Lo común en otros países, y aun en las propias autonomías españolas, es un hecho desconocido en el nuestro: desde la instauración de la democracia, no ha habido ningún pacto para gobernar España en coalición. Tan solo acuerdos puntuales, bien para apoyar y facilitar la investidura de un candidato, bien para salvar algunos Presupuestos que, de otra manera, hubieran acabado con el Gobierno que los proponía. Ningún apoyo, eso sí, es gratis. Y de esto sabe bastante el PNV, quien ha ido cosechando contrapartidas beneficiosas para el País Vasco a cambio de su respaldo a aspirantes a presidente, o cuando algún mandatario ha requerido de su apoyo en situaciones comprometidas.

Los resultados de las elecciones del pasado 26-J no han clarificado mucho el panorama que nos dejaron los comicios del 20-D y, salvo la hipotética gran coalición PP-PSOE, no hay ningún acuerdo que posibilite una mayoría estable para gobernar. Pero lo primero es lo primero: elegir presidente. Y aquí, el equilibrio en el reparto de escaños es tal que todo parece posible. En este sentido, el PNV juega un papel importante. Aunque afirmen desde Sabin Etxea (sede del partido) que en esta ocasión ellos ven los toros desde más arriba de la barrera, que son otros quienes deben mover ficha. Pero, de entrada, no dicen que no a nada. Están dispuestos a hablar con todos. Otra cosa es llegar a acuerdos. Eso se antoja complicado. Y, sobre todo, dependerá de lo que le ofrezcan.

Hoy por hoy, imposible

“Para que PNV llegara a un acuerdo con el PP tendrían que cambiar mucho las cosas. Hoy por hoy su dinámica de enfrentamiento a lo vasco, al autogobierno, lo hace imposible”, dijo Koldo Mediavilla, secretario del Euzkadi Buru Batzar (EBB), la Ejecutiva del partido, y responsable institucional de la formación, en una entrevista radiofónica tras los comicios en Onda Vasca. De la misma manera, Aitor Esteban, diputado electo, portavoz del grupo nacionalista en las últimas legislaturas y quien probablemente llevará el peso de las negociaciones en esta ocasión, confesó la misma idea al programa televisivo Al rojo vivo, de La Sexta, igualmente tras las elecciones: “Hoy por hoy me parece imposible que el PNV vaya a apoyar de una forma u otra al Partido Popular”.

El PP, sin embargo, no ceja y trata de tender ahora con los nacionalistas vascos los puentes que han quedado dinamitados a lo largo de los últimos cuatro años y medio de gobierno de Mariano Rajoy (María Dolores de Cospedal telefoneó a Andoni Ortuzar, presidente del PNV, tras conocerse los resultados electorales del 26-J). Un periodo de tiempo en el que el PNV se ha visto especialmente atacado por la que considera política recentralizadora llevada a cabo desde el Gobierno central, con un goteo incesante de recursos de inconstitucionalidad a leyes impulsadas desde el Ejecutivo autonómico (Ley de Vivienda, Ley Antifracking, Ley de Empleo Público, Ley de Adicciones, Oferta Pública de Empleo de la Ertzaintza, becas de educación…). Años en los que no se ha alcanzado ningún acuerdo en materia económica ni de autogobierno; ni siquiera, señalan los jeltzales, en la consolidación del final de ETA.

Según el PNV, además de no interponer más recursos y paralizar los actuales, si el PP quiere un acuerdo para obtener su apoyo (o abstención) en la investidura, tendría que poner sobre el tapete una oferta en la que se recogieran varias de las demandas que plantea en la denominada Agenda Vasca: dar marcha atrás en la legislación en materia educativa; acabar con la Ley Mordaza; posibilitar avances sobre el nuevos estatus político planteado por Euskadi; comprometer el desarrollo y conclusión del tren de alta velocidad... Complicado, sí, pero la historia nos demuestra que no hay nada imposible. Y menos en el caso del PNV.

