El sábado 30 de abril falleció a los 94 años José Gabaldón y como no puedo referirme a él sino como Pepe Gabaldón así lo haré en estas líneas. Quizás a muchos de ustedes no les resulte familiar el nombre de este magistrado, pero no se extrañen: quizás a bastantes de los actuales jueces tampoco porque la Judicatura no tiene especial querencia ni por su propia historia ni por la biografía de sus personajes señeros. En realidad tal desconocimiento hace honor al personaje, precisamente porque fue un magistrado que sin estridencias ni afán de lucimiento bien puede considerarse modelo de juez. Y de líder.

Pero no fue un juez anónimo. Magistrado del Tribunal Supremo, presidió la asociación mayoritaria de jueces y magistrados -la Asociación Profesional de la Magistratura, la APM- en los momentos más duros de la reciente historia de la Justicia española: aquella en la que se traicionó el pacto constitucional y se consumó el desembarco de los partidos políticos en el órgano de gobierno de la Justicia, el Consejo General del Poder Judicial, dando carta de naturaleza a la tan lamentada politización de la Justicia.

Defendía lo que ahora, al cabo de los años, muchos ya defienden: que hay que despolitizar el CGPJ

Tras promulgarse la Constitución se tenía como lo "constitucional" que fuésemos los propios jueces quienes eligiésemos a los miembros judiciales de ese órgano. La APM presidida por Pepe Gabaldón -entonces única asociación judicial en España- copó esos puestos. Al poco de llegar el PSOE al poder se apartó de ese pacto constitucional y provocó una reforma -aun vigente- pasando la elección de los jueces a los partidos políticos, lo que se consumó en la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985. La Justicia era la única parcela de poder que no controlaba quien tenía 202 diputados, gobernaba en la gran mayoría de las comunidades autónomas y en los principales municipios.

Ese cambio y los momentos posteriores -hasta 1990 en que se jubiló- fueron los que tuvo que lidiar Pepe Gabaldón presidiendo la APM, asociación que en solitario defendía lo que ahora, al cabo de los años, muchos ya defienden y entonces no: que hay que despolitizar el Consejo y que sean los jueces los que  elijan a los vocales judiciales de ese órgano constitucional.

Defendía el modelo de juez profesional, apolítico, docto, intachable, defensor de derechos y libertades

Fueron años duros  que viví a junto con Pepe Gabaldón, especialmente al integrarme en el Comité Ejecutivo de la APM. Tuve la fortuna de conocerle en 1987, cuando aprobé las oposiciones restringidas a magistrado especialista de lo contencioso-administrativo y fui a parar a la Sala que él  presidía en la Audiencia Nacional.

La lucha de  poder era manifiesta, la tensión obvia, pero nunca vi a Pepe Gabaldón perder la paz ni la serenidad. Seguía ejerciendo su trabajo de magistrado como uno más -no aceptaba categorías propias del sindicalismo como estar "liberado"- ni ante el ataque a la independencia judicial defendió armas como la huelga. Defendía con una presencia serena y convincente en los distintos medios de comunicación el modelo de juez profesional, apolítico, docto, intachable en lo ético, defensor de derechos y libertades. Su voz no pasaba desapercibida.

El ministro de Justicia decía que reformó la ley para retrasar la jubilación de Pepe Gabaldón

Motivos para  tenerle inquina había, pero pude  comprobar -y lo he visto hasta el fin de sus días- que fue una persona especialmente querida y apreciada incluso por los que podían ser tenidos como adversarios; esa ausencia de animadversión es  algo difícil de lograr en un mundo tan sectario e individualista como el judicial, y mezclen esas notas con las inquinas propias de la lucha política. Tenía madera de líder, pero de líder que sabía oír, no imponer, no dejaba cadáveres por el camino sino amigos de todos los colores.

Prueba de lo que digo fue el aprecio que le guardó el entonces ministro de Justicia  Enrique Múgica. Llegó a esa cartera sin conocer en profundidad el mundo judicial y desde sectores de la Judicatura que le serían por lógica próximos le aconsejaron que con quien tenía que entenderse era con Pepe Gabaldón. Tal fue la relación entre ambos que afirmaba que promovió la reforma de la ley que preveía la jubilación anticipada de los jueces para retrasar la jubilación de Pepe Gabaldón. Y en efecto, se retrasó y tal fue el aprecio de todos que, ya jubilado, fue nombrado magistrado del Tribunal Constitucional con el voto favorable de socialistas, populares y nacionalistas, llegando a ser vicepresidente de ese tribunal. En el Senado obtuvo 219 votos cuando hubieran bastado 153.

Su empresa fue sembrar para que creciese un árbol que acabará dando sombra a los que vengan

Finalizado su mandato dejó el Tribunal Constitucional, pero no se jubiló. Su envidiable lucidez le acompañó hasta el fin de sus días, y eso le permitió ejercer la abogacía y asumir una tarea especialmente relevante y difícil: la presidencia del Foro Español de la Familia. En su etapa de presidente del Foro demostró que a sus ochenta y tantos  años podía levantar del sueño a la sociedad civil, demostró que merecía luchar por lo que vale la pena, la familia, y que podía movilizar a la gente.

¿Fracasó Pepe Gabaldón en sus dos grandes empresas? Si juzgamos su lucha y la comparamos con la situación de la Justicia o de la familia en España el balance podría ser negativo, pero antes de llegar a esa conclusión habría que precisar qué es fracasar o triunfar. Como presidente de la APM no lograría que sus planteamientos acabasen en el BOE y como presidente del Foro vemos unas políticas que no son precisamente profamilia. Pero lo suyo fue otra empresa: sembrar para que creciese un árbol que acabará dando sombra a los que vengan después.

Gabaldón no buscó cargos, se le buscaba para los cargos; no buscaba figurar ni fue estridente

Padre de familia numerosa -y de dos magistrados- vivió con discreción y sobriedad. Recuerdo que cuando le conocí iba a trabajar en su añejo Seat 131 furgoneta. Sus hijos se empeñaron en que tenía que cambiar ese coche de ya muchos años y acabó cediendo, algo que a él pareció un dispendio. Que como juez viese que lo propio era una vida sobria no le impidió dejarse la piel para mejorar la situación económica de los jueces, lo que se plasmó en la reforma salarial de 1990.

Lo suyo fue la naturalidad: no buscó cargos, se le buscaba para los cargos; no buscaba figurar ni fue estridente. Sería inconcebible identificarle como un juez estrella o pujar por estar en el palco de algún gran estadio de fútbol. Vivió su vocación de cristiano consecuente y coherente, y eso sí que habrá tenido su premio. Seguro que ahora nos ve ya desde un palco privilegiado: lo tiene bien ganado.

*** José Luis Requero es magistrado del Tribunal Supremo.