Barcelona

Con el libro de Javier Cercas (Cáceres, 1962) sucede algo extremadamente paradójico. Es, sin duda, el texto más leído sobre el 23-F, pero relata justo lo contrario a la versión oficial: la sociedad española no mostró firmeza y arrojo contra el golpe. Partidos políticos, sindicatos, Conferencia Episcopal, empresarios, universidades... Nada. Silencio.

La gente -incluyendo aquí desde el pueblo llano hasta los poderes fácticos- estuvo en su casa esperando a que la asonada fracasara... o triunfara. Cercas suele elegir una confesión del presidente Leopoldo Calvo-Sotelo para ilustrarlo: si el golpe hubiera prosperado, la manifestación del día siguiente no habría sido "viva la democracia", sino "viva el general Armada".

Han pasado cuarenta años desde aquel 23 de febrero. Once desde la publicación de Anatomía de un instante (Literatura Random House), que fue fruto -como suelen ser los mejores libros- de una obsesión. El narrador vio "trescientas mil veces" las imágenes que una cámara grabó en el Congreso aquella tarde.

"Suárez recostado contra el cuero azul de su escaño de presidente mientras las balas zumban a su alrededor, solo, estatuario y espectral en un desierto de escaños vacíos". Ese es el arcano de estas páginas.

Javier Cercas es hoy un tipo sentado en el salón acristalado de un hotel. Centro de Barcelona. Un novelista a punto de publicar su último trabajo, Independencia (Tusquets). Javier Cercas era el 23 de febrero de 1981 un adolescente que discutía con su padre a cuenta de Adolfo Suárez, al que consideraba un "escalador del franquismo, un reaccionario, un chisgarabís". El futuro escritor veía en Suárez a su padre. O a su padre en Suárez. Y por eso escribió el libro: para entender a uno a través del otro.

Cercas toma café. El ritmo de su cucharilla es como el de la ametralladora que invadió el hemiciclo: rápido, impetuoso. "¡Espera, espera!", dice cuando se le interrumpe. Pero no con altivez, sino porque, cuando del 23-F se trata, una pista menos puede llenarlo todo de oscuridad.

“Por una vez la realidad me importaba más que la ficción”. Eso, viniendo de un novelista, supone casi transgredir lo sagrado. ¿Qué le pasó con el 23-F?

Empecé a escribir “Anatomía de un instante” cuando me obsesioné con esa imagen de Adolfo Suárez… Sentado en el escaño, desobedeciendo la orden de los golpistas, con las balas zumbando alrededor. Lo que pasa es que, al sumergirme en un océano de libros, información y entrevistas, me di cuenta de que una mera ficción no tenía sentido. 

¿Por qué? 

Porque el golpe del 23 de febrero ya es una ficción en sí mismo. Se trata del mito fundacional de la democracia española. Y un mito, como todo el mundo sabe, mezcla realidad y ficción, verdades y mentiras. La realidad de lo que ocurrió estaba literalmente enterrada bajo una montaña de medias verdades, simples mentiras y teorías insensatas acumuladas a lo largo de décadas. Quise desenterrarla.

Hablamos de una “novela sin ficción”. 

Eso es. Una novela sin ficción, cosida a la realidad. Reconozco que es un libro raro. Porque tiene algo de Historia, de ensayo, de crónica…

¿Cómo se generó la montaña de mentiras que sepultó la realidad del 23-F? 

Empezaron los propios golpistas. A lo largo del año entero que duró el juicio, se dedicaron a contar mentiras sin parar. Algunos periodistas, con muchas prisas y pocos escrúpulos, las reprodujeron. Por eso adoro a los buenos periodistas y detesto a los malos. No hay nada más necesario que un buen periodista y nada más nocivo que uno malo. Por último, y no menos importante: la imaginación popular. En 1981, creíamos que éramos europeos, que vivíamos en un país fantástico y, de pronto, convergieron todos los demonios de nuestro pasado. 

Se abrió la Caja de Pandora.

