Era difícil salir con vida del accidente. En una curva mal cogida, su moto de guardia civil impactó contra un coche y él cayó de cabeza. Qué impresión la de su familia, al verle en coma y enchufado a "tantos tubos". Pero estaban convencidos de que Diego iba a volver a ser Diego: "Había salido de tantas".

Cuando Diego Salvá Lezáun despertó del coma, su mirada estaba perdida: "En Babia, vacío". A sus 27 años, apenas sabía atender sus necesidades más básicas; mucho menos caminar o hablar. "Un niño recién nacido", decían los suyos. Pero aquello no era una tragedia, era una oportunidad para repegarse al hermano malote de los siete que componían la familia.

"Empezó una de las mejores épocas de nuestra vida", recuerda su hermana, Marina. Hicieron piña, compartieron sacrificios. Diego, ambicioso en su recuperación, sudaba lo suyo para aprender a vocalizar, a dar un paso tras otro, a intentar ser autosuficiente. Cada avance desataba orgullo y alegría en la familia, siempre unida y más que nunca tras el accidente.

Los hermanos Salvá Lezáun; a la izquierda, Diego sostiene a su hermana Marina.

"Un chico feliz"

Esos meses fueron un paréntesis en la vida de los Salvá Lezáun. También para su novia, Vanessa, que se turnaba con Montserrat, la madre de Diego, para dormir en el hospital. Vivían por y para aquel joven convertido en niño. Y él les respondía con una sonrisa en la que vaciaba todo su agradecimiento, "enseñando todos los dientes".

Así lo recuerda su hermana Marina Salvá, en una entrevista publicada en el libro Relatos de Plomo, historia del terrorismo en Navarra:

"Era un chico feliz. Yo siempre he sido una niña muy introvertida, y él, más todavía, pero en esta etapa nos contábamos todo. Le contaba mis historias y él me escuchaba. Fue la primera vez que nos dijimos que nos queríamos. Ocurrió un día sin más, al salir de la habitación: 'Bueno, adiós, te quiero', me despedí. 'Y yo también', me respondió. Fue genial porque, aunque habíamos esperado tanto para decírnoslo, tuvimos la oportunidad para hacerlo".

Diego le puso palabras a ese "te quiero"; un sentimiento que también manifestaba en risas, en abrazos, en gestos que hasta entonces no había tenido.

Diego Salvá, en una imagen facilitada por su familia.

El primer día

No había recuperado todas sus facultades cuando regresó a trabajar a la Guardia Civil, en el cuartel de Palmanova, cuatro meses después del accidente. Pero era difícil superarle en ilusión, la de "un niño pequeño". Habían acordado que haría labores básicas, de papeleo y secretariado.

ETA lo mató ese mismo día. Se cumplen diez años de esa fecha, el 30 de julio de 2009. Junto a la suya, la explosión se llevó la vida de su compañero Carlos Sáenz de Tejada. Son las dos últimas personas asesinadas por la banda en España en medio siglo de trayectoria criminal.

Las imágenes de los funerales, de las visitas de las autoridades y de los actos se entremezclan en la memoria de los Salvá. A fuego están grabadas las sensaciones: el abrazo de los hermanos, el homenaje inesperado de los amigos moteros de Diego, la fuerza que les infundieron sus padres.

Han pasado diez años. En la entrevista en el citado libro, Marina respondía si alguna vez se había preguntado por qué ETA mató a Diego: "Muchas veces. Por qué a él, precisamente el mismo día en el que volvía a trabajar. Puedes pensar que son cosas que pasan y te quedas en paz. O también puedes pensar que Dios nos ha dado la oportunidad de disfrutar de Diego. Era un chico muy distante y podía haber muerto en el accidente de moto. Es como si Dios nos hubiera dicho: 'Me lo voy a llevar, pero disfrutad con lo mejor'. Cada cual lo ve de una forma diferente".

Antonio Salvá, padre de familia, junto a sus hijos.