De nuevo, en los tribunales. No quiso ser banquero. Tampoco le dejaron serlo como a él le hubiera gustado. No le gustan los números. Su vocación tardía ha sido ha sido la filosofía, las letras y escribir tribunas en prensa, amén de navegar en barco. Desde El País, por ejemplo, ha protagonizado sustanciosas polémicas al autoproclamarse adalid de la moral, la ética, la honradez, así como vocero contra la corrupción y crítico de la moral católica.

Al respecto, desde la atalaya en el rotativo de Prisa, Jaime Botín (Santander, 79 años) decía sus prácticantes. “No es suficiente decir: “Me equivoqué”. En una democracia, el sacerdote no administra la absolución de las fechorías cometidas por el pecador arrepentido”, escribió en septiembre de 2013.

Unos años antes, Jaime y sus cinco hijos -también su hermano Emilio y sus cinco hijos- tuvieron que pagar una sanción de unos 200 millones de euros para poder regularizar una fortuna de 2.000 millones que estaban escondidos en Suiza. Se acogieron a la amnistía fiscal abierta tras descubrirse cuentas opacas de 659 contribuyentes en la filial suiza del banco HSBC.

El caso Bankinter

Pocos medios de comunicación se atrevieron a recordar a Jaime Botín sus dos renuncios con la moralidad. Primero, su amnistiado episodio de ocultación de patrimonio al fisco y su otra gran ‘equivocación’: el olvido de declarar a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) que su sociedad de cartera (Cartival) tenía un 24% de Bankinter en lugar del 16% que constaba oficialmente en los registros del regulador. Corría el año 2010 y Botín se enfrentaba al banco francés Credit Agricole por el control de Bankinter.

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Cuando Jaime Botín se sacó de la chistera aquel 7,85% del pequeño banco español para sonrojo de los inversores profesionales. La indignación de los accionistas fue en aumento. En Credit Agricole, que entró en 2007 con un 15% y se había convertido en el mayor socio de Bankinter, no salían de su furia e instaron tanto a la CNMV como al Banco de España a actuar frente a su indefensión. Acabaron vendiéndolo todo. Se fueron hartos de pegarse contra la pared del coto bancario español.

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En enero de 2014, el supervisor reveló una sanción de 700.000 euros por ocultar 350 millones de euros en títulos del banco desde 1993 a 2010. En diciembre de 2014, aquella ‘multa’ quedó en nada porque el Ministerio de Economía, con Luis de Guindos al frente, tardó demasiado en tramitarla. De nuevo, el Gobierno administraba absoluciones a través del Boletín Oficial del Estado (BOE) y Jaime Botín quedó perdonado de sus pecados financieros. 

De hecho, el expresidente del banco no vio mayor perjuicio en su comportamiento. Es más, fruto de su soberbia y su acceso a la atalaya en El País, se atrevió a contestar a las crónicas sobre los hechos alegando que no era más que una pataleta -”¿y tu más”, “de los practicantes de la moral católica”.

Incluso se atrevió a revelar desde su tribuna (octubre de 2013) que, en una reunión privada, comunicó a los franceses de Credit Agricole que él tenía el control sobre el 25% de Bankinter. Por tanto, se justificó, “no hubo engaño a los accionistas porque el management (directivos) y el accionariado estaban de su lado”.

Efectivamente, a los primeros los nombró él y la segunda parte de la ecuación era él mismo. Fuentes bancarias coincidieron entonces en una opìnión: “Si hubiese hecho lo mismo en otro país, Jaime Botín hubiese pisado cárcel por aquello”. En España, sin embargo, los delitos financieros gozan de castigos limitados frente a otros países. En julio, aparentemente, su multa por fraude en el mercado de valores cobró vida otra vez, al tiempo que la policía le confiscó un Picasso que pretendía sacar del país. Ahora está imputado, ¿cambia su suerte?

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