Eso es. Un tipo con sombrero, como salido de un poema de Lorca, pegando tiros en el Parlamento… Creo que un norteamericano es aquel que guarda una teoría sobre el asesinato de Kennedy. ¿Qué es, entonces, un español? Alguien que alberga un secreto sobre el 23-F. Quien no tiene una teoría oculta sobre el golpe no es español. Hablo completamente en serio. Porque el 23-F es también una neurosis colectiva.

Siempre le ha atraído la frontera que separa la realidad de la ficción. El 23-F refleja de manera muy poderosa que esa línea es muy delgada. Ahí va un ejemplo: muchos españoles creen haber visto en directo la irrupción de Tejero en el Congreso, pero esas imágenes sólo circularon una vez liberados los diputados.

Hay mucha gente que cree que vio esas imágenes en directo. ¡Hasta el presidente Leopoldo Calvo-Sotelo cuenta en sus memorias que se emitieron a tiempo real! Juan Marsé también lo dijo en un artículo. Podríamos poner miles de ejemplos. ¿Lo ve? Es una gran neurosis colectiva. También una gran ficción colectiva. Una obsesión para los españoles. Otro paralelismo con el asesinato de Kennedy es la existencia de un vídeo sobre lo sucedido. 

Usted se obsesionó con el vídeo del 23-F.

Sí, es verdad. Lo vi trescientas mil veces. El libro gira en torno al vídeo. Es el documento más importante de la Historia de España. Estoy dispuesto a discutirlo con quien haga falta. Partí de una base, la de “La carta robada”, de Edgar Allan Poe: el secreto está a la vista de todo el mundo. Basta con mirar. En las imágenes, está el secreto del 23-F. 

En el gesto radicalmente libre de Adolfo Suárez, Manuel Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo. 

Tres hombres que desobedecen una orden exigida a tiro limpio. Hay diputados de entonces que se enfadaron conmigo porque interpretan que les llamo cobardes por haberse tirado al suelo. Nada más lejos de la realidad. Lo normal era tirarse, ¡lo extraordinario es que esos tres no lo hicieran!

El libro insiste mucho en ese gesto, en su carácter extraordinario.

Ninguno de aquellos tres artífices fundamentales de la Transición se había educado en democracia. Suárez, primero falangista, luego secretario general del Movimiento. Gutiérrez Mellado, un militar que había hecho la guerra con Franco. Carrillo, un comunista que había hecho la guerra en el otro lado y que había sido estalinista. Cuando llega el momento de la verdad… 

Se la juegan.

Se juegan la vida por la democracia. Un gesto de rebeldía total. En ese momento, ¡justo en ese momento!, acaban dos siglos de intervencionismo militar y empieza de verdad la democracia. Ahí terminan la Transición, el franquismo y la guerra civil. Porque el franquismo no fue la paz, sino la prolongación de la guerra por otros medios. Borges decía: “Hay un momento en el que el hombre sabe quién es”. En ese momento, Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado supieron quiénes eran. Nuestro país supo quién era.

Con el 23-F, el recuerdo de la Guerra Civil fue inmediato para la mayoría de los españoles

En los colegios, en las universidades y en los periódicos se acuñó muy pronto una versión oficial del 23-F, que podría resumirse así: la sociedad española en su conjunto se comportó de forma ejemplar y se opuso al golpe con firmeza. Pero no fue así. Las calles estaban vacías. 

Quizá sea lo más duro que explico en el libro, pero lo más obvio al mismo tiempo. Es una puñetera obviedad. La verdad, como le decía, está a la vista, casi nunca escondida. Todos tenemos una anécdota personal del golpe, la mía refleja muy bien esto de lo que estamos hablando. La ausencia de resistencia. 

Lo de la universidad y la chica, ¿no? Ni siquiera los adolescentes revolucionarios, como usted entonces, salieron a defender la democracia. Lo suyo fue un “propósito libidinoso”. 

Llegué a casa y mi madre estaba escuchando la radio. Me dijo: “Está pasando esto”. Era un golpe de Estado flagrante. Intenté salir y ella me agarraba: “No te vas”. Para su generación, para la inmensa mayoría de españoles, el recuerdo de la guerra fue inmediato. Se dice que la Transición fue un pacto de olvido. Falso. Fue exactamente lo contrario.

