Josep Piqué era ministro de Asuntos Exteriores hace justo veinte años, en el verano de 2001. Apenas semanas después le tocaría vivir, como jefe de la diplomacia española, los atentados del 11-S en Nueva York y poco después el inicio de la guerra de Afaganistán tras la invasión de EEUU.

Dos décadas después, y ya retirado hace tiempo de la política activa, el que también fuera portavoz el Gobierno de José María Aznar y luego líder del PP en Cataluña analiza con espíritu crítico, en una entrevista de urgencia con EL ESPAÑOL desde su lugar de veraneo, el abrupto final de una intervención militar que contó con el apoyo del Gabinete al que perteneció y que ha pasado por las manos de hasta cuatro presidentes norteamericanos.  

¿Estamos ante una derrota, ante un fracaso...?

Es difícil encontrar una palabra que describa mejor la situación que la de fracaso. Una derrota, en términos estrictamente militares, no se ha producido, pero sí un fracaso político, sin ningún tipo de paliativo. Yo tampoco creo, como se está diciendo, que volvamos a una situación exáctamente igual que la de hace veinte años, pero sí que Occidente constata ahora por EEUU, como antes por el Reino Unido o por la URSS, que intentar dominar Arfganistán es una tarea imposible. 

Por el camino se han perdido muchísimas vidas, militares y sobre todo civiles, ha habido un retroceso brutal en derechos de los afganos y en particular de las mujeres, nos ha costado a todos muchos dinero, también a los españoles, además del coste en vidas humanas.

¿Cuál ha sido, exáctamente, el error de la retirada?

En el origen del error está de nuevo la escasa capacidad de Occidente de entender las sociedades no occidentales. Esto nos ha llevado a muchos desastres, Oriente Medio está plagado de ellos. Hemos pensado en sociedades no occidentales desde una perspectiva occidental, como si pensaran como nosotros, y no es así. En su día se trazaron fronteras con tiralíneas, sin tener en cuenta las divisiones lingüísticas o étnicas, o que en esas sociedades pesan más los clanes, por ejemplo, que otras consideraciones.

En realidad, el único que intentó entender todo esto fue el general David Petraeus [comandante de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF) entre 2010 y 2011 en Afganistán, antes de ser nombrado director de la CIA] pero los demás mandos, como también ha ocurrido en Irak, han tenido una aproximación muy simplista a sociedades que son muy distintas. Porque si no, no se puede entender cómo no más de cien mil milicianos, la mayoría de origen pastún, hayan podido hacer una ofensiva como la que han hecho. 

Sin entender todas estas cricunstancias es absolutamente ilusorio intentar crear un poder político alternativo que se comporte como en las sociedades occidentales, tratando de importar nuestro modelo. Llevamos veinte años gastando muchísimo dinero en un ejército que podría acercarse a los 300.000 efectivos. Lo que no se ha tenido en cuenta es que dentro de esos efectivos hay de todo, y que muchos responden más a fidelidades éticas, tribales o geográficas que a una conciencia nacional inexistente. 

Salvo el general Petraeus, los mandos estadounidenses han tenido una aproximación muy simplista a la realidad afgana.

¿Se puede decir entonces, mutatis mutandis, que los neocon americanos cometieron el mismo error de perspectiva que sus antagonistas los comunistas soviéticos, que como usted ha dicho también fracasaron en Afganistán?

Efectivamente. Estamos hablando, insisto, de tratar de imponer modelos, ya sea el totalitario o el liberal, de exportarlos a realidades sociales muy distintas a las que conocemos nosotros. Se pueden ganar incluso guerras, EEUU por ejemplo ganó en Irak, tomó Bagdad y derrocó a Sadam Husein, pero lo más importante es ganar las posguerras.

Josep Piqué y Aznar, en una imagen de archivo. EFE

En el caso de la URSS, trataron de asegurarse la estabilidad de sus repúblicas limítrofes con Afganistán, con una mentalidad muy propia de la Guerra Fría. En el caso de EEUU, se veía la intervención allí dentro de la perspectiva de la guerra contra el terrorismo.  

