Si el juego está en las bancadas, donde los 350 diputados justifican escaño y sueldo batiendo palmas ordenadamente, el interés está en las gradas de invitados.

Que la moción más importante de la democracia, la única que puede salir adelante de las cuatro presentadas en 40 años de parlamentarismo, apenas haya congregado medio aforo es muy significativo. Y que de ese medio aforo el grueso lo conforme la canalla de la prensa y políticos prestos al entretenimiento sólo puede interpretarse como sintomático de esa desafección creciente por la política que revelan recurrentemente los barómetros del CIS.

Allí estaban Pablo Echenique y el ex JEMAD Julio González como destacados de Podemos; un solitario Pío García Escudero con gesto grave a dos butacas de la senadora popular y ex alcaldesa de Elda, Adela Pedrosa, salpicada sin consecuencias por la Gürtel valenciana por la financiación de su campaña en 2007.

Por el PSOE, el secretario general de los socialistas madrileños, José Manuel Franco y segundos espadas con más curiosidad que interés. Y poco más. O nada más, pese a estar ante una moción histórica.

Ni los familiares de los protagonistas de la mañana, Pedro Sánchez y José Luis Ábalos, cuya ausencia no sirve de nada a la hora de sumarse a las porras sobre la moción.

La mañana se fue animando y otros ilustres fueron ocupando los chiqueros. El Padre Ángel (Mensajeros de la Paz) como imagen destacada de la sociedad civil y cuya presencia, por momentos no sólo parecía oportuna sino acaso necesaria. También apareció la popular Andrea Levy, por momentos más pendiente de las gradas reservadas a la prensa que de las intervenciones de Rajoy.

El repaso de las nuevas incorporaciones deparó sorpresas. Sin pestañar y pendiente de la tribuna de oradores el senador y ex presidente balear, José Ramón Bauzá, y en estricta soledad -a un par de metros de Pío García-Escudero, también solo- el presidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido.