La campaña empezó por donde se esperaba. Apenas llevábamos 24 horas de carrera, cuando Ángel Gabilondo decidió poner en duda los datos que daba la Comunidad de Madrid y hablar del exceso de mortalidad durante la pandemia, que no le cuadraba con las cifras oficiales.

Gabilondo continuó con su ataque a la gestión de Díaz Ayuso pocos días después en el debate de Telemadrid, lo que aprovecharon Mónica García y Pablo Iglesias -este, al menos, con un mayor conocimiento de las cifras- para unirse al ataque. Sorprendente fue que la presidenta no contestara con información, sino con apelativos morales –"mezquino" es su favorito- aunque solo sea porque tiene de sobra para desmontar los ataques.

La situación de la Covid-19 en Madrid ha sido compleja desde la primera semana de estallido de la crisis, cuando precisamente Díaz Ayuso ordenó el cierre de los colegios inmediatamente después de que lo hiciera el Gobierno vasco en Vitoria. Por entonces, limitar la movilidad y los eventos multitudinarios eran de derechas y "no dejarse vencer por el miedo" era de izquierdas.

Madrid pronto se convirtió en el epicentro informativo de la pandemia en España y uno de los lugares más afectados de Europa. Con los hospitales colapsados, sabemos que se negó la derivación de numerosos ancianos y dependientes, que murieron en sus domicilios o residencias. No nos lo tiene que explicar nadie porque, insisto, lo sabemos. Quién fue el culpable de todo aquello escapa a este artículo, pero el caso es que en lo que se arrojan los muertos unos a otros, estos quedan sin el reconocimiento necesario.

Según la propia Comunidad de Madrid, en esta primera ola, hasta el 4 de mayo que empezó la desescalada, en Madrid murieron 8.203 personas en hospitales, 4.355 en residencias sociosanitarias y 827 en domicilios. Cuando Gabilondo apela al "exceso de mortalidad" para insinuar desinformación es porque desconoce que estos datos existen y que cuadran prácticamente al dedillo con los citados excesos registrados tanto en el MoMo como por el INE.

Tampoco cuenta que si tenemos que andar con contabilidades paralelas a la del ministerio es, en primer lugar, porque el ministerio se empeñó en una definición de "caso" que dejaba al margen a cualquiera que no hubiera dado positivo en un test PCR y, en segundo lugar, porque no había tests PCR prácticamente para nadie, lo que explica que, para ese mismo período, el ministerio registrase tan solo 8.376 fallecidos en total.

Fallecidos con test o sospecha de Covid-19 de enero a mayo 2020, fuente: INE.

¿Fue Madrid, como se repite todo el rato, la comunidad con mayor mortalidad en esta primera ola? Como se puede observar en el gráfico superior, lo fue en números totales… pero no en relación con su población. Tampoco está claro hasta qué punto debería importar todo esto salvo que se quieran hacer unos Juegos Olímpicos con el número de muertos, pero el caso es que la comunidad donde más se cebó el virus, arrasando residencias de ancianos y saturando hospitales, fue Castilla-La Mancha y en concreto las provincias de Ciudad Real, Albacete y Cuenca.

Los excesos también fueron devastadores en regiones de Castilla y León como Segovia, Ávila o Salamanca. Algunas de estas comunidades las gobierna el PP con sus aliados en otras lo hace el PSOE con los suyos. Por mucho que se insista, el virus no parece entender de ideologías.

En cualquier caso, hablamos de unos números totales que estremecen a cualquiera y que en esta primera ola supusieron el 33% del exceso de mortalidad detectado en España. Muy por encima del 16% de población que representa Madrid dentro del total del país. Ahora bien, cuando hablamos de la politización de la pandemia en Madrid, rara vez nos referimos a la primera ola sino a la segunda.

