Pedro Cifuentes Brais Cedeira

Domingo 28 de abril de 2019, diez de la mañana. Los colegios electorales llevan un par de horas abiertos en toda España; se celebran las elecciones generales en España que habrían de ser repetidas seis meses después.

Un grupo de inspectores de la Agencia de Seguridad Aérea (AESA) visita por sorpresa el centro de control de tránsito aéreo de Madrid, situado en Torrejón de Ardoz. Cuando llegan, descubren que “hay ocho personas en el baño”. Es decir, hay ocho controladores que no están en su puesto de trabajo.

“Vienen a por nosotros”, se escucha en las salas a medida que circula la noticia. Son las diez de la mañana y hay un porcentaje significativo de controladores ejecutivos que están trabajando sin un controlador planificador al lado. (En cada posición de control del tránsito aéreo debe haber permanentemente dos controladores: el ejecutivo, que se comunica con el avión y da instrucciones, y el planificador, que prevé posibles problemas).

A cuentagotas, pero con prisa, van apareciendo los controladores ausentes, que han sido movilizados urgentemente por sus compañeros a través de Whatsapp. Habían insertado su tarjeta en el sistema Genius (el registro de ocupación efectiva de posiciones de control), como si estuviesen trabajando, pero estaban en otro sitio (cafetería, sala de relajación, etc.), fuera de sus turnos establecidos de descanso, mientras el controlador ejecutivo se las apañaba solo frente a la pantalla.

Podría pensarse que la estampa descrita es una excepción, justificada quizá por las tertulias electorales de aquel día. Pero lamentablemente, según datos obtenidos por este periódico a partir de una noticia publicada en el diario Expansión hace seis meses, las ausencias no justificadas (y encubiertas) de estos controladores planificadores no fueron una anormalidad: más allá de sus periodos de descanso, existe en ENAIRE una cultura generalizada de que los controladores planificadores se levantan y se pasean por las áreas de descanso y el bar, para charlar con compañeros, sabiendo que pueden ser localizados teóricamente a través de la megafonía por su compañero en cualquier momento si surge una crisis.

Minimizar el asunto

Durante los meses anteriores a esa inspección del 28 de abril, las visitas no anunciadas de funcionarios de la Agencia Española de Seguridad Aérea (AESA) revelaron un asombroso desconcertante grado de absentismo laboral en la navegación aérea española: no en la acepción de “abstención deliberada de acudir al lugar donde se cumple una obligación” (Diccionario de la Real Academia Española), sino en el de “abandono habitual del desempeño de funciones y deberes propios de un cargo”.

Semanas después de aquella visita dominical la Agencia de Seguridad Aérea impuso una multa de 120.000 euros a ENAIRE tras haber inspeccionado sin previo aviso, durante medio año, no sólo el centro de Torrejón, sino algunos de los demás centros principales de control en España: entre ellos, Barcelona, Palma de Mallorca y Sevilla. En algún caso (como por ejemplo el aeropuerto del Prat tres días antes de las elecciones de abril), la Agencia encontró a todo el mundo en su puesto de trabajo.

La conclusión de su informe, no obstante, es absolutamente insólita (tratándose de un asunto como la seguridad aérea, prioridad absoluta de la industria aeronáutica). “Se ha producido una ausencia de personal controlador planificador, de una manera generalizada, al observarse en varios centros de control; y continuada, al sostenerse a lo largo del tiempo”, afirmaba el expediente sancionador.

Inicialmente la multa fue de 300.000 euros, aunque fue reducida después a 120.000 tras emitir ENAIRE sus alegaciones. La cantidad final serían 96.000 euros, por pronto pago. (ENAIRE factura más de 1.000 millones de euros al año).

La reacción de la empresa fue minimizar la importancia del asunto afirmando que “en ningún caso y en ningún momento se ha puesto en riesgo la seguridad”. (Una declaración cuando menos opinable, a la luz de la ristra de incidentes de seguridad muy graves publicada por este periódico). Sus declaraciones invitaban a preguntarse: ¿hacen falta tantos controladores, y tan bien retribuidos?

Sin sanciones

Las multas de la Agencia de Seguridad Aérea a ENAIRE por negligencias varias no son una rareza en la navegación aérea española. Sin embargo, casi nunca se sanciona directamente a los controladores responsables de alguna infracción. La AESA multa a ENAIRE por culpa in vigilando: la considera responsable de que se cumplan los horarios de trabajo.

Por sorprendente que pueda resultar, no hay expedientes sancionadores incoados por ENAIRE a sus controladores por estas malas prácticas. Ni siquiera cuando (como ha podido acreditar este periódico al menos en un episodio) se ha producido un incidente alfa de máxima gravedad en el que dos aeronaves corrieron riesgo de estrellarse en el aire precisamente cuando el controlador planificador se había tomado uno de estos descansos no previstos ni, aparentemente, supervisados.

La explicación prácticamente unánime entre la decena de fuentes consultadas por EL ESPAÑOL es que esta ausencia de investigaciones disciplinarias se debe a la cultura de protección mutua construida durante años entre el sindicato USCA y Ángel Luis Arias Serrano, director general de ENAIRE. Una afirmación que Arias niega tajantemente, defendiendo que la transparencia en ENAIRE ha mejorado “muchísimo” en el último lustro.

