Valencia

“Lavaban a mi padre con agua fría porque no había agua caliente en el hospital”. “El personal estaba totalmente sobrepasado por la situación”. “Llamo y no vienen, llamo y no vienen, nos repetía mi padre”. “Hacía pipi o caca y tardaban hora y media en ir a cambiarle el pañal”. “Se quedó dos veces sin comer. Una porque se le rompió el cubierto de plástico y el chico se fue a por otro pero nunca volvió”.

Son fragmentos del relato de Mayka Maeso García, de 39 años, cuyo padre, Miguel Maeso Martínez (74), falleció tras pasar por el antiguo hospital La Fe de Valencia, donde ingresó el 23 de diciembre por la mañana. Se trata de uno de los hospitales improvisados por la Comunidad Valenciana para atender a pacientes de Covid-19.

Los hechos que Mayka describe coinciden con los detallados por una enfermera anónima en una carta, revelada el pasado sábado por EL ESPAÑOL tras contrastarla con otros sanitarios. La Generalitat Valenciana tildó esa redacción de “exagerada”. El propio presidente, Ximo Puig, la negó este domingo.

“Que se trafique con bulos me parece extremadamente tremendo”, aseveró el dirigente socialista, y agregó que en la vieja Fe “se están haciendo las cosas de la mejor manera posible y con la calidad asistencial que merece la ciudadanía”. Pero la familia Maeso discrepa totalmente.

“No creo que merezca tan poco la sociedad valenciana”, le replica Mayka, que advierte que la familia “no descarta emprender acciones legales contra la Conselleria de Sanidad”. “No entendemos que mi padre haya pasado de irse a casa a acabar muerto tras pasar por la vieja Fe”, lamenta.

"Un matadero"

Su padre llegó a la vieja Fe tras 18 días ingresado en el Hospital Clínico de Valencia. Lo hacía con una perspectiva muy esperanzadora. “Nos llegaron a decir en el Clínico que le iban a dar el alta con oxígeno domiciliario, porque la neumonía apenas aparecía. Pero finalmente nos dijeron que mejor pasar unos días en la vieja Fe, porque era como un centro de rehabilitación del que ya podría salir valiéndose por sí mismo”, relata.

Sin embargo, “lo que iba a ser un lugar para rehabilitarse resultó ser un matadero”, denuncia. Mayka defiende que “la carta de la enfermera anónima describe a la perfección lo que pasa allí dentro”.

Según desglosa, el mismo día 24 de diciembre, Nochebuena, el propio Miguel les trasladó por teléfono “lo mal que estaba”. “Nos asustamos muchísimo, porque él era un hombre buenísimo, que no se quejaba de nada”, asegura.

“Lo pusieron en una habitación con un pobre hombre que estaba ya moribundo. De hecho ese hombre murió al día siguiente. Y nos dijo que le lavaban con agua fría porque no había agua caliente en el hospital, que tampoco tenían televisión ni nada para entretenerse. También que las camas eran manuales, que para cambiarles la posición tenía que ir el personal, que no iba porque estaban sobrepasados”, relata su hija.

El fallecido Miguel Maeso, junto a su hija Mayka, tres meses antes de su muerte. E.E.

La descripción coincide con la carta de la enfermera que reveló este diario, en la que la sanitaria del hospital alertaba de la antigüedad de las camas, la ausencia de agua caliente en el hospital y los graves problemas del personal para atender a todos los pacientes.

Mayka asegura que en su casa se quedaron “horrorizados” al escuchar a su padre, y que decidieron ir a recogerlo. “Como pensábamos que simplemente había ido allí a rehabilitarse, que era algo voluntario, nos presentamos en La Fe en Nochebuena para llevárnoslo”, explica.

“Fuimos con una silla de ruedas que habíamos alquilado para trasladarlo a la Casa de la Salud. Íbamos a llevárnoslo a la sanidad privada. Tenía ya el sitio reservado y todo. Pero no nos dejaron, nos dijeron que no podía salir de forma voluntaria. Ahí empezamos a darnos cuenta de dónde estaba realmente”, agrega.

Mayka describe un hospital con el personal “totalmente sobrepasado por la situación”. “Llamo y no vienen, llamo y no vienen, me decía mi padre. Se quedó dos veces sin comer. Una porque se le rompió el cubierto de plástico y el chico se fue a por otro pero ya no volvió. Otra, porque le dijeron que no daban abasto y que no podían darle la comida. Le pidieron que lo intentara, pero él no tenía fuerzas. Se quedó sin comer delante de la comida”, cuenta.