Un pacto de recuerdo. 

La gente recordaba la guerra y no quería que se repitiese. Nadie lo quería, ni la izquierda ni la derecha. Hoy, la gente se ha olvidado de la guerra y por eso hay tantas tonterías.

Usted salió a la calle aquel día.

Salí incendiado por aquella chica que me gustaba y con las novelas revolucionarias en la cabeza. Cuando llegué a la universidad, no había nada. Silencio. Me encontré a la chica sola, esperando en el autobús. 

Por lo menos encontró a la chica.

Sí, sí -se ríe-. Pero quiero decir: hubo resistencia cero. Esa fue la realidad en toda España. Hay gente que se lo toma muy mal. Pero, ¿dónde estuvo la resistencia? ¿Qué hicieron los empresarios? ¿Los sindicatos? ¿La Conferencia Episcopal? ¿Los partidos políticos?

La cuestión es: ¿por qué no hubo resistencia?

Hay varias explicaciones. Una ya la hemos mencionado: el recuerdo de la guerra. Otro factor muy importante: cuando se celebraron las primeras elecciones generales, en 1977, el nivel de aprobación de la democracia era, según las encuestas, de más del 90%. En 1981, esa cifra había caído en picado, hasta el 30%. Podemos discutir si el sondeo se refería a la democracia en general o a su funcionamiento, pero el dato es inapelable.

Los días del “desencanto”, esa fue la expresión acuñada por los periódicos. 

La gente, cuando se acabó el franquismo, tenía una idea de la democracia como la que algunos tienen ahora: “Si a Pablo Hasél lo meten en la cárcel, esto ya no es una democracia”. No, oiga, no. Muchos creían que con la llegada de la democracia iban a ser tan guapos y ricos como Brad Pitt y Angelina Jolie. La democracia no es el paraíso, sino el mejor sistema que hemos encontrado.

El menos malo de los conocidos, en expresión de Churchill.

Sí. Es que la decepción a principios de 1981 era enorme; y la situación, objetivamente mala. Una crisis económica muy potente, ETA mataba más que nunca, el Gobierno estaba desbordado… Esa carencia de entusiasmo, creo, hizo que la gente no saliera a la calle. No sabríamos qué habría pasado si se hubiera hecho. Quizá hubiese habido muertos, vete a saber. ¿Sabe lo que dijo Leopoldo Calvo-Sotelo? Y no es sospechoso de ningún radicalismo.

Diga.

Si llega a prosperar el golpe del general Armada, al día siguiente la manifestación no habría sido “viva la democracia”, sino “viva el general Armada”. Está todo dicho. Y lo dijo Leopoldo Calvo-Sotelo, eh, no Pablo Hasél.

Le gusta recapitular todo esto con lo que dijo el general Sanjurjo al ser juzgado por su golpe a la II República. Le preguntaron: “¿Quién le apoya?”. Respondió: “Si hubiera triunfado, todo el mundo. Usted el primero, señoría”. 

Claro. Es que eso es así desde que el mundo es mundo. ¡Franco fue dictador cuarenta años! Porque ganó la guerra. El golpe del 23-F estuvo a punto de triunfar. Eso de que fue una opereta también es falso.

Cercas, con el Premio Planeta. Cedida por Planeta.

Rompamos otro tópico. Esa versión oficial que le mencionaba encuadra el golpe como una maniobra de Tejero y algunos generales contra la democracia. Usted señala que los partidos democráticos alimentaron la “placenta” del 23-F. Explíquese.

Desde 1979, se actuó a cuchillada limpia contra Adolfo Suárez. Es el político más triturado de la Historia de la España reciente. Los partidos y su clase dirigente cometieron errores que propiciaron el golpe. Ojo, el golpe como tal fue estrictamente militar, pero los partidos, con sus actitudes, crearon un clima que lo favorecía. La placenta. 

Vamos a esos “errores”. Para escribir “Anatomía de un instante”, se entrevistó con Felipe González y Santiago Carrillo. ¿Se confesaron, en cierto modo, culpables de haber nutrido esa “placenta”?