En el caso de USCA, ha sido imposible para EL ESPAÑOL hablar con alguno de sus dirigentes en los últimos días para tener alguna declaración oficial sobre su presunta connivencia con Arias (denunciada por sindicatos minoritarios y múltiples fuentes de la aviación española): a cambio de no abrir investigaciones, se mantiene la paz sindical y se apoya la continuidad del director general en su puesto.

La cultura de los 'planis'

Aunque ENAIRE (antes AENA) no es ya para los controladores ese paraíso autorregulado con retribuciones de medio millón de euros, sistemas de fichaje inhabilitados y autonomía plena para decidir turnos, libranzas y horas extra que existió durante décadas, las inspecciones de la Agencia de Seguridad Aérea volvieron a destapar una cultura de abandono del puesto de control del controlador planificador que ENAIRE asegura haber atajado este año. ¿Cómo? Con las reuniones de la Mesa de Seguridad inaugurada en enero del año pasado (meses antes de la inspección de Torrejón).

Las excursiones recreativas de los controladores planificadores por las instalaciones en algunos centros de control son (o han sido, hasta hace pocos meses, según la cúpula de ENAIRE) parte del día a día de la navegación aérea desde siempre. “Antes nos levantábamos, íbamos a comprar algo a las máquinas, veíamos la tele, estábamos un rato con los demás en la sala de descanso”, explica a este periódico un controlador jubilado. “Había diez veces menos tráfico que ahora, era un trabajo bastante cómodo… Los controladores de ahora tienen mucha más formación técnica”.

“Esa cultura ha existido siempre, y todavía colea en algunos centros donde trabajan muchos empleados de generaciones más antiguas”, afirma a su vez un alto mando de Aviación Civil con décadas de experiencia; “eso sí, siempre con cautela y responsabilidad”. “Es cierto”, continúa, “que la obligatoriedad del Modo de Operación [que prescribe para cada sector abierto la presencia continua y simultánea de un controlador ejecutivo y un planificador] en todo momento es probablemente innecesaria”.

Un controlador de Madrid que accedió a hablar con este periódico de forma anónima antes de la publicación de la primera entrega de este especial, manifiesta: “Creo que a veces no hace falta esta doble presencia. El sector aéreo está hiperregulado y el problema de estos artículos de prensa es que pueden generar una cierta alarma injustificada en los viajeros. En España hay fallos bestiales de seguridad, que quede claro, pero existen tantas alarmas y sistemas de protección que la eventualidad de un accidente por colisión en el aire es casi inimaginable… Es un caso claro, cómo decirlo, de oficio versus procedimiento”.

“A pesar de ello, siempre me ha parecido impresentable que un plani [planificador] se baje a ver el segundo tiempo de la Champions cuando baja la carga de tráfico”, explica el controlador. “¿Pero qué ha ocurrido? Pues que ENAIRE sabe que le tenemos poco respeto al régimen disciplinario, pero a la AESA [Agencia de Seguridad Aérea] sí la tememos. La Ley de Seguridad Aérea puede multar por una falta hasta 200.000 euros. Y desde que nos mandaron a los inspectores, en eso ENAIRE no miente, nos tienen a todos sentados ahí todo el puto día, incluso cuando no hacemos falta. El sindicato le ha visto las orejas al lobo y se ha puesto serio con este tema”.

La monoposición

ENAIRE tenía y tiene un argumento negociador muy potente para contrarrestar esta cultura de los planificadores ausentes, heredada de tiempos mucho menos transparentes en la gestión de la entidad pública. Se trata de la monoposición: un solo controlador por puesto.

La adopción de este sistema (que se utiliza ya en algunos aeropuertos del Reino Unido o Estados Unidos, por ejemplo, cuando el tráfico no supera un determinado porcentaje de carga), supondría un ahorro enorme de plantilla para ENAIRE. Y encuentra, por ello, enormes reticencias entre los controladores (que exigen a la empresa pública precisamente lo contrario: un aumento de plantilla para rebajar y optimizar su carga de trabajo).

¿Por qué esa resistencia a la monoposición (que en España se limita actualmente al horario nocturno, y en escasas torres)? “No es por vagos”, dice este controlador, afiliado a uno de los sindicatos minoritarios del control aéreo. “Es por algo evidente: yo puedo renunciar a mi ayudante puntualmente, pero cuando se monta un chocho, o la pista se bloquea, o el sector se satura de tráfico, necesito, ¿entiendes?, necesito un planificador conmigo, por un tema elemental de seguridad”.

“Otras veces el planificador puede llegar a ser una molestia”, prosigue. “De hecho, Eurocontrol [nombre abreviado de la Organización Europea para la Seguridad de la Navegación Aérea] recomienda cargas de trabajo medio altas (no excesivas, pero altas), para no reducir el nivel de activación humana. Pasamos muchas horas juntos, en equipo, y la gente tiene problemas, y hablamos de ellos, y puede haber distracciones, claro”.

“Con esto no te digo que siempre haya sido todo el mundo megapulcro, y seguro que alguno no ha hecho de planificador cuando la cosa apretaba… Pero seguro que no ha sido muchas veces, porque me lo hace a mí y me oye bien oído. Los periodistas debéis comprender que en nuestro trabajo, cuando vienen malas, se pasa realmente mal. Pasas miedo. Y no permito, desde luego, que mi ayudante esté tocándose las bolas en la cafetería”.