Seis personas esperan en la esquina de la calle Embajadores, una céntrica glorieta madrileña del distrito Centro, delante de la cafetería Portillo. Una de ellas con su perro, un dálmata delgado con la piel sucia y un collar rojo. Todos menos uno fuman y esperan. A los pocos minutos comienzan a bajar la calle. “Mira, ahí están. Ahora es cuando bajan a buscar el coche”. Pocos minutos después se montan en una de las cundas, los llamados coches de la droga, y se van al poblado de Cañada Real en busca de una papelina. Son apenas las cuatro de la tarde cuando los niños salen de los cinco colegios que hay en las calles aledañas de la rotonda. De vuelta a sus casas con sus padres se encuentran de todo. Incluso gente pinchándose en los portales de sus edificios a la cual deben sortear.

Hace unos meses apareció un cartel pegado en los edificios de la glorieta. En él se anunciaba que los cunderos y sus coches se trasladaban de calle, a un lugar cercano. Los vecinos, en un principio, pensaron que sus problemas se habían acabado. “Ese cartel no fue más que una broma de alguien. No significó nada en realidad”, explica José Luis, presidente de la Asociación de Afectados del a Glorieta de Embajadores de Madrid por las actividades de las Denominadas Cundas o Taxis de la Droga. Él y otros vecinos vieron cómo las cundas se cambiaron de calle, sí, pero no se fueron muy lejos. Tras un verano de inactividad en el que prácticamente desaparecieron los problemas, las actividades de los taxis de la droga y todo lo que generan a su alrededor han vuelto a instalarse en la rutina del vecindario.

La policía toma cartas en el asunto

Cada día, los toxicómanos esperan a las cundas en los alrededores del Metro de Embajadores. Asoc. Afectados por las Cundas de Embajadores

Entretanto, la policía trata de combatirlo como puede. “Ellos tienen una lucha permanente con las cundas, pero de momento aun no se ha ganado para nada. Hoy, sin ir más lejos, teníamos uno durmiendo en el portal que se había colado”, explica José Luis. Este mosaico de adicciones viene en buena medida provocado por la influencia en el barrio de las cundas. Al menos 170 coches identificados por los vecinos que se dedican a suministrar la dosis correspondiente. De cuatro en cuatro, de cinco en cinco y de seis en seis los adictos acuden con regularidad en busca de la dosis de heroína. El punto de encuentro siempre es el mismo: la entrada al metro en uno de los extremos de la glorieta.

En el día a día en Embajadores la droga es una realidad tan palpable como visible. No resulta extraño encontrarse aquí y allá jeringuillas en las esquinas, tiradas junto a los árboles y a las puertas de los comercios, en las calles por las que transitan los vecinos. Las peleas, los robos y la suciedad que los toxicómanos generan es algo con lo que los vecinos deben lidiar.

Ellos tienen una lucha permanente con las cundas, pero de momento aun no se ha ganado para nada. Hoy, sin ir más lejos, teníamos uno durmiendo en el portal que se había colado.

Las jeringuillas son algo con lo que los vecinos de la rotonda tienen que convivir Asoc. Afectados por las Cundas de Embajadores

José Luis lleva toda la vida en el barrio viendo día tras día las papelas en la puerta de su casa. Desde que es presidente de la asociación, no son pocos los vecinos que han hecho piña para denunciar la situación que viven en su día a día. Padres que ven en la puerta del colegio a hombres inyectándose delante de los niños que vuelven a sus casas. Cagadas en los portales. Peleas. Jeringuillas por doquier. La situación se ha vuelto inaguantable para ellos. “Hemos hablado con todo dios. El martes estuvimos con la alcaldesa, Manuela Carmena, quien ha mostrado bastante preocupación por nuestra situación. Ya nos ha organizado otra reunión en diciembre para evaluar cómo va nuestra situación”. En lo que va de año la Policía ha logrado detectar y requisar un centenar de vehículos que actúan como taxis en los que quienes buscan una dosis tienen su cantidad diaria asegurada.

Los vecinos denuncian su situación

Este es el trayecto que hacen cada día los taxis de la droga desde Embajadores

“Esta es la ciudad sin ley”. Es lo primero que se atreve a aseverar la dueña de uno de los quioscos de la rotonda, quien también ha visto de todo. En los últimos días, dos rumanos dedican las mañanas a robar bolsos y carteras. Como ella, todos los vecinos han tenido problemas. Aun recuerda cómo, hace un par de años, un toxicómano se acercó a su garita y le pidió un mechero.