Aquel pacto de 1996

“Hemos conseguido en dos semanas con Aznar lo que no [logramos] en 13 años con Felipe González”. Así se expresaba Xabier Arzalluz en 1996, tras negociar y alcanzar un acuerdo con el PP para dar el voto afirmativo de sus diputados a la investidura del líder popular. De aquella negociación, que relata minuciosamente en su blog el ex diputado y ex senador peneuvista Iñaki Anasagasti, el PNV obtuvo importantes réditos.

En aquel asalto al poder de un PP que aún no había gobernado en España, el partido liderado por José María Aznar se quedó a 20 escaños (logró 156) de la mayoría absoluta, por lo que se propuso negociar con los nacionalistas catalanes, los vascos y Coalición Canaria. Con el respaldo de los representantes de las islas asegurado, el PP se volcó en la negociación con CiU y con el PNV (“por necesidad”, en el primer caso, “por elección”, en el segundo, según confesó el propio Aznar en el primer volumen de sus memorias).

En aquella negociación, Aznar le llegó a decir a Arzalluz que quería gente del PNV en el Gobierno y que todo era posible, salvo romper la caja única de la Seguridad Social. Según le confesó el líder del PP al presidente del EBB, Rodrigo Rato le había hablado bien de Juan José Ibarretxe, entonces vicelehendakari del Ejecutivo vasco. Quién podía adivinar entonces que hablaban de la misma persona que, años más tarde, pondría en jaque al Estado español con su proyecto separatista.

Arzalluz, no obstante, prefirió que, de momento, hablaran solo de pacto de investidura; la confianza para formar una coalición habría que ganársela, ya se vería. Mientras tanto, el PSOE miraba incrédulo estas negociaciones y movía ficha, intentando arrimar el ascua nacionalista a su sardina. Así, por unos momentos, Rodríguez de la Borbolla perteneció al PNV, para que los nacionalistas pudieran formar grupo propio en el Senado. Un gesto en vano.

El acuerdo definitivo lo cerraron Jaime Mayor Oreja e Ibarretxe un 29 de abril, tras numerosas idas y venidas y una última reunión maratoniana; se firmó en Génova 13, la sede del PP. A cambio de su apoyo a Aznar, el PNV había obtenido una serie de concesiones inesperadas: el desarrollo del Concierto Económico (en tres apartados concretos: la potestad para recaudar los impuestos especiales, esto es el alcohol, el tabaco y los hidrocarburos; capacidad normativa para el IRPF; y la recaudación del impuesto de no residentes –lo que tributan las empresas con delegaciones en Euskadi pero con la sede central en otros puntos del país-); el traspaso de la Formación Continua; la devolución del patrimonio incautado tras la Guerra Civil; la concesión de un segundo operador de telefonía, Euskaltel (acuerdo que fue llevado en secreto, ya que los populares no querían que la otra pata de la negociación, la catalana, se enterase antes de tiempo y exigiera la misma contrapartida). Y, además, la culminación del Estatuto de Gernika. Casi nada. Lo dicho, “en dos semanas con Aznar hemos conseguido más que en 13 años con González”.

Apoyo a González

No era la primera vez que el PNV había puesto sus escaños al servicio de la gobernabilidad. Aunque nunca había conseguido tanto beneficio. Echando la vista atrás, en 1982 y 1986, los años de las mayorías absolutas del PSOE, el Gobierno presidido por Felipe González no necesitaba de apoyo alguno en el Congreso para sacar adelante sus proyectos y leyes. En las dos votaciones para la investidura de González, los nacionalistas se abstuvieron, ya que no lograron garantías de un desarrollo estatutario.

Y es que el traspaso de las competencias pendientes recogidas en el Estatuto de Gernika siempre ha ejercido como una de las condiciones sine qua non antepuesta por los representantes vascos para afrontar cualquier negociación de alto calado (aún hoy faltan por ser traspasadas 35 de las 144 competencias que refleja la Carta autonómica)

En 1989, las elecciones que adelantó Felipe González 9 meses debido a sus desacuerdos con los sindicatos mayoritarios –que llevaron a una huelga general que paralizó el país-, los socialistas se quedaron a un solo escaño de la mayoría absoluta nuevamente, que de facto obtuvieron al anunciar los cuatro diputados de Herri Batasuna que declinaban asistir a cualquier sesión del Congreso. Así que la colaboración del PNV volvió a no ser necesaria. No obstante, los nacionalistas se abstuvieron de nuevo en la votación de investidura.

