París (enviado especial)

La imagen lo dice todo. Robin Haase sube la escalera que conecta los vestuarios de Roland Garros con la Philippe Chatrier y lleva la cabeza hundida. Es miércoles a mediodía y el holandés está citado con Rafael Nadal para pelear por el pase a la tercera ronda del torneo. Su salida a pista, sin embargo, anticipa lo que luego termina ocurriendo (6-1, 6-4 y 6-3 del español) bajo el sol de la tarde de París. Cuando el campeón de 14 grandes supera el partido y se cita el próximo viernes con Nikoloz Basilashvili (7-6, 7-6 y 7-6 al serbio Troicki) ha conseguido algo más que otra victoria en su camino hacia la décima Copa de los Mosqueteros: el vestuario le tiene mucho miedo porque Nadal vuelve a ser triturbo, el temible rival que desquició a todos en sus mejores años combinando la velocidad de sus piernas con la potencia del drive[Narración y estadísticas]

En Melbourne conté el caso de Linford Christie porque mi hermano me decía que los jugadores de fútbol llegaban mayores a los 30 años, que perdían velocidad”, recuerda Toni Nadal, tío y entrenador del español. “Me pareció curioso que Christie hubiese ganado los Juegos Olímpicos con 33 años”, insiste el técnico. “Al final, si estás con buena predisposición mentalmente te mueves bien y llegas bien a las pelotas aunque tengas 31 años”, cerró.

“Coincido a medias. Toni siempre piensa mucho en la mente y el físico también es una parte importante de nuestro juego”, le sigue Nadal. “Es cierto que cuando estás mentalmente bien no tienes que pensar cómo moverte y cómo ir a la pelota. Cuando juegas mal estás más tenso y pierdes soltura”, continúa. “Pero hay una cosa que es impepinable: la salud. Si uno está bien físicamente, sin lesiones, es más fácil moverse”, se despide el balear.

“Todo es un estado de ánimo”, resume Carlos Moyà, otro de los entrenadores del número cuatro. “Está con confianza, entrenando fenomenal y golpeando muy bien la pelota. Eso le hace estar más fresco mentalmente y más vivo”, añade el ex número uno del mundo. “Hoy lo ha hecho todo bien: ha estado centrado durante el partido completo y no ha tenido ningún bajón”.

De vuelta en la pista central tras debutar el primer día en la Suzanne Lenglen, Nadal le propina a Haase una auténtica paliza en la primera manga. La derecha del español desnuda las carencias de su rival, que se pasa media hora viendo venir golpes por todos lados y no tiene argumentos para contrarrestarlos. Ante eso, el holandés intenta lo que se le ocurre: una dejada por aquí, un cambio de ritmo por allí, una bola alta por allá… Sus intenciones son buenas, el resultado siempre es el mismo: el mallorquín llega a todo, lo hace en buenas condiciones y acaba por desmontar los recursos que se va fabricando su oponente.

“¡Qué bonito! ¡Qué bonito!”, canturrea la gente mientras hace la ola en mitad del encuentro, que Nadal domina sin una sola fisura, sin conceder ni una oportunidad de break al número 46 mundial. Tanto margen tiene el español, tan grande es la diferencia con su rival, que Haase acaba por tomárselo a broma, por abrirse de brazos y echarse a reír después de que el balear le conecte una derecha paralela inverosímil que viaja a la velocidad de la luz, quizás incluso más rápido. Así, claro, es imposible.

Con respecto a su estreno en el torneo, Nadal hace muchas cosas bien. Saca mucho mejor, cambia direcciones con mayor frecuencia y se atreve a ir a buscar la pelota casi siempre con su derecha, que le permite tener la iniciativa constantemente. Con el control de los puntos en su raqueta, el mallorquín es un jugador impenetrable que ahoga al contrario, exigiéndole la vida en cada intercambio y llevándole a la desesperación. 

Eliminado tras un zarandeo, Haase debe sentir lo que tantos otros en 2006, 2007 o 2008: Nadal no corre y pega, vuela y muerde. 

Nadal, golpeando una derecha ante Haase. Benoit Tessier Reuters

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