Carrillo fue de los pocos que se comportó responsablemente. Cuando en su propio partido hay alguien -Ramón Tamames- que declara en prensa la posibilidad de un gobierno de concentración, sus palabras son: “Ramón ha perdido el juicio”. Carrillo no entró en eso. Su alianza con Suárez era total.

Felipe González. 

Creo que Felipe González hoy es consciente de que aceleró demasiado. La actitud del PSOE fue irresponsable. Si pudieran volver atrás, estoy seguro de que lo cambiarían. Cuando Suárez les gana las elecciones de 1979, los socialistas van a degüello contra él y se les va la mano. Estaban frenéticos. Creían que, con Suárez en el poder, jamás ganarían en las urnas. Entonces entraron en las especulaciones. Que si un gobierno de concentración, que si un militar al frente… Felipe en público no habló de eso, pero lanzó sus terminales. Especuló.

El PSOE cometió el error de dar alas a quienes estaban deseando volar; no tengo duda de que González hoy es consciente de eso

Eso no quiere decir, ni mucho menos, que el PSOE estuviera en el golpe. En el golpe, repito, sólo estuvieron los militares. Pero el PSOE sí estuvo en la placenta. Cuando a un Ejército que está deseando dar un golpe, le abres una rendija… Dieron alas a quienes estaban deseando lanzarse a volar. El PSOE cometió el error de no cerrar esa puerta, de no tapiarla. No tengo ni la más mínima duda de que González es hoy consciente de eso. 

El general Armada jugó a dos bandas. Intentó convencer al Rey para que le permitiera reconducir cualquier golpe que se produjese y, al mismo tiempo, dio él mismo un golpe. El objetivo era implantar un “gobierno de concentración”. La operación se torció por mucho menos de lo que habitualmente se cree, ¿no? 

Totalmente. Conviene explicar, para aclarar esto, que hubo tres golpes dentro del golpe. Uno de ellos puramente franquista, el de Tejero, que quería acabar con la democracia y entregar el poder a los militares. Otro de carácter primorriverista, el de Milans, que pretendía preservar al Rey pero dar el gobierno a los militares. Y, por último, el de Armada. Lo que él creía estilo De Gaulle. 

El de Armada fue el que más cerca estuvo de triunfar. Vayamos con eso.

Era un hombre tremendamente ambicioso. Quería presentarse como salvador de la democracia, liberar el Congreso y crear un gobierno de concentración en el que estuvieran todos los partidos a excepción de los nacionalistas. Incluidos socialistas y comunistas. Creía que el golpe ideal era el que parecía la solución del golpe de Tejero. Los tres golpes colisionaron a la hora de la verdad.

El hemiciclo es muy pequeñito; con todos esos disparos lo normal hubiese sido una masacre

Armada, cuando llega al Congreso, comete el error de revelar a Tejero la composición de ese supuesto “gobierno de concentración” justo antes de entrar al hemiciclo para proponérselo a los diputados. Sé que es ficción, pero si hubiera podido hacerlo, ¿cree que habría sido investido? Mójese, que es usted novelista.

La respuesta es muy sencilla: no lo sabemos.

Pero, ¿qué cree?

Lo que sí sé es que hubiera sido una situación tremenda. Lo normal el 23-F hubiese sido una masacre. Cuando entran los golpistas y los disparos se escuchan por la radio, la gente cree que está habiendo muertos. ¿Usted ha estado en el hemiciclo? 

No me queda más remedio que ir casi todas las semanas; ahora, por la pandemia, bastante menos. 

Es que el Parlamento es muy pequeñito, y la gente piensa que es muy grande.

Una bombonera.

Exacto, una bombonera. ¿Cómo es posible que no hubiera heridos ni muertos? Una metralleta, brum. La situación era muy difícil. Tejero podría haber hecho una bestialidad: matar diputados y luego matarse él. Eso lo dijo: “Le pego un tiro a usted, luego me lo pego yo…”. Aquello era muy complicado. Armada habría alegado: “O me votan o no sé si voy a poder controlar a Tejero”. ¿Qué hubiesen hecho? No tengo ni idea. ¿Y el Rey lo habría aceptado? Quizá no le hubiera quedado remedio. 

