Me gusta pensar que el peligro se aleja. Y que la vida puede cambiar a mejor. Ya sé que siempre también a peor, pero qué le vamos a hacer, soy optimista compulsiva

Seguramente esa es la razón por la que rebatí apasionadamente el argumento de un amigo directivo que aseguraba que en los Consejos de Administración cuando se habla de criterios de sostenibilidad y se le pone apellido en forma de coste lo habitual es pasar de pantalla, o lo que viene siendo parecido: dejar la solución para el siguiente Consejo. 

Por eso me gustó primero escuchar al ecólogo Fernando Valladares en una divertida conversación y después leer en su libro La recivilización (Editorial Destino, 2023) que “no basta con cambiar de actitud, necesitamos actitud de cambio”. Se puede decir más alto. No más claro.

El libro hace pensar desde las primeras líneas, en las que nos dice que las guerras matan cada año más o menos a unas 400.000 personas. Continúa explicando que la crisis climática mata directa o indirectamente a decenas de millones de personas también al año. Y, sin anestesia, aclara que sin embargo el gasto en defensa es el 11% del PIB mientras que a la crisis ambiental se le aplica más o menos un 2%. Touchée! Ojalá a lo largo de nuestra vida no topemos directamente con la guerra…, pero está claro que topamos con una naturaleza enferma que obviamente nos enferma. 

Y lo curioso es que lo sabemos. Sabemos muchas cosas. Miramos para otro lado. Mira el mundo privilegiado a otro lado cuando no le tocan los tiros, la tiranía o el hambre o la tiranía del hambre. Y el inconsciente adolescente, aunque sea sénior, también desvía la vista cuando sabe ya lo que sabe sobre el cambio climático, la descarbonización, los límites planetarios, derrochando cual homo nuevo rico que se desplaza por la cuerda floja y que como dice Fernando no se sabe si lo hace “por placer, por necedad o por inconsciencia”.

Irónico, sarcástico a veces, repleto de sentido del humor, siempre, científico y tierno, Valladares también es optimista. Porque cree en la bondad, en que el ser humano está hecho para cuidar. En que la humanidad y el cariño nos salvan. Se ha dicho muchas veces, pero en sociedades como la española los valores aprehendidos históricamente y que estarían por ello casi en nuestro ADN (perdón Fernando y señores investigadores, por esta barbaridad tan poco científica) han sido nodales a la hora de ayudar a superar las crisis. Con familia, en familia, siempre. Porque somos tribu, somos grupo, somos alianzas. O deberíamos serlo. Lo fuimos.

Podríamos decir que, sabiendo lo que sabemos, tendemos a hacernos trampas y tristemente al solitario. Pero me gusta más el planteamiento que Fernando Valladares hace en el subtítulo de su libro, porque habla de “desafíos, zancadillas y motivaciones para arreglar el mundo”. Feminista, como él se define, cuando se refiere a uno de los desafíos que son las guerras, explica que el mundo cambiaría si remplazásemos por ejemplo el ego por la empatía, la competición por la cooperación, o la agresividad por el entendimiento, para “equilibrar la actual violencia de una sociedad dominada por un polo masculino hiperdesarrollado”.

Vivimos según el autor inmersos en una realidad y es la de que cada vez somos más, cada vez nace más gente y muere menos, obviamente no en Europa, ni en Occidente, ni en el mundo en el que nos desarrollamos -que no es lo mismo que evolucionamos, esto lo digo yo-, aunque nos alejamos de esa cifra mítica que suponía llegar a los 10 mil millones de habitantes, pico al que solo nos acercaremos en 2060. Y estos que somos cada vez  menos, cada vez queremos más, buscamos más, ansiamos más. De todo. Con esa fórmula diabólica que ha eliminado el pensar para existir y lo ha sustituido por tener para existir…, tengo luego existo. Zancadillas que nos ponemos a nosotros mismos, sin reflexionarlo ni un minuto. Por ejemplo, una mala alimentación que produce casi diez millones de muertes al año.

En su opinión, bastaría con leer la declaración de derechos humanos y con recordar los límites del planeta para saber hacia dónde dirigir nuestros pasos hacia esa recivilización, necesaria. Yo añado los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Y subo la apuesta con otra publicación que también ha formado parte de mis últimas lecturas y que conecta igualmente con las primeras líneas de este artículo. Porque para este nuevo rumbo que debe tomar la humanidad, la nuestra, la sociedad, las empresas, las naciones necesitan también una nueva estirpe de líderes, que pasan sí o sí por la senda de la sostenibilidad, entendida esta de manera holística, enfocada desde los valores medioambientales, sociales y económicos. 

Líderes sostenibles (Ed. Plataforma Empresa, 2023) se titula precisamente el manual escrito por Marta García-Valenzuela. En él, tras una serie de lo que podríamos llamar normas del nuevo responsable sostenible, habla con 17 grandes ejecutivas que van respondiendo a preguntas tipo para desgranar cómo debería ser el nuevo liderazgo y las empresas derivadas del mismo, cómo son ellas mismas y su evolución. Porque como la autora dice “los equipos innovadores donde hay alga seguridad psicológica y también honestidad intelectual dan lo mejor de sí mismos”.

¿Hace falta elevar la sostenibilidad al conocimiento de los nuevos líderes? Sin duda. Desde luego, para encarar las nuevas reglamentaciones. Pero también por el propio desempeño social y empresarial, a todas luces mejor, enfocando la sostenibilidad no solo como objetivo, sino como ecosistema en el que evolucionar. Como dice la autora, también por honrar el propósito de los líderes, que es al mismo tiempo su particular propósito. Por ética, conciencia y consciencia. Todo ello implica y va a implicar un cambio de sistemas, de organización y de procesos. Pero ni el desarrollo, ni la humanidad son el cielo… No pueden esperar.