La hija de Antonio Ramírez Infante había bajado aquella tarde a jugar al patio con sus amigas, las hijas de los otros guardias del cuartel. Por la mañana, la del 29 de mayo de 1991, a Antonio le había tocado trabajar. En la comarca se celebraba una prueba ciclista y salió a vigilar las carreteras con sus compañeros de la agrupación de Tráfico de la Guardia Civil. De tarde descansaba, pero en aquellos días su mujer se estaba sacando el carné de conducir en una autoescuela a la que solía asistir en la localidad vecina de Manlleu, a 10 kilómetros de Vic, así que decidió acompañarla.

Regresó a casa abatido y cansado poco antes de las siete de la tarde. Ese día se jugaba la final de la Copa de Europa entre el Estrella Roja y el Olympique de Marsella. Su intención era verla, pero le dolía la cabeza y quería recuperar energías tras la dura jornada. Así que en lugar de echarse en el sofá del salón, el joven guardia de 29 años decidió tumbarse directamente en la cama del dormitorio. Su mujer estaba aparcando el coche, la niña se quedó fuera, y él a la hora del partido se levantaría para verlo. 

Apenas se había tumbado cuando se produjo la explosión.

La deflagración reventó la puerta del cuarto. Al asomarse comprobó cómo había caído a plomo toda la fachada del edificio. "Si hubiese estado en el salón habría quedado enterrado en escombros, porque cayeron los tres pisos que teníamos encima", recuerda a EL ESPAÑOL, cuando se cumplen 30 años de aquella tragedia.

De izquierda a derecha, el teniente Antonio Ramírez Infante, el guardia José Luis Jiménez Madera y el guardia Salvador Rodríguez Caña. Cedidas a EL ESPAÑOL

Salió a la calle y se asomó al desastre. El cuartel se había venido abajo. Solo había humo y gritos. La primera persona con la que habló fue un patrulla que estaba de apoyo en el lugar.

-¿Habrá sido el depósito de gasolina de un coche?, le dijo.

Dice que vio un Peugeot 309 ardiendo y que no lograba reaccionar del shock. "Estaba tan aturdido en ese momento que no me acordé de que el patio estaba lleno de escombros. Y que allí estaba mi hija jugando".

Instantes después localizó a su mujer: "Me decía: ¡la niña, Antonio!, ¡la niña, la niña! Bajé al patio a buscarla y empezamos los dos a buscar como locos. Un compañero la localizó, y me dijo tu hija está aquí. Estaba enterrada debajo de los escombros".

Tenía la cara hinchada y cubierta de sangre. No reaccionaba y por eso al principio pensaron lo peor. Aunque de camino al hospital la niña reaccionó, decidieron ingresarla en la UVI. Durante largos minutos Antonio creyó que su hija estaba muerta.

Junto a ella dice que había otros dos niños que murieron y una tercera a la que la bomba, un coche cargado con doce bombonas de dieciocho kilos de amonal cada una que explotó en el patio del recinto, le amputó la pierna.

ETA consumaba aquella tarde una nueva masacre, una de las mayores aquellos años. Asesinó a 10 personas en aquel atentado del que han pasado tres décadas. Se llevó, entre ellas, las vidas de cinco niños. Sus nombres eran Juan Salas Píriz (48 años), Maudilia Duque Durán (78), Juan Chincoa Alés (30), Nuria Ribó Parera (de 21), Rosa María Rosas Muñoz (14 años), Francisco Cipriano Díaz Sánchez (17 años), Vanesa Ruiz Lara (11 años), Ana Cristina Porras López (10 años), María Pilar Quesada Araque (8 años) y Ramón Mayo García.

Otras 44 personas resultaron heridas. Ahora los supervivientes hablan. 

Madera y su hija

La suerte, o la casualidad, quiso que aquella tarde el guardia José Luis Jiménez Madera, 'Madera' para los compañeros, 24 años en aquel entonces, estuviera en el pabellón de la casa cuartel con su mujer y su hija viendo una película en la televisión. Aún recuerda cómo su hija le dijo que quería bajar al patio a jugar con el resto de sus amigas. 

Él y su mujer le dijeron que bajaría pero cuando terminase la película: "Si no, lo normal es que estuviera allí, porque las niñas salían todas por la tarde a jugar, y nosotros bajábamos también y pasábamos el rato charlando con los compañeros. Y menos mal que ese día no bajó". 

"Lo primero que pensó mi mujer fue que había sido un escape del gas butano. Yo le dije que de butano nada. Que eso era una bomba". Fuera había humo, desolación, sirenas chillidos y escombros. Nada en aquel solar devastado había escapado a la onda expansiva. Hasta las escaleras del portal de su casa se habían volatilizado.

Madera bajó con su hija en brazos. Un cristal roto le había cortado la cara a la pequeña. Tras ponerla a salvó accedió al patio y se puso a levantar piedras para buscar supervivientes. Los compañeros decían que faltaban niños. "Estaban debajo de los cascotes".

Fotos sospechosas

Salvador Rodríguez Caña tiene ahora 49 años. Un año tan solo en el cuerpo y ya vivía su primer atentado. La familia de su pareja enterraba aquella jornada a la abuela de la familia. Y el padre venía del entierro y lo fue a recoger a la estación de tren. Comieron y ya de tarde estaba de servicio. 