¿Les preguntó a González y a Carrillo qué habrían votado sus partidos esa noche en el Congreso si Armada se hubiera propuesto?

Es que no se puede contestar a esa pregunta. En una situación tan delicada… Lo lógico es que no hubiesen aceptado, pero ante la amenaza de que maten a un montón de gente… Es un enigma irresoluble, pero cualquier respuesta es posible. Nadie deseaba aceptar una cosa así, pero podrían haber pensado: “Vamos a aceptar esto y, cuando salgamos, vemos cómo lo resolvemos”. No lo sé.

Javier Cercas, en una imagen de archivo. Efe

Adolfo Suárez juega un papel protagonista en el libro, pero no sólo por su actuación en el Congreso. El entonces presidente del Gobierno fue motivo de agrias disputas entre usted y su padre. Ese fue, en cierto modo, el origen del libro. Cuando Cercas era un adolescente, concebía a Suárez como un “escalador del franquismo, un reaccionario”. Algo así debía de ver usted en su padre, pero el libro le ayudó a comprender a Suárez… y a su padre. ¿Cómo fue el proceso?

Tal vez exageré un poco. Las discusiones no fueron tan agrias, bueno, alguna vez sí. Había atentados de por medio. Para mí Suárez era un chaquetero, un político mediocre, un chisgarabís. Poco a poco, me di cuenta de que hizo algo a priori imposible.

El paso de la dictadura a la democracia.

¡Sin una violencia ingobernable de por medio! Porque claro que hubo violencia en la Transición, pero no se desató la revolución. Eso jamás había sucedido. ¡Un tipo que venía de Falange, el niño de los recados de los jerarcas franquistas! Cuando le nombraron presidente, sólo lo celebraron los ultras. Vieron en él la esperanza de estirar el franquismo sin Franco. En menos de un año lo desmontó y convocó elecciones generales. El gesto de Suárez el 23-F es un símbolo de lo que era: un tipo con mucho coraje.

Y, como dice en el libro, “un gran traidor”.

Para ser un gran traidor hace falta muchísimo valor. Suárez, Carrillo y Gutiérrez Mellado fueron tres grandes traidores. Al Movimiento, al Ejército y al comunismo. Estamos acostumbrados a pensar que la lealtad es una gran virtud, y lo es, pero hay momentos en la vida en los que es mucho más valiente ser un traidor. Ese fue el momento.

A Suárez no se le agradeció esa misión en vida. O por lo menos no todo lo que merecía.

Cuando se murió, fue tremendo. ¡El político más vilipendiado de España! Los mismos que le habían triturado hablaron de él como una mezcla entre la madre Teresa de Calcuta y Pericles. Algunos me dicen: “El 23-F nos dimos cuenta”. ¡Menuda trola! Tras el golpe, Suárez y Carrillo acabaron en el grupo mixto. Ese fue el pago. Así funciona la Historia.

Suárez quería lo mejor para su país, se pueden poner ejemplos a patadas para demostrarlo

Una breve reflexión de actualidad…

No, no, eso no, por favor -se ríe-.

De Suárez alaba, pese a ser un político tan ambicioso como los de hoy, la dignificación que siempre procuró otorgar al cargo. ¿Qué le parecen en ese sentido el presidente Sánchez y el vicepresidente Iglesias?

Tendemos a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y, en este caso, probablemente sea así. Suárez sentía un profundísimo respeto por la presidencia del Gobierno. Se invistió de esa dignidad, de esa responsabilidad. Su gesto el 23-F es el de alguien que se hace cargo de eso. “Si alguien va a morir aquí, el primero soy yo”. El tipo que no había sido educado en democracia se la creyó más que nadie.

En aquella época, algunos le acusaban incluso de no creer en la democracia.

Le habían dicho de todo. Alfonso Guerra llegó a afirmar: “Si el caballo de Pavía entra en las Cortes, su jinete será Suárez”. Estoy seguro de que se ha arrepentido mil veces. Con ese gesto, Suárez les dio una lección a todos: “A ver quién es ahora el que se cree la democracia”. Suárez tenía muchas virtudes. Sabía escuchar, que es lo más importante en un político. Ponía la oreja y aprendía rapidísimo. Era consciente de sus carencias formativas, por eso escuchaba tanto y tan bien. Mostraba muy buena voluntad.