Sin fisio ni telefonillo

Miguel Maeso Martínez, según relata su hija, permaneció ingresado en la antigua escuela de enfermería de la vieja Fe hasta la madrugada del 1 de enero. “En esos nueve días el fisio solo estuvo con él un día. Dio dos pasos hacia delante y dos hacia atrás con su ayuda. Otra vez le dijo que iría a verle pero finalmente no pudo. Le decían que hiciera ejercicios y él lo intentaba en la cama como buenamente podía”, lamenta.

Mayka considera esta circunstancia “especialmente grave”. “¿Cómo es posible que lo lleven allí para hacer fisioterapia y que solo la haga una vez en nueve días, en los que empeoró hasta morir?”, se pregunta. Al respecto, la carta anónima de la enfermera advertía de que “solo se contrata a una fisioterapeuta para todo el hospital”.

Otro aspecto en el que coinciden Mayka y la enfermera es en el mal funcionamiento del sistema para avisar a las enfermeras. “‘Llamo y no vienen, llamo y no vienen’, nos repetía siempre mi padre”.

La sanitaria incidió en el mismo problema: la incomunicación con los pacientes. “Los telefonillos no funcionan. Suenan en el control de enfermería pero no puedes comunicarte con ellos, por lo que tienes que imaginarte lo que les pasa”. Para lo poco que sirvió el interruptor fue “para entretenerse” con el cable. “Lo enrollaba y lo desenrollaba, así se entretenía al no tener televisión”, cuenta Mayka.

Vista del edificio de la Escuela de Enfermería, convertido en un hospital desde diciembre. EE

La escasez de personal también se extendía “al personal auxiliar”. “Hacía pipi o caca y tardaban hora y media en ir a cambiarle el pañal. Yo misma le oí al personal el día 25 que llegaron a quedarse sin empapadores”, lamenta.

Para desgracia de la familia, la vida de Miguel Maeso Martínez empezó a apagarse en nochevieja. Ya el 1 de enero de madrugada lo trasladó un SAMU de vuelta al Hospital Clínico, esta vez a la UCI.

Allí falleció la madrugada del 10 de enero, según precisa Mayca, que este lunes se dirigió a su localidad, Caudete de Las Fuentes, en busca de su libro de familia. Con él podrá acreditar la relación familiar y recabar su expediente médico como paso previo a posibles acciones legales.

“Lo necesito para acreditar que soy su hija y solicitar toda la información sobre su expediente. Porque no nos dieron informe alguno. Solo algunas pertenencias y su dentadura, que no entiendo por qué fueron tan insensibles de dármela. ¿Puede haber algo más contagioso que la dentadura de un paciente de Covid-19?”, critica.

Reacciones

Al conocer los hechos descritos por los sanitarios, el PP acudió al juzgado de guardia de Valencia el pasado sábado para trasladar las “condiciones inhumanas” y las “graves situaciones de desatención de los pacientes” en el hospital. Lo hizo el diputado José Juan Zaplana, que explicó que “tras las consultas con distintas fuentes del ámbito del personal sanitario”, puede “otorgarle veracidad a la carta referida”.

En la misma línea, la portavoz del Partido Popular en el Ayuntamiento de Valencia y diputada en Les Corts, María José Catalá, criticó este lunes en el parlamento valenciano la actuación del Ximo Puig. “La situación allí es precaria, exigimos refuerzos. Los sanitarios están dando lo que pueden, el fracaso es de la planificación de la Generalitat”.

Ciudadanos, por su parte, solicitó la comparecencia de la gerente del Departamento de Salud Valencia La Fe. También la de la Directora General de Asistencia Sanitaria, al considerar que negó el relato de la enfermera. Además requirió a la administración documentación detallada sobre el rebautizado como Espacio Sanitario Ernest Lluch.

El sindicato CSIF, por su parte, exigió a la Conselleria de Sanidad que, “con urgencia, envié a la Inspección de Servicios Sanitarios para comprobar si las infraestructuras no tienen deficiencias”. También “si las plantillas resultan adecuadas para atención a pacientes complejos, que son dos tercios de los ingresados”.

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