Otra cosa fue 1993. El PSOE lanzó un SOS a nacionalistas catalanes y vascos para que González reeditase su puesto al frente del Gobierno. En las elecciones se había quedado a 17 escaños de la mayoría absoluta, por lo que necesitaba apoyos. Golpeados por la continua sucesión de escándalos (de los GAL a Filesa, pasando por Roldán, Mariano Rubio, Ibercorp…), los socialistas llegaron al extremo de ofrecer al PNV incluso el Ministerio de Industria. Pero los jeltzales declinaron la propuesta de coalición (“la situación no está madura para una fórmula de este tipo”, adujeron). Aunque, eso sí, dieron su voto afirmativo a la investidura. Conscientes quizás de que no durarían mucho en el poder. Como así fue.

La ruptura del acuerdo alcanzado con CiU llevaría a las elecciones de 1996 con las que llegó Aznar al poder, tras las que se materializó el acuerdo antes narrado. En 1997, durante una sesión en el Congreso, el entonces diputado del PNV Iñaki Anasagasti le diría al presidente del Gobierno: “Abra un poco más la puerta y no se equivocará”. Pero Aznar no abrió más la puerta. Y apenas un año después del trabajado pacto, el PNV lo daba por roto. Y desde entonces…

Luego vendría el Pacto de Estella, la mayoría absoluta del PP en el 2000 y un enconamiento de las posturas de ambos partidos, que pasarían a ser enemigos íntimos difícilmente reconciliables. Ya ese año, los 7 diputados logrados por el PNV votaron no en la investidura de Aznar como presidente.

Zapatero y los Presupuestos de 2011

Los terribles acontecimientos del 11-M de 2004 condicionaron las elecciones que tres días después acabarían llevando a José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno español. Éste consiguió el apoyo suficiente para ser investido en primera vuelta. Los nacionalistas vascos se abstuvieron. Un año después, en 2005, el ya lehendakari Ibarretxe se presentaba en el Congreso con su Plan separatista, que recibió un sonado varapalo al llevarse 313 votos en contra, 29 a favor y 2 abstenciones. La relación con los socialistas no empezaba precisamente bien.

Cuatro años después, en 2008, Zapatero repetiría triunfo, aunque insuficiente. El PNV volvió a abstenerse, lo que sumado a la abstención de la mayoría de los grupos parlamentarios, posibilitó al líder socialista permanecer otros cuatro años en La Moncloa, tras superar una segunda votación por mayoría simple. Durante esta legislatura se sucederían dos hechos fundamentales en la historia del País Vasco: uno, la llegada al poder en Euskadi del socialista Patxi López, en 2009, aprovechando la no concurrencia de las formaciones de la izquierda abertzale (fueron prohibidas) y el pacto con PP y UPyD, que desbancaba por primera vez en democracia al nacionalismo gobernante; y dos, el alto el fuego definitivo de ETA en 2011.

Un año antes, en 2010, el Gobierno socialista, acuciado por el tiempo, se echó en manos del PNV en Madrid para poder sacar adelante los Presupuestos Generales del año siguiente. El acuerdo se saldó con un paquete de inversiones y 11 nuevas transferencias, incluidas las políticas activas de empleo, hoy constituidas en Lanbide, que suponían 472 millones de euros. No obstante, un año después, Zapatero se vio abocado a convocar elecciones anticipadas, ante una crisis generalizada que abocaba a España a la zozobra del rescate.

Y en esos comicios de 2011 Mariano Rajoy logró la mayoría absoluta. Entonces, el PNV se abstuvo, como gesto de empatía hacia el nuevo gobernante. Cuatro años y medio después, las circunstancias, ya se han comentado, son otras muy distintas. No obstante, ¿habrá pacto entre ambas formaciones? El PP confía en que los nacionalistas vascos vuelvan a apostar por favorecer la gobernabilidad del país. Igual sí, pero, ¿a cambio de qué?

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