Yo hace veinte años no veía las cosas como las veo hoy, creo que son mucho más complejas. Por supuesto, el problema de Afganistán no empezó hace veinte años, cuando se fueron los soviéticos lo que se produjo allí fue una auténtica guerra civil. Como digo, Petraeus fue el único que supo ir más lejos en un análisis complejo y sofisticado de la realidad. En Afganistán no había ni hay instituciones ni hay conciencia nacional. Todos querían evitar un Saigón [la derrota de EEUU en Vietnam] pero mire lo que estamos viendo estos días. 

Usted hace veinte años tenía relación con las autoridades de EEUU, incluido el presidente George W. Bush...

Sobre todo con Colin Powell [entonces su homólogo como Secretario de Estado]

¿Qué idea tenían de la operación a largo plazo?

Lo primero, evidentemente, era terminar con una importante base territorial para Al Qaeda justo después del 11-S. Una más de las bases territoriales que ha tenido en toda su historia, ya que no olvidemos que se trata de una red global. 

Era el espíritu de la época, el decir: vamos a aprovechar esta circunstancia para terminar con el régimen y construir unas instituciones que permitan a los afganos gobernarse. Esa creencia estaba allí, pero toda la operación, incluso intelectualmente, se desmorona. Finalmente estamos ante una retirada vergonzante y vergonzosa, que deja una situación comprometidísima. 

Occidente se marcha de Afganistán, pero las fronteras quedan. Ahora estamos viendo cómo Rusia se está moviendo muy rápidamente, porque quiere evitar a toda costa que haya una especie de contaminación hacia Tayikistán o Uzbekistán, su antigua zona de influencia. Hay ya maniobras conjuntas en la frontera. Y en cuanto a China, aunque no hace frontera, intenta aprovechar esa retirada para ampliar su área de influencia en su claro afán por ser la nueva superpotencia. Todo ello sin olvidar lógicamente a Pakistán, que claramente ha tenido connivencias históricas con los talibanes, y tampoco a Turquía.

Lo que ha hecho Biden no es muy distinto de lo que hizo Trump, e incluso Obama.

Usted, que conoce la sala de máquinas de un ministerio como el de Asuntos Exteriores, ¿cómo se organiza la evacuación de los centenares de españoles que están en Afganistán?

No me atrevo a opinar, Exteriores y Defensa están trabajando para que la evacuación sea lo más rápida posible. No comparto la crítica de que nos ha pillado por sorpresa. A todo el mundo le ha pillado por sorpresa, piense que hasta anteayer Ganhi [Ashraf, el presidente afgano huido] hacia un llamamiento a la resistencia y al día siguiente se exilia. El Gobierno español está haciendo lo que el resto de gobiernos occidentales.

¿Cómo valora la actuación de Biden?

[La entrevista se realiza horas antes de la primera intervención del presidente de EEUU] Ha tomado la decisión pensando en la opinión pública norteamericana. Cree que los beneficios de finiquitar una guerra interminable y acabar con las bajas humanas y costes económicos que conlleva van a ser mayores que los costes que se puedan asociar a dejar a una parte importante de los afganos a merced de la venganza de los vencedores. Hay que tener en cuenta el cansancio de la sociedad americana de las intervenciones en el exterior, Irak, Siria, etc. 

A la Administración Biden le va a costar explicar lo que está sucediendo, pero su posición no es distinta de la de Trump, si bien su antecesor fió la retirada a una negociación con los talibanes. E incluso a la de Obama, que no olvidemos que fue el que inició el repligue, con el argumento legítimo de que EEUU ya había hecho su trabajo y se tenía que ir. Recuerde que Obama hablaba de una "guerra justa", la de Afganistán, y otra "injusta", la de Irak. 

En esta entrevista ha dicho que no piensa igual que hace veinte años, cuando formaba parte del Gobierno de José María Aznar. ¿Cree que el expresidente piensa lo mismo?

No sabría decirle, no he hablado con él. Pero creo que esa reflexión autocrítica nos la tenemos que hacer todos, aunque solo sea por el desastre del resultado de la operación.

 

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