Apenas le faltaban 2 meses para cumplir los veinte años. Era poco más que un niño y ya se encargaba de custodiar la entrada principal del cuartel. Estaba siendo una tarde más en Vic. "Era un cuartel en el que, a nivel de violencia, nunca había pasado nada -señala-. Era una ciudad en la que desde luego había siempre ambiente independentista, pero nunca tuvimos esa sensación del País Vasco aquellos años, esa sensación de que en cualquier momento te podían meter una bomba. No se palpaba eso en el ambiente".

Instantes antes de que la bomba estallase alguien había abandonado el cuartel y la puerta se quedó abierta. Fue ese el momento que aprovecharon los terroristas para empujar desde la calle el coche bomba, con la marcha atrás bloqueada, hacia el interior del patio del destacamento de la Benemérita. 

Estado del cuartel después del atentado de ETA. EFE

Una vez descendió por la rampa, el terrorista Juan Carlos Monteagudo activó el explosivo con un telemando. "Tenían que tenerlo controlado. Un terrorista es un cobarde porque actúa a traición. Su objetivo  es causar el terror y matar. Esperaron hasta poder hacer lo que querían. Y somos nosotros luego los que quedamos como villanos".

El número de víctimas fue tan elevado que se colapsó el Hospital General de Vic. Tantos eran los destrozos que algunos heridos tuvieran que ser evacuados en helicóptero a centros hospitalarios de Barcelona. 

Días antes del ataque, rememora Salvador, había detectado movimientos sospechosos. "Estaba de servicio con un compañero y vimos a una gente echándole fotos al cuartel desde la calle. Le dije al compañero: espérate que voy a salir a mirar con el cetme". No lograron localizar al individuo que espiaba desde el exterior.



Salvador perdió allí al hermano de su novia. "Delito cometido: ser hijo de guardia civil". Él salió herido. Concretamente, le tuvieron que dar catorce puntos en el ojo izquierdo. Por ese globo ocular perdió más del 90 % de visión. Su pareja pasó varias horas enterrada bajo los escombros hasta que fue rescatada.

Joven pero con experiencia

Este agente que vigilaba en la puerta no fue el único que detectó movimientos sospechosos los días anteriores a la explosión de la bomba. Madera también era el encargado del servicio de puerta en el cuartel, que nunca se volvió a reconstruir. La noche anterior a lo ocurrido recibió en el teléfono de atención al ciudadano varias llamadas entre las 10 y las 11 de la noche.

"Una persona descolgaba el teléfono al otro lado de la línea, pero no decía nada. La primera y la segunda llamada no se escuchaba nada al otro lado -explica-. La tercera vez ya se escuchaba la voz de una mujer".

Pese a su juventud, 24 años en aquel momento, Madera llevaba ocho años de servicio en la Benemérita. A los 16 ya formaba parte del cuerpo, su padre también había pertenecido al Instituto Armado. "Me he criado en cuarteles, nací en un cuartel, el de Quintana de la Serena (Badajoz), y casi muero en uno de ellos", exclama.

A los 21, en 1988, vivió en sus propias carnes el primero de los dos atentados. Estaba destinado en Llodio, Álava. Llevaba un año allí. Era 14 de marzo. "Los hijos de los agentes venían sangrando de casa al cuartel. Les pegaban en el colegio y les decían que tenían que acabar con ellos, que también se convertirían en txakurras (perros), como sus padres".

La casa cuartel de la Guardia Civil fue atacada aquella anoche con varias granadas de carga hueca. Dos etarras las arrojaron desde una furgoneta que pasó por la puerta del recinto. Ocho de ellas impactaron en el edificio. "A cada lado de la avenida, dos terroristas se pusieron uno a cada extremo, armados para que nadie pasara. En los bares sacaron champán. Nadie llamó, cohetes, petardos, cuántos harán muerto, decían. Y celebraban".

Los compañeros registraban la zona pero Madera y sus compañeros intuían que los etarras no se habían marchado del pueblo. "No han huido, están en Llodio, arropados por el pueblo". Su mujer estaba embarazada. "Del susto del atentado, dio a luz antes de tiempo", dice. Al tiempo se marcharían a Vic, donde jamás esperaban que pudiera ocurrir algo similar. 

Los tres agentes que hablan en este reportaje son supervivientes que con el tiempo tuvieron que dejar su puesto en el seno de la Benemérita. Antonio dice que no quería salirse del cuerpo pero años después se tuvo que retirar. "Te deja marcado para toda la vida. Los días siguientes fueron muy duros. En aquella época no había ni psicólogos, y cada uno se fue a donde pudo. No hay día que yo no piense en eso.

Salvador ha encadenado todo tipo de trabajos. Entre ellos fotógrafo y entrenador de fútbol. Madera padece de vértigos, insomnio y pérdidas de memoria. Cuando habla con el reportero lleva 3 días sin dormir. Tras aquello solicitó el traslado y se marchó a Oropesa del Mar (Castellón). Sigue viviendo allí. En 1999 pasó a la reserva. "Todavía sueño con el cuartel , con los compañeros de entonces -lamenta-, me acuerdo de los nombres y apellidos, de los coches que tenían cada uno, y sin embargo no sé lo que comí ayer, ni lo que desayuné esta mañana".

Cuando tiene tiempo y puede viajar, Madera se acerca a Vic y entra en el cementerio de la localidad para pasar un rato por las tumbas de los fallecidos en el atentado. "Voy allí y les rezo. Les hago compañía. Estoy un rato con mis niños".

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