arremetía Rato ante las acusaciones de la diputada catalana para, a renglón seguido, apuntar que “en 30 años como político nadie me ha acusado de nada”.

"Me está insultando y no se lo puedo consentir"

No quedaba ahí la cosa. Un tanto encolerizado zanjaba la cuestión manifestando que “seré el compareciente y usted la diputada, pero me está insultando y no se lo puedo consentir”, recriminando a Capella que hiciera acusaciones solo “porque está protegida”, en referencia a su condición de aforada. “Eso no sé si es ser delincuente penalmente, pero desde luego moralmente es muy grave”, decía el expresidente de Bankia. La diputada, un tanto asombrada, no sabía dónde meterse.

Marcaba así el exvicepresidente del Gobierno la estrategia de defensa que iba a seguir contra el resto de representantes de las distintas fuerzas políticas. Escuchaba atento el aluvión de críticas que le dedicaron todos los portavoces para posteriormente, en el turno de réplica, atacar a todos sin piedad. 

De Guindos, de protegido de Rato a ariete de su caída

Rato no tardó mucho en poner cara a quien, a su juicio, fue el principal valedor en el Ejecutivo de Rajoy para quitarle de la presidencia de Bankia antes de solicitar el rescate a las autoridades europeas, el otrora su protegido Luis de Guindos.

Además de acusar al ministro de Economía de haber malvendido, hace un mes, un 7% adicional del Estado en Bankia, por haber fijado un precio a la acción por debajo de su valor en libros, Rato recordaba con detalle la actitud mantenida por De Guindos durante el primer semestre de 2012, antes de que Bankia fuera nacionalizada.

Con gran rotundidad, acusaba Rato a De Guindos de haber encargado a los principales competidores de Bankia la previsión de las provisiones que podría necesitar la entidad que presidía, antes de su nacionalización. Cuando, precisamente, fueron estos bancos  los grandes receptores de los depósitos que salieron de la entidad durante las semanas posteriores al rescate. También ponía Rato sobre la mesa el ninguneo que, según él, hizo de Guindos al Banco de España, al dejar fuera al supervisor de estas reuniones con el conjunto de los bancos.

Declaraciones explosivas

Sobre su detención del 16 de abril de 2015, a instancias de una denuncia de la Agencia Tributaria, el exvicepresidente recordaba que la principal acusación, la del delito de alzamiento de bienes, se caía a los 15 días, y que, respecto a la acusación de delito fiscal, lleva tres años esperando a que se concrete.

En suma, un conjunto de declaraciones explosivas contra los miembros del Gobierno que habían sido sus amigos y compañeros, y una defensa que se artículó desde la presión en el ataque.