Los problemas empezaron en el medio, justo en la desescalada, cuando Madrid empezó a acusar a Sanidad de retrasar voluntariamente el paso de fases y Sanidad acusó a su vez a Madrid veladamente de falsear los datos. El desencuentro no hizo sino crecer en los siguientes meses hasta estallar en septiembre, a la vuelta de las vacaciones.

La apuesta improbable de Antonio Zapatero

La segunda ola asomó la patita en Lleida y Huesca durante el verano para acabar cebándose con Madrid a lo largo del mes de agosto y, sobre todo, septiembre. Fue entonces cuando las hostilidades llegaron a su punto más desagradable. Es cierto que Madrid había dejado crecer la incidencia de 44,86 el 1 de agosto a 772,38 en poco más de un mes y medio.

En su momento, el consejero Ruiz Escudero achacó el problema a las vacaciones que se habían cogido los médicos, pero buena parte del caos venía provocado por el retraso inmenso en los resultados de las PCR. Durante aquellas semanas no era raro que tardaran tres o cuatro días para darte una cita y otros tres o cuatro para darte el resultado. En medio, la posibilidad de contagiar a otras personas, convivientes o no, se multiplicaba.

La bola de nieve fue cogiendo volumen y velocidad hasta que el 18 de septiembre, la presidenta Díaz Ayuso compareció con el por entonces vicepresidente Ignacio Aguado y el citado consejero de Sanidad, Enrique Ruiz Escudero.

El objetivo era anunciar una batería de medidas coordinadas por Antonio Zapatero, viceconsejero de salud pública, y llamadas a acabar con ese incremento cuanto antes. Toda la estrategia partía de una apuesta no probada científicamente, pero que no era ningún disparate: utilizar los test de antígenos como criterio casi definitivo no ya de si alguien estaba contagiado sino de si era capaz de contagiar.

En principio, estos test rápidos estaban pensados solo para sintomáticos, pero la Comunidad de Madrid compró millones para utilizar en cribados, lo que provocó la sorpresa de la mayoría de expertos, incluidos los del ministerio.

La apuesta consistía en asumir que, si un asintomático tenía tan poca carga viral como para no dar positivo en ese test, no era un peligro significativo a la hora de contagiar. ¿Podía haber excepciones? Desde luego, pero merecía la pena agilizar un proceso que estaba colapsando toda la sanidad madrileña y disparando sus cifras epidémicas.

Evolución de casos positivos de Covid-19 en la Comunidad de Madrid.

La idea era convivir con el virus y que este afectara lo menos posible al tejido social. No hablamos solo de economía sino de rutina. La presidenta ha hecho énfasis estos días en el concepto de "salud mental" y razón no le falta. Madrid se lanzó a un intento de normalidad que sabía que iba a tener consecuencias, pero confió en que detectando pronto y confinando las zonas más afectadas, se podrían mitigar mucho los daños.

Aparte, había un factor importante: el gobierno madrileño confió en que ya se hubiera creado una cierta inmunidad de grupo, sobre todo entre los grupos de riesgo. Al fin y al cabo, los estudios de seroprevalencia del ministerio afirmaban que el 18,6% de los madrileños presentaba aún anticuerpos que les defendían.

¿Tenía sentido aplicar las mismas medidas en Madrid, con esa barrera natural, que en otros lugares? El gobierno local decidió que no, que merecía la pena arriesgar. Por supuesto, el ministerio puso inmediatamente el grito en el cielo. De esta polémica surge otro de los grandes malentendidos cuando hablamos de la pandemia en Madrid: la contabilidad de los casos, siempre puesta en duda, y con razón.

El otro día, Ángel Gabilondo hacía suya la sospecha extendida entre la izquierda de que Madrid colocaba casos a posteriori como una manera de rebajar su incidencia. Hay mucho de bulo en esa afirmación… pero también de torpeza por parte de la Comunidad.

