Este domingo ha fallecido en Barcelona Juan Antonio Ramírez Sunyer, Juez de Instrucción nº 13 de Barcelona. Una enfermedad que no le ha dado opciones ha precipitado su marcha. Su trabajo como juez, siempre impecable, se hizo noticiable cuando asumió la investigación inicial de los hechos que desembocaron en los sucesos del 20 de septiembre de 2017 en la Consejería de Economía de la Generalitat.  Posteriormente, su investigación constituyó en buena medida la base de la que, a su vez, ha llevado a cabo el Juez Llarena por los acontecimientos del 1 de octubre de ese año.

Conocí a Juan Antonio hace veintiocho años, cuando coincidimos en la misma clase de la Escuela Judicial, entonces en Madrid. Él, un ingeniero de más de cuarenta años que había encontrado su vocación judicial en la madurez. Yo, un jovenzuelo que había aprobado la oposición con veinticinco. Nuestro encuentro fue un encuentro de miradas. La suya, la de la suficiencia del que conoce que su experiencia le hace más sabio. La mía, la de la soberbia del que sabe que ha conseguido algo reservado para unos pocos. Más allá de esos desafíos, siempre me deparó el trato que se reserva para un hijo y yo la deferencia debida a un padre.

Volvimos a coincidir unos años después, ambos magistrados, en Terrassa, ya sin desafíos: nos dispensamos el trato respetuoso propio de los colegas y el cariño de los amigos. Más recientemente, nuestros caminos se volvieron a cruzar cuando el desatino de unos pocos catalanes contra otros nos arrastró con nuestras respectivas responsabilidades.

Ahora se ha ido. Morir no es algo relevante. Tarde o temprano nos ha de pasar a todos y a todos nos igualará, grandes y pequeños. Lo relevante es cómo afrontemos ese momento y cómo seamos recordados por haberlo afrontado.

Yo sé cómo afrontó ese momento Juan Antonio: sirviendo a su país y a la Justicia.  Pasé los últimos meses de su vida pidiéndole que tomase la baja para que otro se hiciese cargo de su trabajo. Siempre se negó, obsesionado con culminar una investigación en la que tanto se juegan Cataluña y España. Su única preocupación cuando lo vi por última vez, ya en el hospital, fue que su sucesor estuviese en condiciones de seguir donde él tenía que abandonar. Nunca me perdonaré no haberlo obligado a dejar el Juzgado. Solo alivia mi remordimiento que Teresa, esa gran mujer a la que unió su vida, consintió en compartir los últimos momentos de Juan Antonio con su trabajo.

Y también sé cómo será recordado.  Al menos, cómo lo recordaré yo y quienes lo hemos conocido: como un buen hombre, un juez extraordinario y un patriota, cuando ser patriota en un tiempo y un lugar saturado de incompetentes, ocurrentes, mezquinos y cobardes convierte esa palabra que tendría que ser común en algo extraordinario.

Descansa en paz, amigo mío. Te has ganado el derecho al descanso y a la paz de los justos. Más adelante nos volveremos a ver, un poco más adelante, y entonces te contaré como se culminó tu trabajo.

***José María Macías Castaño es Vocal del Consejo General del Poder Judicial