Valencia

Anna Derevinskaya fue una de las niñas que, hace ya 20 años, tuvo la suerte formar parte de la iniciativa 'Juntos por la vida', con la que muchos niños de Chernóbil obtuvieron una familia adoptiva para pasar el verano en España. "La suerte fue nuestra", matiza Rosa Laguarda, su madre valenciana. "Es una hija más", subraya tras dos décadas en las que ha pasado 6 meses al año en la localidad de Cofrentes, donde llegó a ser reina de las fiestas con 9 años. Su última visita fue el pasado mes de enero, ya con su pareja, a sus 27 años.

Pero la joven, solo dos meses después, se encuentra inmersa en la cruel e inesperada guerra que azota su país. Su ciudad natal, Irpin, ubicada junto a Kiev, ha sido devastada. Por suerte, Anna tuvo la determinación de huir con toda su familia para resguardarse en una localidad que prefiere no revelar. Desde allí, en una pequeña casa rural sin baño en la que conviven 16 adultos y una niña, envía a Rosa su desgarrador diario sobre la invasión, que recuerda al de Ana Frank durante el nazismo. 

Comenzó a escribirlo el pasado 26 de febrero. Su intención era que su madre lo difundiera en España para combatir "la desinformación de los medios rusos". Y así lo está haciendo puntualmente en su muro de Facebook. Su testimonio es desolador desde el inicio. "¡Matan a la gente civil! Los tanques pasan por encima de los coches llenos de gente. Entran en las casas y disparan a todos los que están dentro. ¡Lo hacen adrede, no es un fallo! ¡Las víctimas son niños!", exclama al descubrir por primera vez la crudeza de una guerra.

La joven se esfuerza en desmontar la propaganda del Kremlin. "Los militares rusos capturados por ucranianos dicen que desconocían adónde iban, que no sabían que sería una guerra. Ayer hubo más de 3.000 muertos en el ejército ruso, anteayer fueron más de 1.000. Pero Rusia dice que no tiene bajas. ¡Todo mentira! ¡Pasadlo a todos, decidlo en redes sociales, salid a decirlo en público, por favor!", reclama desesperada.

Inicialmente empatiza con los jóvenes soldados invasores. En sus textos refleja en repetidas ocasiones el "engaño" de Rusia a sus tropas y la mala situación en la que ellos también se encuentran. "Son chicos jóvenes, de los años 2000, 2001 y 2002. Ahora ya han pasado entre tres y cuatro días desde que están aquí y no tienen ni comida ni dónde dormir. Por eso entran a las casas como entran y llegan a matar", relata el 27 de febrero. 

Estas líneas las escribe ya fuera de su ciudad. "Los que se han quedado dicen que no han parado en toda la noche las explosiones y los disparos. (...) Como es la frontera con Kiev, es donde más guerra hay. Menos mal que pudimos convencer a toda la familia para salir de allí", destaca. Se trata de sus padres y abuelos, los padres y abuelos de su pareja, y también sus cuñados, que son los padres de la pequeña de 2 años.

Al dejar atrás Irpin, sus líneas reflejan cierto sosiego, que coincide con las primeras negociaciones entre Rusia y Ucrania. Pero pronto recoge la destrucción tras el fracaso del diálogo. "En mi Irpin ha habido otro ataque muy fuerte. Están sin luz ni agua. Parece que después de la reunión de ayer han empezado con más fuerza", lamenta en su escrito del 1 de marzo.

"Disparan con bandera blanca"

La joven se muestra especialmente indignada con las viles artimañas del ejército soviético. "Los tanques rusos sacan la bandera blanca y, después de acercarse, empiezan a disparar. O, por ejemplo, tapan sus señales y banderas y sacan la ucraniana como si fueran nuestros tanques", describe. 

Mientras tanto, le toca arrimar el hombro en su nuevo emplazamiento ante la posibilidad de que lleguen las tropas rusas. "Nosotros ayer construimos una barrera para que no pase nadie al pueblo donde estamos. Muchos del pueblo ya se han ido a la guerra", relató. Ese mismo día, Rosa publicó en su muro de Facebook una foto con Anna "en el museo que conmemora la Segunda Guerra Mundial". "Pensábamos que Ucrania nunca más volvería a pasar por algo así", lamenta su madre adoptiva.

