Daniel Montero Alejandro Requeijo

La operación se planeó al detalle, pero no salió como los espías esperaban. La idea era garantizar que Bárbara Rey estuviera fuera de casa a las nueve de la noche. Y mientras ella disfrutaba del evento social, un falso galardón montado como coartada, una maleta trampa con varios reactivos químicos destruiría las cintas y los documentos que demostraban la relación entre la artista y el rey Juan Carlos.

La idea era que el ácido se detonara a distancia, trabajara durante horas y acabara con todas las pruebas que ponían en entredicho la figura del monarca. Pero el humo del proceso químico al corroer las cintas podía dar al traste con la operación, si era detectado por la vedete. Por eso era tan importante que Bárbara Rey -que ha declinado confirmar o desmentir la información de este reportaje- estuviera fuera de casa en el momento en el que el ácido comenzara a hacer efecto. Y por eso la operación terminó en fracaso, con la maleta flotando en la piscina de la casa de la artista y con la ira de Bárbara Rey plasmada a modo de denuncia, tanto en la prensa, como en un juzgado del distrito madrileño de Tetuán. 

1.600 millones de pesetas

Tal y como adelantó OKDiario esta semana, el CNI pagó el silencio de Bárbara Rey con fondos reservados en una cuenta en Luxemburgo. El plan concebido por el espionaje español, conocido en aquel 1997 como CESID, se puso en marcha semanas antes, captando a varias personas del entorno de la artista. No era la primera vez que los espías se fijaban en ella. Ni la primera que su nombre sonaba en los despachos de quienes consideraron la vida de Bárbara Rey una cuestión de Estado. Años antes, uno de sus compañeros en la sala Lido de Madrid terminó en prisión por contrabando de armas. Nada tuvo que ver la vedete en aquello, pero la fama de su nombre ya llamaba la atención de los agentes en aquellas fechas.

Según confirman a EL ESPAÑOL fuentes de la inteligencia española, el objetivo del operativo fue siempre destruir la amenaza. Y en este caso, el riesgo llegaba en forma de cintas, presuntas grabaciones tanto de vídeo como de audio que acreditaban la relación extramatrimonial del monarca. Días antes del altercado, dos agentes encubiertos se acercaron a la artista y le lanzaron una propuesta, una oferta que nunca podría rechazar: 10 millones de dólares en cómodos plazos a cambio de su silencio.

Al cambio y según las mismas fuentes, la oferta fue de 1.600 millones de pesetas. Una cifra importante a día de hoy, pero estratosférica en 1997. Un dinero que sirvió como reclamo y que el servicio secreto nunca tuvo intención de pagar. Con esa cuantía sobre la mesa, la artista murciana y los agentes llegaron a un acuerdo. Un arreglo óptimo para ambas partes; mientras se realizaban los pagos, las cintas quedarían guardadas en una maleta cerrada con un código. Y serían los agentes los únicos que tendrían la contraseña para abrirla, aunque el recipiente quedara custodiado en casa de Bárbara Rey.

El acuerdo era un equilibrio de poder. Un consenso por partida doble: al tenerlas bajo llave, los agentes garantizaban que las cintas estuvieran ocultas hasta que se cerraran todos los pagos. Por su parte, la artista mantenía en su poder los documentos hasta que recibiera todo el dinero. Sin embargo, todo fue un espejismo. Una argucia para que la amistad del rey introdujera los documentos más comprometedores en aquella maleta. En aquel recipiente que contenía un mecanismo secreto capaz de destruir todo lo que tocaba. 

Un cable oculto en el asa

Según el plan establecido, la maleta quedó guardada en una de las habitaciones que la casa de Bárbara Rey ocupaba en la localidad madrileña de Pozuelo. En apariencia, los agentes llegaron, confirmaron que los documentos quedaban guardados bajo su contraseña, y se marcharon. Pero en realidad, con su marcha activaron un mecanismo oculto capaz de destruir con productos químicos todo el contenido de la maleta. 

El sistema era sencillo. El asa del maletín tenía oculto un cable, que al ser tensionado activaba un temporizador escondido en el interior de la maleta, un mecanismo que rompía las cápsulas de dos componentes. La reacción de ambas sustancias generaba un ácido capaz de corroer por completo el contenido de la maleta. Y con él, los documentos comprometedores que afectaban al monarca.

Pero el plan tenía una pega: el vapor generado por la efervescencia podía alertar a la artista y truncar las expectativas de terminar con la amenaza. Por eso era importante que Bárbara Rey estuviera fuera de su casa aquella noche. Mientras ella disfrutaba de la cena, organizada también por los espías, el mecanismo se activaría y tendría horas para actuar sin que nadie en la casa pudiera detectarlo. Cuando Bárbara Rey volviera a casa, se encontraría los documentos destruidos, su ropa quemada y un importante agujero en el armario donde guardaba la maleta. Pero ninguna de esas cosas sería ya problema de los espías.

Algo salió mal

Todo estaba preparado. Las cintas en la maleta. La maleta en casa de la artista. Y ella acicalándose para disfrutar de una noche especial. Pero algo salió mal. O los agentes calcularon mal el tiempo para activar el mecanismo o la artista se retrasó en el momento de salir de casa. En cualquier caso, fue el humo del ácido consumiendo el plástico lo que llamó la atención de Bárbara Rey. Temerosa de que fuera una bomba, la vedete salió al balcón de su casa y tiró la maleta humeante a la piscina. 

Allí quedó flotando el artilugio ideado por el CESID, con las cintas del rey en remojo, una mujer asustada y la constancia por parte de Bárbara Rey de que su intento de acuerdo con el Estado no iba a terminar de manera amistosa.