“La situación industrial empeora constantemente. La lectura de los diarios constituye un sobresalto continuo. Cada día se cierran fábricas y talleres. La gente no compra nada. El proceso de circulación de capital ha sufrido un colapso peligroso”.

“Los resortes del país se van debilitando; la vagarosidad y la inconsistencia de la ideología van destruyendo los soportes del país. El Parlamento va deliberando, las discusiones elevadas son constantes; del hemiciclo llega un lamentable olor a sudor; los diputados creen que todo va admirablemente”.

Estos dos párrafos no salieron publicados este jueves en EL ESPAÑOL, escritos por Cristian Campos. Pertenecen a una crónica de Josep Pla para La Veu de Catalunya, aparecida el 26 de julio de 1931, en pleno proceso constituyente de las primeras Cortes republicanas.

El relato de Pla, adornado con confidencias personales como “el periodista que estos días se enfrenta en Madrid a la realidad ya no sabe qué hacer, ni qué pensar, ni qué decir”, tiene casi 89 años. Pero como la Historia es caprichosa, se repite.

Aquel 1931, la pandemia política y guerracivilista aún no se había declarado, pero flotaba sobre el ambiente de España tras la caída abrupta de la Monarquía y la llegada de la II República. En este 19 de junio de 2020, que coincide con el sexto aniversario de la llegada al trono de Felipe VI, en un país a dos días de salir del estado de alarma por el coronavirus, también podríamos dar como actual otro párrafo de la misma crónica de Pla: “Los acontecimientos son tan complejos, los asuntos han empeorado de forma tan notoria, la falta de gobierno es tan evidente y, sobre todo, es tan inconcebible la ligereza del ambiente, que la sensación mínima que se experimenta es la de un estado caótico y una confusión espesa, dolorosa y grave”.

Hace seis años, cuando Felipe VI sucedió precipitadamente a Juan Carlos I, cuyo reinado era insostenible por varios y variados escándalos a punto de explosionar, el nuevo Rey no podía imaginar la que se le venía encima: su padre, investigado por el Tribunal Supremo de España, con un pie, pues, en el banquillo de los acusados. Con un vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, más republicano que Robespierre. Y un presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que hurta al Jefe del Estado tanto protagonismo como puede. Incluso con un ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, que en sede parlamentaria, el pasado 10 de junio, afirmó que hay abierto “un debate constituyente”.

elipe VI su discurso de proclamación como rey, ante la reina Letizia y las autoridades del Estado EFE

"Debate constituyente”

El notario del Reino, que es una de las atribuciones del ministro de Justicia, ante una pregunta de Esquerra Republicana de Catalunya, dio fe de que “una crisis sanitaria” como la que ha traído el coronavirus “determina una crisis constituyente”. “Tenemos entre todos que abordar la salida de la misma. No es fácil –añadió el ministro- porque frente a la crisis constituyente tenemos un debate constituyente. No podemos dejar a nadie fuera”.

El juez ministro no aclaró qué entiende él por un debate constituyente y si entre los que no pueden quedar fuera está el mismo Rey. Pero los socios del Gobierno –el partido republicano Unidas Podemos- y ERC, cuyo apoyo parlamentario ha sido fundamental para que Sánchez sea presidente del Gobierno, sintieron una gran satisfacción al escuchar de los labios del titular de Justicia estas dos palabras mágicas: “debate constituyente”.

Todo esto en vísperas del sexto aniversario de Felipe como Rey y cuando la Constitución de 1978, de la que emanó el luminoso periodo de la Transición española, está enfilada por los partidos de extrema izquierda y por los separatistas.

El empuje del independentismo catalán, los pasquines, el populismo, la frivolidad de la clase política y la sensación de desgobierno fueron las salsas en las que se coció la II República. Todos estas especias se encuentran hoy en las crónicas de los periodistas parlamentarios, así como en las que escribía el ampurdanés Pla en julio de 1931.