En realidad, Madrid siempre siguió el criterio del ministerio. Es más, Sanidad fue quien nos descontroló primero a todos fechando los casos no ya por día del resultado sino por día de la toma de la muestra, lo cual, de hecho, tiene más sentido epidemiológico. Sigue siendo así, pero ahora no hay los retrasos que había en septiembre y octubre.

El caso es que, en el momento en el que los resultados tardan cinco, seis o siete días en saberse, obviamente tardan esos mismos cinco, seis o siete días en incorporarse a la serie. Hasta ahí, la Comunidad de Madrid no tiene culpa de nada.

El problema es que, a la vez, su informe diario, referencia informativa de todos los medios y analistas, fechaba mal esos resultados y colocaba el positivo en el día de la primera consulta médica. Así, uno podría haberse sentido mal el 23 de abril, haberse hecho un test negativo y en ese mismo momento ya entraba en el sistema. Si esa misma persona luego se hacía otro PCR el 21 de septiembre y daba positivo, el sistema ubicaba ese positivo en abril, lo cual rozaba el escándalo.

¿Había mala fe en este proceso? Me atrevería, por lo consultado, a decir que no. Hasta el mes de diciembre, nadie en la consejería se dio cuenta de ello e inmediatamente fue modificado. En los últimos cuatro meses, no ha habido problemas al respecto.

Surfeando las olas

Todo este batiburrillo lo aprovechó a la perfección el ministerio para afirmar que Madrid estaba mintiendo con los datos, que era incapaz de contener la pandemia y, en consecuencia, ordenar la implantación exclusiva del estado de alarma en esa comunidad. Fueron los días de las intensas negociaciones entre Miguel Ángel Rodríguez e Iván Redondo, con sus idas y venidas.

En realidad, la Comunidad nunca mandó mal los datos al ministerio porque este calcula la incidencia acumulada por fecha de resultado, no de toma, y ahí los números cuadraban perfectamente. De hecho, el informe epidemiológico semanal de la propia Comunidad coincidía por completo con el de Sanidad.

En otras palabras, tanto Fernando Simón como Salvador Illa sabían que Madrid no estaba mintiendo cuando salieron a rueda de prensa a insinuar abiertamente que lo estaba haciendo con fines políticos. El asunto es que tanto tardaron entre negociaciones y reuniones que, para cuando efectivamente se implantó el cierre de Madrid, los resultados ya estaban mejorando y mucho.

El plan Zapatero había funcionado. De hecho, cuando llegó la verdadera segunda ola al país, a partir del puente del Pilar, a Madrid le pilló en pleno descenso, hasta el punto de que en noviembre ya tenía los mejores datos de toda la península.

Datos epidemiológicos del 20 de noviembre.

Cuando se habla de la cantidad de muertos que ha dejado el coronavirus en Madrid y se arrojan sin más a la Comunidad, se obvia que ese problema no se dio en la segunda ni en la tercera ola, es decir, las que gestionó Díaz Ayuso. En ambos casos, murieron en Madrid muchas más personas de las que nos habría gustado y cabe preguntarse si fueron muchas más de las que habrían muerto con otra clase de medidas, pero el "modelo sueco" ya estaba en marcha y no iba a pararse.

Del 1 de septiembre de 2020 al 24 de abril de 2021 han muerto en Madrid 6.243 personas, lo que supone un 12,88% del total en España en ese período, una cifra bastante por debajo de su población y que, por lo tanto, supone un dato positivo.

Las cifras sanitarias empezaron a quedar solapadas inmediatamente por las económicas. Aunque sorprendió que en el pasado debate ni Mónica García ni la propia presidenta se pusieran de acuerdo sobre dichas cifras y no supieran siquiera de dónde habían salido, el caso es que Madrid siempre ha presumido de haber "salvado" la economía propia y la española por derivación. ¿Es esto cierto? En 2020, el PIB de Madrid cayó un 10,3%, es decir, en la línea del resto del país (11%).

