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En el templo del tenis de élite, donde se reúnen anualmente los ocho mejores del mundo, existe un fantasma que persigue a los tenistas españoles desde hace casi tres décadas.

Este domingo en Turín, Carlos Alcaraz intentó exorcizarlo, pero Jannik Sinner actuó como un mecanismo de relojería sin emociones, desplegando el tenis más perfecto de la temporada para ganar su segundo título consecutivo de las ATP Finals.

El marcador, un ajustado 6-7, 5-7 ante un Alcaraz que ofreció todo lo que tenía, fue apenas un detalle frente a la magnitud de lo que ocurrió realmente: otra final española perdida, otro sueño hecho añicos en la cubierta más importante del tenis mundial.

Sinner no fue un rival cualquiera. El italiano llegaba a esa final como la mejor versión de sí mismo, afilado en cada golpe, imparable en cada intercambio. Alcaraz lo sabía, lo había visto venir durante toda la semana, pero aún así se presentó a la batalla con la esperanza de que quizás fuera su momento.

Fue una ejecución quirúrgica, un partido donde no había espacio para la sorpresa. Y es que así opera esta maldición en Turín, más con Sinner enfrente: no te deja la posibilidad ni siquiera de saborear metal a pesar de no cometer apenas errores.

Una maldición

Pero esta derrota no es un hecho aislado, sino el último capítulo de una saga que lleva escribiéndose desde 1998. Son 27 años sin que un español levante el trofeo de las ATP Finals , un silencio ensordecedor en la historia del tenis nacional.

Cuatro españoles han llegado a la final después del último campeonato ganado por los suyos; ahora cinco con Alcaraz. En conjunto, han acumulado nada menos que cinco finales perdidas, cinco oportunidades que se esfumaron bajo la presión, la perfección del rival o simplemente los caprichos del deporte.

Es paradójico. España dominó el tenis mundial durante casi dos décadas. Ganó más de treinta títulos de Grand Slam, colonizó el circuito Masters 1000, produjo campeones que dictaban leyes. Y sin embargo, las ATP Finals parecen malditas.

El último ganador español fue Álex Corretja en 1998 en Hannover, en una final que todavía resuena en la memoria del tenis español como un espejismo. Corretja venció a Carlos Moyá en una final completamente española, lo que debería haber sido el comienzo de una dinastía ibérica en este torneo.

Pero no fue así. Moyá, quien se convirtió en subcampeón ese año al perder ante su compatriota, fue la primera de las víctimas de esta maldición. Corretja celebraba con Moyá llorando a su lado, sin saber que ambos estaban plantando las semillas de una sequía que duraría generaciones.

Después vinieron los otros. Juan Carlos Ferrero en 2002 llegó a la final bajo el prestigio de reciente campeón de Roland Garros, pero el australiano Lleyton Hewitt no le perdonó, ganando 7-5, 7-5, 2-6, 2-6, 6-4 en un partido donde Ferrero se vio superado por la experiencia del vencedor. Era una oportunidad fallida, la primera de muchas.

David Ferrer en 2007 fue tal vez quien más cerca estuvo de romper la maldición. Ferrer, ese guerrero del tenis español que nunca ganó un Grand Slam pero que acumuló títulos en todo el circuito, descendió a la final de Shanghái con la promesa de hacer historia.

Pero Roger Federer, en su apogeo, fue demasiado para él. Ganó el suizo 6-2, 6-3, 6-2, y Ferrer se fue con las manos vacías, otro español más que quedaba en la cuneta de la historia.

Nadal, con el trofeo de subcampeón de las ATP Finals. REUTERS

Pero ninguno de estos fracasos se comparaba con el dolor de Rafael Nadal. El tenista que ganaría veintidós Grand Slams, que dominaría el tenis mundial durante una década y media, llegó a la final de las ATP Finals en dos ocasiones y perdió ambas.

En 2010, en Londres, Federer lo superó 6-3, 3-6, 6-1. Tres años después, en 2013, fue Novak Djokovic quien lo derrotó 6-3, 6-4. Son las únicas dos veces que el mejor tenista español de la historia llegó al pico de la montaña en las ATP Finals, y las dos veces descendió sin el trofeo.

Y ahora está Carlos Alcaraz en 2025, esperando romper la racha, anhelando ser el tercero en la historia en ganar el torneo. Pero Sinner fue más rápido, más preciso, más implacable. Alcaraz se fue de Turín sin la copa, con las manos vacías, como varios españoles antes que él.

Han pasado 27 años. Cinco finales. Una única victoria. Y mientras el mundo del tenis celebra a nuevos campeones y nuevas dinastías, España sigue esperando, atrapada en la maldición de las ATP Finals.