Una de las grandes diferencias entre aquel lejano año de 1931 y este de 2020 es que el rey que cayó el 14 de abril era Alfonso XIII y el actual es Felipe VI. Bisabuelo y bisnieto, como monarcas, no se parecen en nada. Y, como personas, menos aún.

Con permiso de Jaime Peñafiel, en lo referido a ciertos valores humanos, Felipe de Borbón se parecería más hoy al abuelo taxista de Letizia, Francisco Rocasolano, que al frívolo Alfonso XIII.

En 1965, durante la huelga de las gorras de taxistas en Madrid, Rocasolano era conocido como “Paco el comunista”, por su participación activa en el movimiento de protesta. El pasado 19 de junio de 2014, en su discurso de coronación, Felipe VI no defendió el comunismo de su abuelo político, pero menos aún el militarismo de su bisabuelo.

El abuelo taxista de Letizia, Francisco Rocasolano, fue uno de los líderes de 'El motín de las gorras' en Madrid E.E.

Si los pilares del reinado de Alfonso XIII fueron los militares (los generales Miguel Primo de Rivera -dictador por el día y Miguelito en sus juerga noctámbulas-, Dámaso Berenguer y el almirante Juan Bautista Aznar), Felipe VI, en su compromiso ante las Cortes, pronuncio un largo discurso en el que no mencionó ni una sola vez al Ejército.

Felipe VI expresó el 19 de junio de hace hoy seis años su respeto por las Cámaras, su fidelidad a la Constitución –que hoy brilla por su ausencia en diferentes niveles del hemiciclo-, su compromiso con los valores democráticos y su creencia en la separación de poderes –principio éste que no parece gozar del favor y fervor en buena parte del Gobierno Sánchez-.

El discurso del actual Rey, tan políticamente correcto, jamás podría haberlo pronunciado Alfonso XIII. El marido de la reina Letizia habló del medio ambiente, de la tecnología, de la integridad, honestidad y trasparencia para ganar autoridad moral entre los españoles. Y para rematar, citó a escritores nacionalistas como Espriu y Castelao, y recordó a Cervantes al afirmar que “no es un hombre más que otro, si no hace más que otro”, frase ésta muy de cuño republicano y menos monárquica.

Por tanto, el sector del Gobierno que sueña con aquel 14 de abril en que cayó la monarquía de Alfonso XIII sabe que ni Felipe VI ni Letizia, la nieta del taxista y de la locutora, están dispuestos a dar pretexto alguno a los republicanos en su argumentario a favor de la caída de la monarquía y en la llegada de la III República.

No parece pues que vaya a cumplirse en el destino del bisnieto la suerte del bisuabuelo, el monarca cuyo país, España, se acostó monárquico y se levantó republicano. Como se sabe, Alfonso XIII se convirtió en rey antes de nacer, en el tercer mes de gestación en el vientre de la reina viuda María Cristina de Habsburgo. Alfonso XII murió con 28 años, en 1885.

Entre los planes de Felipe VI no está opositar para abandonar España desde Cartagena, como hizo Alfonso XIII, en abril de 1931, en el barco Príncipe Alfonso, botado en su día con el nombre del hijo mayor y heredero frustrado al trono, enfermo, además, de hemofilia. La heredera actual, Leonor, en vez de dar nombre a barcos de guerra preside los premios humanísticos Princesa de Asturias.

¿Cisma en el PSOE?

Son otros tiempos. También para el PSOE y para fervientes republicanos como Gabriel Rufían, incluso para la intelectualidad, cuyo papel inspirador fue decisivo en el advenimiento de la II República.

Pedro Sánchez, cicatero a la hora de conceder el menor protagonismo a Felipe VI ante la sociedad española, sabe que abrir el melón constitucional con la III República es peligroso por incontrolable. Peligroso, incluso para él, que es quien más se importa. Un “debate constituyente” se sabe dónde empieza, pero no cuándo finaliza.

En el seno de PSOE conviven las dos caras de Jano, donde finaliza una empieza la otra, como sucede con los años entre diciembre y enero. Hay un sector más socialdemócrata y centrado y otro más a la izquierda.

