En 1989, con sólo 37 años, Pedro J. Ramírez ya era un director de prestigio después de nueve años al frente de Diario 16. Tras su fulminante e injustificado despido, nadie consideraba que fuera a quedarse quieto, pero la mayoría auguraba que sus intentos para crear un nuevo diario acabarían en fracaso. Tendría que empezar desde cero, tenía al establishment en su contra y carecía del respaldo de una empresa sólida como era entonces el Grupo 16.

La idea de un nuevo periódico fue casi simultánea a su cese. El núcleo duro del equipo que salió con Ramírez de la sede de San Romualdo 26 en marzo de aquel año comenzó a trabajar de inmediato. Lo conformaban Alfonso de Salas, Balbino Fraga y Juan González. En unos días, ya se manejaba un papel: se trataba de un primitivo y rudimentario documento de Word titulado Proyecto futuro. En unas pocas páginas se recogían los fundamentos editoriales y un modesto plan económico según el cual la idea resultaba factible con 500 millones de pesetas (unos tres millones de euros) si se conseguían vender 54.000 ejemplares.

Lo cierto es que nadie del equipo entendía muy bien cómo cuadraban las cifras, pero había una fe ciega. Hoy tres millones de euros no parece una cantidad desproporcionada pero entonces era poco menos que una quimera. Y más si los accionistas no podían tener mayoría y debían destinar un 25 por ciento de su inversión a acciones liberadas para los miembros del equipo fundador. La herida de Diario 16 aún supuraba y la independencia resultaba imprescindible para conseguir el objetivo.

Pedro J. Ramírez junto a a Alfonso de Salas, Balbino Fraga y Juan González, equipo fundador de El Mundo.

Bajo el lema mil y una veces repetido de “Diario 16 fue el periódico que nos dejaron hacer, éste será el periódico que queremos hacer”, los promotores empezaron una larga peregrinación puerta a puerta en busca de apoyos. El sueño empezó a hacerse realidad cuando en junio del 89 llegó el primer cheque importante. Procedía del dueño de la compañía alimentaria Campofrío, Pedro Ballvé, que aportaba la deslumbrante cantidad de 50 millones de pesetas (300.000 euros).

El núcleo duro del equipo se puso manos a la obra. La sede de la neonata Unidad Editorial pasó aquel verano por tres oficinas, que hoy consideraríamos siniestras,

“camarotes de los hermanos Marx”, como las definía Alfonso de Salas. En un tiempo récord, se consiguió el resto de la inversión necesaria. El accionariado lo componían un grupo de empresarios liderados por el constructor Carlos Cutillas, el inquieto Francisco Gaya (antiguo propietario de Cinco Días y El Independiente), el Banesto de Mario Conde a través de un sociedad interpuesta y un pequeño grupo de afines a Alicia Koplowitz. A ellos había que sumar 300 pequeños inversores. Al final el objetivo inicial se había triplicado: 1.500 millones de pesetas (unos nueve millones de euros).

Pedro J. Ramírez, como es habitual en él, se multiplicó. Lo mismo participaba en la captación de fondos, que daba charlas tranquilizadoras a los anunciantes, que fichaba columnistas, que participaba en las nimias decisiones de la distribución del mobiliario o en el plan industrial.

Estaba en todas partes. En el alquiler de una vieja rotativa, que hubo que montar. En la puesta en funcionamiento de un rudimentario sistema informático que permitiera cumplir su sueño del periodista autosuficiente. En habilitar como sede un viejo almacén en la calle Sánchez Pacheco del barrio de Prosperidad de Madrid, a modo de loft neoyorquino. En reclutar uno por uno a los miembros de la redacción, una pintoresca mezcla del equipo procedente de Diario 16 y de jóvenes entusiastas recién salidos de la facultad, que ofrecía una media de edad de 30 años.

"Diario 16 fue el periódico que nos dejaron hacer, éste será el periódico que queremos hacer"

En agosto se impuso una pequeña pausa a aquel ritmo frenético, el llamado pomposamente “directorio” -Pedro J. y seis directivos más de la redacción- se retiró durante tres días en el Monasterio del Paular en la sierra norte madrileña. Entre una mesa de billar y otra de ping pong se tomaron las decisiones últimas que concretarían el “periódico que queremos hacer”. El proyecto editorial se basaba en tres patas esenciales: una sección de opinión plural, con firmas de todas las tendencias y con un protagonismo relevante en las dos primeras páginas del diario; una presentación innovadora con un diseño vanguardista, en el que destacaban infografía e ilustración; y una apuesta decidida por la investigación, por publicar lo que los demás medios no publicaban y lo que el poder quería mantener oculto.

