Antes de jugar las semifinales del Masters 1000 de Indian Wells, que le medirán este sábado a Stan Wawrinka en uno de los partidos más importantes de su vida, Pablo Carreño se señala la cabeza y explica por qué es la responsable de la evolución que ha tenido en los últimos meses, pasando de moverse por la mitad de la tabla a asaltar un lugar en la zona noble del ránking tras dar un paso al frente que necesitaba para no caer en el conformismo, relajarse y estancarse.

“Quizás, el cambio más importante fue mentalmente”, explicó el español, que el próximo lunes será top-20 por primera vez en su carrera. “Probablemente fue la clave. Al empezar a trabajar con Samuel y César [sus técnicos desde 2016], me enseñaron a ser duro mentalmente. Juan Carlos Ferrero también me ayudó mucho”, añadió Carreño, que puntualmente cuenta con los consejos del exnúmero uno mundial.

“Y lógicamente cuando juegas muchos partidos tienes más experiencia, que luego se traduce en confianza. En resumen, te conviertes en un jugador mejor”, insistió. “Trabajé duro para estar concentrado todo el tiempo, para ser muy agresivo, para tratar de dominar todos los puntos. No es fácil, por supuesto, pero ellos me han ayudado mucho durante este año y medio que llevamos juntos. Creo que están muy cómodos conmigo y yo con ellos. Así que espero que las cosas continúen por este camino”.

Pablo Carreño celebra el pase a semifinales de Indian Wells. Jayne Kamin-Oncea Reuters

A los 19 años, y en manos del experimentado Javier Duarte (exseleccionador y extécnico de Àlex Corretja), Carreño tuvo que enfrentarse a una operación por una hernia discal que le apartó siete meses de la pista, cuando buscaba un puesto en el top-100 en plena adolescencia. A su regreso, hundido entre los 700 primeros de la clasificación y lleno de dudas por la inactividad, el español respondió de maravilla.

Ganó siete torneos Futures de forma consecutiva y cuatro Challengers, alcanzó las semifinales en Oeiras (eliminando a pesos pesados como Julien Benneteau, David Goffin o Fabio Fognini) y debutó en un Grand Slam tras pasar la fase previa (Roland Garros contra Roger Federer). En noviembre, y como consecuencia de todos esos buenos resultados, Carreño ya estaba entre los 60 mejores del mundo, había raspado el óxido acumulado por la lesión y apuntaba a un futuro esperanzador.

A finales de 2015, tras completar esa etapa de consolidación con Duarte, el gijonés decidió romper con todo y dar un cambio radical. En consecuencia, dejó a su mentor de toda la vida, mantuvo su residencia en Barcelona, pero con períodos en Valencia, y eligió a Samuel López y César Fábregas como sus nuevos entrenadores, pasando a formar parte de la Academia Equelite, el legado de Ferrero en su casa. La apuesta, arriesgada tras tanto tiempo con el mismo técnico, no pudo salirle mejor.

2016 destapó la mejor versión de Carreño, que celebró sus dos primeros títulos (Winston-Salem y Moscú), alcanzó la final de dobles en el Abierto de los Estados Unidos (junto a Guillermo García-López) y acabó la temporada frotándose las manos al ver el jugador en el que se había convertido. En Indian Wells, y con 25 años, quedó confirmado que no iba de farol. Después de una evolución escalonada, mejorando primero los golpes y luego la cabeza, con un trascendental cambio de su equipo técnico de por medio, Carreño puede decirlo bien alto: hoy es un tipo duro de roer.

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