La joven, titulada en Contabilidad, había montado junto a su pareja una empresa para la restauración y venta de automóviles americanos. "Les iba genial, estaban felices y podían ayudar a su familia. Se habían reformado una casa con mucho esfuerzo. Pero, de repente, se han encontrado con esta guerra", explica Laguarda a EL ESPAÑOL.

La joven vive ahora en primera persona las más crueles consecuencias de la misma. "Nos hemos organizado para hacer turnos de vigilancia por la noche para protegernos. Ayer hubo explosiones en la estación de trenes donde se estaba evacuando a mujeres y niños. Dan asco, ya no los entiendo. Ahora, desde hace dos días, tiran 'bombas de vacío', que son muy fuertes. Una bomba así destroza un piso de nueve plantas. Es una tortura estar así sin poder hacer nada", detalla.

Amputar las piernas

Anna subraya con particular indignación las consecuencias de la invasión en los más vulnerables. "Pobres niños. A una nena de 6 años le han tenido que amputar las piernas. Han disparado al médico de una ambulancia que llevaba un niño para operarlo. ¡Ya no me dan ninguna pena los que lo hacen! ¡No tienen corazón, son piedras, no son personas!", recoge su diario del 3 de marzo.

En paralelo, Anna va perdiendo la esperanza de que las negociaciones lleven la paz a Ucrania. "Rusia lo que quiere es que dejemos nuestros territorios de Crimea, Lugansk y Donetsk, que retiremos todas las armas y no pensemos en entrar a la OTAN. También que dejemos de organizar el ejército ucraniano…. Es decir, quiere que tomemos la decisión de que hemos perdido", analiza la joven en su diario.

Los días pasan y empiezan a estar desabastecidos en su pequeño habitáculo. "Mañana por la mañana iremos a otro sitio a comprar medicamentos para los abuelos, porque hoy no hemos conseguido comprar nada", lamenta el 5 de marzo. "Hoy a las 10.00 tenía que venir el tren para sacar a la gente de Irpin, Bucha y los pueblos cercanos. Pero cuando iba hacía Irpin lo han explotado y se salió de las vías de tren. Así son los pasillos verdes para la gente civil", agrega en la misma misiva.

"Esto no es una guerra, es un genocidio de ucranianos", asevera Anna, que recoge en sus textos las acciones más crueles del ejército ruso. "Están pillando gente para hacer un muro humano y ponerlo delante de los tanques para entrar en Kiev. También han cogido en hospital de la gente que está mal psicológicamente, que son 60 personas", relata.

Y cuando parece que no puede ir a peor, la situación sigue agravándose. "En Irpin Bucha y Gostomel no dejan que entre ni agua ni comida ni medicamentos. No hay cobertura ni gas para calentarse. Tampoco dejan salir a la gente. Ayer mataron a una familia de dos padres y dos niños cuando querían salir, ya estaban en la salida de Irpin. A una amiga mía, saliendo anteayer con el coche, también le dispararon. Han podido escapar, han tenido esa suerte", describe el 7 de marzo.

Rosa y Anna en el metro de Kiev, ahora convertido en un refugio. EE

"La casa de mis padres salió ayer en la tele. Está sin puertas y ni ventanas. La de al lado está toda quemada. Los qué se han quedado en Irpin, Bucha y Gostomel no tienen señal porque no tienen ni cobertura ni luz para cargar el teléfono. Los padres de mis amigos están ahí todos, la última noticia era que les están sacando de los sótanos y metiendo al cautiverio ruso, o no se sabe que pasa con esta gente", agrega en esa misma carta sobre sus "12 días de infierno".

Al día siguiente tampoco mejoran las cosas. "Hoy ya son 13 días sin comida, sin agua, con temperatura a menos 3 grados, en un sótano húmedo y sin luz. Hoy ha perdido la vida el primer niño por no tener agua para beber en Irpin. No les dejan salir ni para comer ni para hacer sus necesidades", explica, y denuncia que, en 2022, "la esclavitud sigue". "Todos tenemos un dueño", lamenta.

Su última carta la envía el 14 de marzo, con una profunda reflexión. "El mundo para mí no será el mismo. Qué injusta que es la vida con personas con grandes corazones y voluntad de vivir. Sólo queremos una vida normal, pero no a expensas de la libertad", concluye.

Anna podría salir de Ucrania, pero se encuentra ante la difícil decisión de hacerlo sin su pareja, ya que los hombres tienen prohibido abandonar el país. "Desde aquí les hemos tendido la mano para que vengan todas las mujeres, pero tenemos que entender su decisión", explica Rosa desde Cofrentes.

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