Bajo el lema de “Es poco atractivo lo seguro, en el riesgo hay esperanza” (Tácito), el 23 de octubre de 1989, milagrosamente, el primer ejemplar llegó a la calle. Llevaba 33 páginas de publicidad, una saturación de casi el 40 por ciento. La tirada fue de 112.000 ejemplares –el periódico ya nunca bajaría de los 100.000-, lo que obligó a cerrar el periódico al mediodía para dar tiempo a la primitiva rotativa. Aquellos datos dan idea de la expectación con la que se recibía el diario y el respaldo tanto de anunciantes como de lectores.

Era la demostración de que la sociedad española necesitaba un diario independiente, combativo, que revelara lo que los poderosos insistían en mantener oculto. Las características que han definido los tres diarios dirigidos por Pedro J. Ramírez. Tan amigo siempre de los lemas, se reencontró sólo seis meses después de su despido con sus lectores al grito de “El Mundo es suyo”.

Pedro J. y Juan Carlos Laviana en la redacción de El Mundo.

Se cumplieron todas las expectativas y, desde el primer día, El Mundo se convirtió en diario de referencia. Un rosario de investigaciones demuestran el papel decisivo que jugó durante más de dos décadas en la historia reciente de España: la guerra sucia de los GAL; el caso Juan Guerra; la financiación irregular del PSOE a través de Filesa; la financiación irregular del PP montada por su tesorero Rosendo Naseiro; las escuchas ilegales del Cesid; las cuentas de dinero negro de Ibercorp que implicaron al gobernador del Banco de España Mariano Rubio; las corruptelas del director de la Guardia Civil Luis Roldán; las irregularidades en la investigación del 11-M; las tarjetas black en Cajamadrid y la implicación del exvicepresidente Rodrigo Rato; el fraude de los ERE en Andalucía; las actividades delictivas del yerno del Rey, Iñaki Urdangarin; los oscuros negocios del propio Rey Juan Carlos y su relación con Corinna Larsen; los papeles de Bárcenas que destaparon los sobresueldos y la caja B del PP… La lista resultaría interminable y es la constatación de que, sin El Mundo, la España de finales del siglo XX y principios del XXI hubiera sido otra bien diferente.

No fue una misión fácil. El trabajo ingente de aquel equipo compacto dirigido por Ramírez sufrió todo tipo de presiones y agresiones. Perdió a su columnista López de Lacalle asesinado por ETA. Dos de sus enviados especiales, Julio Fuentes y Julio Anguita, perdieron la vida en Afganistán e Irak. Periodistas de investigación fueron espiados por el CESID. El mismo director fue víctima de un montaje por parte de las cloacas del Estado, que grabaron y difundieron un vídeo con la pretensión de desprestigiarle personal y profesionalmente.

El mismo director fue víctima de un montaje por parte de las cloacas del Estado, que grabaron y difundieron un vídeo con la pretensión de desprestigiarle

Nada detuvo las exclusivas de El Mundo hasta que, de nuevo, se repitió el escenario de 1989. Un Gobierno lastrado por la corrupción -esta vez de derechas- e instalado en la soberbia se enfrentaba a un periodista incómodo al frente de un diario que no le daba más que sobresaltos. La publicación de los SMS del presidente Mariano Rajoy a su tesorero encarcelado –“Luis, sé fuerte”- fueron la puntilla. Siguiendo los inexorables ciclos de una historia que se repite de forma recurrente, Unidad Editorial no resistió las presiones y cesó a su director en febrero de 2014.

Durante unos meses, ejerció en la misma empresa la presidencia de la revista La Aventura de la Historia y siguió escribiendo su carta dominical. Pero aún era pronto para que Ramírez se acomodara en la historia. En la fiesta celebrada en el Palace para conmemorar el 25 aniversario del periódico –el más sombrío de todos los aniversarios-, el fundador de El Mundo fue relegado de los lugares de honor, alejado de los representantes del poder.

Aquella demostración de que hasta su presencia resultaba molesta vaticinaba el final. Llegaría sólo unos días después. El 11 del 11 –los fatídicos unos-, Pedro J. era despedido por Unidad Editorial. Otra vez no había más razones que las políticas. Acababa así apartado de su segundo hijo periodístico, como 25 años atrás había sido apartado del primogénito. Todo el mundo sabía que Pedro J. no iba a quedarse quieto. Muy pronto habría noticias de su tercer hijo periodístico.

Pedro J. en su despedida de la redacción de El Mundo flanqueado por Antonio Fernéndez Galiano y Casimiro García Abadillo.