- Dame un mechero de esos.

-Bueno, pero me lo tienes que pagar.

-Pues me lo vas a dar igual porque no te lo pago.

-Pues no te lo doy.

-Pues me lo das.

-Pues no te lo doy.

Luisa trabaja a diario informando en la glorieta de los peligros de la drogadicción. Jorge Barreno

Tuvo suerte, pero menos que su hermano, quien de casualidad pasaba por allí unos minutos después de que se iniciara la discusión. El drogadicto había destrozado a patadas el quiosco pero la mujer estaba bien. Su hermano se encaró con el hombre y acabaron peleando. El asaltante acabó detenido. El hermano de la comerciante salió de aquello con la nariz rota y con unos cuantos golpes de gravedad. Desde entonces a la dueña del quiosco no la han vuelto a molestar, pero sigue siendo testigo del gris día a día en la glorieta.

El barrio es uno de los más caros de la ciudad. Elegantes edificios cercan el perímetro de la glorieta. El contraste que los viandantes perciben es notable. Hace años que pasan por esa situación. Las cundas llegaron a principios de los 2000 procedentes de la plaza de Neptuno. La zona era y es clásica por la gran afluencia de turistas, que tuvieron que convivir con la actividad de los cunderos. La actividad policial en ese lugar logró erradicarlas, y con el tiempo los taxistas se mudaron con sus jeringuillas y sus coches a la Glorieta de Embajadores. Desde entonces, campan a sus anchas en el lugar. Ahora han vuelto con más fuerza que nunca.

Activismo social

Jose Luis lucha día tras día contra la droga en su barrio. Jorge Barreno

Allí, todos los días desde hace seis meses, Luisa trabaja dando información sobre adicción y drogas a todos los que pasan por la calle. A pocos metros de donde se sitúa, en el número seis de la glorieta, los drogodependientes esperan su turno para subirse a los coches. Unos vehículos cuyos bajos embarrados por el lodo de la Cañada Real los delata. El día a día de Luisa consiste en denunciar la situación que se produce a pocos metros de donde ella se sitúa. En la esquina de otra de las calles que desembocan en la glorieta hay un árbol en el que todos los días llegan un tipo que se queda esperando. A los pocos minutos, algunos de los toxicómanos se acercan a él y este les da un sobre. “Les suministra la dosis. Ellos le llevan el dinero y luego se marchan”.

Cagan allí, viven allí y duermen entre cartones dentro de los portales. En el garaje de mi casa, destrozaron las lunas del coche de un vecino para robarle lo que tenía.

Día tras día, los vecinos observan imágenes como estas en la puerta de sus casas. Asoc. Afectados Glorieta Embajadores

La mayoría de los vecinos concuerdan en que la situación no tiene arreglo. A la vez que aumentaba la actividad de los cunderos, la Policía Municipal multiplicó su vigilancia y sus pesquisas. Pero nada es suficiente. La convivencia con las cundas sigue siendo la misma. La calle Alonso del Barco - “Nosotros le llamamos Alonso del Narco”, lamenta José Luis- es uno de los lugares habituales y escondidos en los que los drogadictos se apostan en los portales para inyectarse. “Cagan allí, viven allí y duermen entre cartones dentro de los portales. En el garaje de mi casa, destrozaron las lunas del coche de un vecino para robarle lo que tenía”.

A pocos metro de la puerta de la cafetería Portillo, donde los hombres esperan a los coches embarrados, un individuo se arrincona contra una cabina de teléfono y enciende un mechero que se saca del bolsillo del abrigo. Barba de varios días, gorro azul con varios agujeros, zapatillas Nike negras con los cordones sin atar. Al poco, saca una jeringuilla y la calienta con la llama del clipper sin dejar de mirar a derecha e izquierda cada pocos segundos. Se la clava allí mismo mientras la gente pasa a su alrededor, ajena a lo que ocurre. El periodista y Luisa, la activista social, le observan a apenas cinco metros de distancia. Ella está habituada a este tipo de situaciones, pero a los pocos segundos aparta la mirada. “Esto es el pan de cada día. Bienvenido a la selva de Embajadores”.

Los coches de la droga recogen a los toxicómanos en Embajadores. Asociación Afectados Embajadores

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