Eran los años setenta y dos grandes olas erosionaban en Pamplona la roca del franquismo. Dos sueños enfrentados. Ambos con la ilusión de superar la dictadura, pero con horizontes divergentes. Tan divergentes que se defendían en distinto idioma. El aperturismo y el nacionalismo vasco ahogaban al régimen, por lo menos en las aceras, los conciertos y las fiestas de estudiantes.

En julio de 1972, los “Encuentros de Pamplona” arrojaron esta ciudad a las portadas. Nacionales e internacionales. De revistas y periódicos. Más de 350 artistas visitaron “la capital de tercer orden” –así la llamaba el cronista Ángel María Pascual– y le arrebataron la aureola de tradicionalismo que Franco, en sucesivas visitas, se empeñó en sellar. Aquellos 350 artistas eran entonces exponente de ruptura y subversión. Un congreso para la vanguardia. La oportunidad de mirar con ojos de libertad cuando todavía estaba prohibido. “El festival internacional más amplio y significativo de los celebrados en nuestro país”, lo define hoy el Museo Reina Sofía.

Los Huarte –empresarios que granjearon la industrialización de Navarra– pagaron para hacerlo posible. Pusieron dinero para abrir las ventanas, pero ETA quiso cerrarlas de golpe. Su hachazo pretendía derribar la muralla del régimen, pero con la ilusión de construir otra: una Euskal Herria independiente. Seis meses después de aquel Congreso, ETA secuestró a Felipe Huarte, gerente de una de las empresas familiares.

Acuchillar el vanguardismo

Este rapto fue vivido de cerca por Pedro J. Ramírez, entonces estudiante de Periodismo en Pamplona. La mujer de Felipe era tía carnal de una compañera de clase y uno de los detenidos por facilitar el secuestro también formaba parte de aquel grupo de estudiantes. El director de EL ESPAÑOL, que desmigó el episodio en su conferencia de este lunes, mencionaba el rapto de Huarte como un ataque simbólico de ETA al vanguardismo, a la libertad buscada. La rama violenta de una de esas dos fuerzas motrices levantaba sus cartas sobre el tapete. “Descubrí que el nacionalismo era una casa cuartel, un lugar de referencias cerradas”, dijo Ramírez. “Fueron diez días de muchísima angustia”.

Con aquel secuestro, más allá de nutrir sus arcas con la recompensa y sembrar el terror, ETA trató de acuchillar el vanguardismo que peleaba por abrirse paso en la ciudad.

Así fue el secuestro

Felipe Huarte era hijo de Félix Huarte, hombre al que se atribuye, junto a Urmeneta, el mérito de industrializar Navarra. Los Huarte, casi siempre constructores, alcanzaron el éxito ya en la Segunda República con el contrato de Nuevos Ministerios, en Madrid. También encabezaron las obras del Valle de los Caídos, lo que les colocó en el punto de mira.

Relatos de Plomo, trabajo que relata de forma minuciosa la Historia del terrorismo en Navarra, narra el secuestro de Felipe Huarte y encuentra varios símbolos en su violencia. Además del ataque al mecenas, fue la primera vez que ETA exigía y lograba una recompensa económica, en este caso 50 millones de pesetas, que saneaban las cuentas de los terroristas.

La noche del 73

Fue el 16 de julio de 1973. Cuatro terroristas, tres de ellos con el rostro tapado, irrumpieron en el chalé de los Huarte. Como no encontraron a Felipe, encerraron en la cocina a sus hijos y a las empleadas del hogar. Armados, esperaron hasta que llegó el empresario, que había salido a cenar con su mujer.

Todos atados. Él con los ojos vendados y un capuchón. Lo metieron en un coche. Fueron diez días. La mayoría en una cueva de Itsasondo, el resto en una bajera de Lasarte. ETA exigía a los Huarte que readmitieran a todos los obreros despedidos de la fábrica en los últimos días y la mejora de sus condiciones laborales, además de los 50 millones.

Las negociaciones culminaron en París. Los Huarte pidieron ayuda a dos abogados que habían defendido a los terroristas juzgados en el proceso de Burgos.

En julio de ese mismo año –1973– cuatro de los implicados en el secuestro fueron condenados a treinta años de cárcel. A otros tres, por cómplices, se les encerró con una pena de 16. Todos ellos se beneficiaron de la amnistía entre 1976 y 1977.

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