Ahora bien, casi toda esa caída hay que situarla en el segundo trimestre. En el cuarto se produjo una subida del 4,4%, la más alta de toda España. En cuanto al empleo, de marzo de 2020 a marzo de 2021 se ha visto un incremento en la tasa del paro del 21,41% por el 11,29% de la media nacional. La tendencia del último mes es positiva, pero habrá que esperar a que se regularice la situación de los ERTE para sacar conclusiones.

La cara oculta del "milagro"

Lo sucedido en Madrid durante estos meses no es un "milagro" en el sentido de un acto mágico e incomprensible. Tiene sus actores y sus razones, nos convenzan o no. Tampoco es un "milagro" en el sentido que quieren darle los partidarios del gobierno regional. Tirar muertos a la cara es ridículo porque, efectivamente, el viceconsejero Zapatero tenía razón: ha habido suficiente inmunidad entre los grupos de riesgo como para evitar nuevas morgues. De hecho, la incidencia acumulada a 14 días no ha superado los 1.000 casos por 100.000 habitantes en ningún momento de la gestión autonómica de la pandemia.

Ahora bien, el problema no está ahí. El problema está en la base. Desde mediados de agosto, Madrid no ha bajado de una incidencia de 180, que vienen a ser unos 1.000 casos al día. Eso, en sus mejores momentos. No es algo exclusivo de Madrid: en Cataluña, las cifras son muy semejantes con medidas muy diferentes.

Esa base de contagios diarios que se renueva día tras día hace que la sanidad madrileña esté completamente descosida. Una cosa es la abstracción del debate político y otra cosa es vivir en Madrid: los centros de salud sin personal suficiente, sin coger llamadas, las citas retrasadas, las listas de espera…

Un número constante de contagios tan altos supone un número constante de hospitalizados -aproximadamente el 10%- y de camas UCI ocupadas. Cuando las cosas van bien, en Madrid entran cada día unas 10-15 personas nuevas en UCI. Cuando van mal, se dispara a 50-60. Teniendo en cuenta que las estancias en UCI con esta enfermedad suelen ser largas, el colapso está servido.

De hecho, cuando Madrid superó el 35% de ocupación Covid en sus UCI ya ampliadas, el resto de comunidades se llevaron las manos a la cabeza y eso justificó que Sanidad tomara los mandos. Nos hemos acostumbrado a esa anomalía hasta el punto de que Madrid ha superado ese porcentaje prácticamente todos los días desde el 14 de enero.

Evolución asistencial de la Comunidad de Madrid.

Por ponerlo en números redondos, que siempre es más fácil: Madrid lleva 103 días con al menos 400 personas en UCI solamente por Covid, según los datos que la consejería pasa al ministerio. Eso obliga a los hospitales a sobrevivir y no a funcionar como deben. Aplazamientos de operaciones no urgentes, problemas para la detección temprana de enfermedades graves y reconversión de un personal ya agotado en labores de intensivistas.

Cuando Mónica García se queja de todo eso, no lo hace (solo) por interés político. Ella trabaja en eso y sabe lo que es. Ella forma parte de ese 1% perjudicado que permite que el 99% restante vivamos en un simulacro de normalidad.

En términos electorales, sin embargo, la solidaridad funciona mal. Díaz Ayuso puede presentar una gestión que ha permitido que la economía no crezca, pero tampoco se derrumbe y que no ha provocado el apocalipsis sanitario tantas veces anunciado. Es difícil votar pensando que a lo mejor tienes un cáncer y no te están atendiendo a tiempo o que serás uno de los dos mil que mañana se levantará y a lo largo del día dará positivo en una prueba diagnóstico de Covid-19.

Llevamos un año sobreviviendo y le pedimos a nuestro candidato que no nos lo recuerde, que tire para adelante. Si eso es lo correcto o no, queda para cada uno. Los datos están ahí y son tozudos. Lo que queda son las interpretaciones, y con las interpretaciones, claro, la manipulación.

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