¿En qué lo percibió?

Quería lo mejor para su país. Se pueden poner ejemplos a patadas. Al principio, fue el poder por el poder, pero una vez nombrado presidente, dijo: “Que esto funcione y luego ya veremos. Lo primero, la democracia”. Suárez pudo utilizar el vídeo del 23-F para hacer campaña en las siguientes generales. Y no quiso.

¿De veras?

Sí, se lo aconsejó encarecidamente un asesor extranjero. Pero lo rechazó porque creía que podía desestabilizar al país. Era peligroso para España. También tenía defectos: era un pésimo parlamentario, no sabía cómo funcionaba un partido político. Estaba habituado al franquismo. Era el mejor en el sistema que destruyó, pero muy malo en el que creó. Por eso es un personaje extraordinario. Por eso pudo hacer lo que hizo. ¡Las Cortes franquistas se suicidaron!

Aquella portada al día siguiente del ‘New York Times’. No daban crédito. 

¡Fue un auténtico pase de magia! Ya le digo: el mejor en el sistema que destruyó y el peor en la democracia que creó. Esa es la gran paradoja y una de las tragedias de Suárez. Con el libro intenté entender a quien no pensaba como yo.

Intentó entender a Suárez para entender a su padre.

Exacto. Jode, qué bien has leído el libro.

Implicar al Rey es una teoría de la conspiración primero alentada por los golpistas y la ultraderecha y después por la izquierda populista

Algunas cosas más: “Tejero no era el fantoche irreflexivo que quiere el cliché del 23-F y que el país entero se empeñó en construir después”. ¿Cómo era Tejero?

No era un fantoche. Era un guardia civil muy competente. Estaba traumatizado por su experiencia en el País Vasco. Un franquista de arriba abajo, de piedra picada. Vio un montón de muertos. Asesinados por ETA. Se subleva. Hace cosas muy difíciles. Tiene una enorme capacidad de arrastre entre sus subordinados, y eso no es nada fácil. No era un tonto, sí un fanático, pero no un idiota. Lo que hizo no era irreflexivo, estaba perfectamente planeado y con muchos visos de salir bien. 

¿Y el Rey? Acaban de publicarse varias investigaciones que se atreven a reiterar que sí dio permiso a Armada para que, en caso de producirse un golpe, lo recondujera con el ya mencionado “gobierno de concentración”.

Una cosa es autorizarle a reconducir un golpe que se produjese. Es verosímil que Armada le preguntara al Rey: “¿Puedo parar un golpe?”. Y que él respondiera: “Sí, claro”. Tenían mucha amistad, había sido su secretario y preceptor. Por eso lo nombra segundo jefe del Estado Mayor, para tenerle cerca y que le informara de las conspiraciones en marcha. Pero otra cosa muy distinta es lo del gobierno de concentración. No hay ninguna prueba de ello, es un disparate.

¿Por qué lo tiene tan claro? 

Si el Rey hubiera querido que Armada hubiese presidido un gobierno de concentración, se lo habría propuesto tras la dimisión de Adolfo Suárez. Pero propuso a Calvo-Sotelo, tal y como ordenaba la Constitución. Implicar al Rey es una teoría de la conspiración. La que alentaron primero los golpistas, después la ultraderecha y ahora la izquierda populista. Lo esencial del golpe lo sabemos desde hace mucho. 

Cuando terminó el libro, ¿no se quedó con alguna espina? ¿Algo que le habría gustado averiguar y no pudo? 

La espina que tengo es no poder mencionar a dos personas a las que entrevisté para escribir el libro. Decir: hablé con ellas dos. Pero no puedo hacerlo porque me comprometí. Una de ellas está viva y la otra no. Nunca lo diré. No soy periodista, pero las perseguí durante años. No voy a traicionar su confianza. No hay ningún día de la Historia de España del que sepamos tanto como el 23-F.

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