Si el cargo acaba haciendo a las personas, Pedro Sánchez ya ha adquirido su poso de hombre de Estado –a veces tan invisible-, y sabe que los periodos constituyentes son poco fértiles para las economías del país. Y Europa tiene distracciones más importantes que asistir a una lucha interna en un país en su paso de un régimen monárquico a otro republicano.

Al líder del PSOE tampoco le interesa abrir más debates internos en el seno de su partido. Sabe que el espíritu de la transición, con la monarquía constitucional en la proa, sigue vivo en parte del partido. Como, por ejemplo, en un personaje como Felipe González, que esta semana lanzó una carga de profundidad contra el Gobierno de Sánchez e Iglesias, al bautizarlo como “el camarote de los hermanos Marx”.

Así se explica el baile de la cobra de Pedro Sánchez para engatusar a Ciudadanos. El líder socialista no descarta que la legislatura no aguante el choque de fallas entre Unidas Podemos y los ministros moderados del PSOE. La estrategia de Pablo Iglesias, con sus paladas de enterrador al apuntarse méritos como el del Ingreso Mínimo Vital en una España empobrecida y de necesitados, podría tener los días contados.

Ortega y Rufián

Sánchez, pues, tampoco tiene en la cabeza el debate República-Monarquía en el sexto aniversario de Felipe VI como Rey. Porque las preocupaciones del Presidente son más inmediatas, terrenales y monclovitas. Su ´motto´ y el de su guía táctico, Iván Redondo, es sobrevivir en Moncloa y ganar tiempo.

En el advenimiento de la II República jugaron un papel fundamental intelectuales como Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala y, por supuesto, el filósofo José Ortega y Gasset, diputado éste en las Cortes Constituyentes de 1931.

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Miembro de la exigua minoría representada por la Agrupación al Servicio de la República, Ortega jugó un papel notabilísimo en el descrédito de la monarquía alfonsina. El diputado separatista Gabriel Rufián, portavoz de ERC en el Congreso de los Diputados, se esfuerza con el mismo afán pero en inferioridad de condiciones que Ortega y Gasset en erosionar a la monarquía felipista.

La luna de miel de Ortega con la II República finalizó a los pocos meses de su inicio, al publicar en septiembre de 1931 un artículo titulado Un aldabonazo, en el que, entre otras cosas, decía:

-“¡No falsifiquéis la República! ¡Guardad su originalidad! ¡No olvidéis un instante cómo y por qué advino! No, la República en España, o es la que triunfó, la auténtica, o no será”.

-“¿La de derecha, la izquierda? Lo que España no tolera ni ha tolerado nunca es el radicalismo”.

-“Las Cortes constituyentes deben ir sin vacilación a una reforma, pero sin radicalismo. Esto es, sin violencia y arbitrariedad partidista”.

-“En un Estado sólidamente constituido pueden, sin riesgo último, comportarse los grupos con cierta dosis de espíritu propagandista; pero en una hora constituyente esto sería mortal”.

Ortega y Gasset diseccionó en este conocido artículo la gangrena que empezaba a extenderse por el cuerpo político de la II República, con el resultado por todos conocidos.

Su “Aldabonazo” acabó con aquel “¡No es esto, no es esto”. “La República es una cosa. El radicalismo es otra. Si no, al tiempo”.

En el Palacio de la Zarzuela no se mira con aprensión el futuro inmediato. Para este 19 de junio, no hay preparado ningún acto especial con motivo del sexto aniversario.

Intelectuales políticos como Ortega y Gasset, quien llegó a escribir que “España es un pozo de errores y de dolores”, contribuyeron a la caída del bisabuelo Alfonso XIII y, luego, de la misma República.

Gabriel Rufián, si repara hoy en el aniversario de Felipe VI, escribirá algo grueso en las redes contra la monarquía. Muy dado a expresiones como Fascista (Borrell), Señor de la guerra (Aznar), siempre será menos eficaz socialmente que los escritos de Ortega y Gasset. En ese sentido, Felipe VI puede estar tranquilo.

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