Melbourne

Es oficial, ninguno de los dos mejores jugadores del mundo ganará este año el Abierto de Australia. Un par de días después del adiós de Novak Djokovic en la segunda ronda del torneo, Mischa Zverev eliminó 7-5, 5-7, 6-2 y 6-4 a Andy Murray en los octavos de final y provocó un terremoto. La derrota del número uno, que acabó descompuesto por la rabia y la impotencia, deja el cuadro abierto por ambas partes y da opciones a muchos que estaban esperando un momento así y a otros que antes no se lo planteaban.

El cruce dejó un dato revelador que explica el final de un duopolio de regularidad en las citas de la máxima categoría. Por primera vez desde el Abierto de los Estados Unidos de 2014 (cuando Marin Cilic le ganó el título a Kei Nishikori en Nueva York), ni Djokovic ni Murray estarán en la final de un Grand Slam tras ocho presencias consecutivas de uno u otro. En Melbourne, serán otros dos los que pelearán por la copa el último domingo de competición.

“Ha merecido ganar porque ha jugado increíble en los momentos importantes”, analizó Murray tras el encuentro. “Cada vez que había puntos muy apretados, le he presionado y ha sabido salir con grandes golpes. Así que merece estar en la siguiente ronda”, prosiguió el británico. “No puedes hacer mucho cuando alguien sabe corregir los errores y sale con golpes geniales. A veces sólo falta decir: ‘Bien jugado”, añadió el número uno mundial. “He tenido derrotas duras en mi carrera y me he recuperado. Esta es una derrota dura, pero me recuperaré”, avisó Murray.

“¡Ha sido el mejor partido de mi vida!”, se arrancó luego Zverev, visiblemente emocionado. “¡Confié en usar el saque y la volea contra él, empleé mi cortado y traté de destruir su juego esperando que funcionase, y así fue. Realmente, no tenía un plan B. No podía estar en el fondo de la pista, debía subir a la red. Era mi única opción para ganar”, añadió el alemán. “He creído en mí mismo, he creído en mi juego. Y sí, he conseguido ganar”.

Sin renunciar a su característica creatividad, Zverev ganó demostrando que es un jugador inteligente como pocos. El alemán, que con 29 años vive un momento dulce, acabó el partido con 118 subidas a la red, el estilo de juego que le diferencia claramente del resto. Lo que antes de empezar parecía una temeridad contra Murray, uno de los mejores desde el fondo de la pista, se transformó en la llave que le abrió la puerta (sumó 65 puntos en la cinta) de los cuartos de final, los primeros de un grande en su carrera.

Un día después de que su hermano menor cayese con Rafael Nadal en cinco mangas, Zverev se plantó en la pista central y se puso a jugar de película mientras Sascha le animaba desde la grada poniéndose en pie tras cada gran punto del aspirante, y hubo muchos para celebrar aplaudiendo. El número 50 mundial firmó voleas antológicas (¡qué manera de estirarse con elegancia!), deliciosas para el espectador y dificilísimas de atrapar para Murray, que se marchó petrificado, con más saques directos que su rival (10 por ocho), más golpes ganadores (71 por 52) y casi el mismo número de errores no forzados (28 por 26).

Zverev saluda a Murray tras su victoria. Reuters

El británico, derrotado hace unas semanas en la final del torneo de Doha por Djokovic, apareció en el primer grande del año con la sensación de estar preparado para ganar por fin su primer trofeo en el Abierto de Australia después de cinco intentos fallidos (2010, 2011, 2013, 2015 y 2016). La victoria de Denis Istomin ante Nole terminó de confirmar ese favoritismo a la copa, con su mayor rival fuera de circulación casi a la primera y con el resto aparentemente lejos de su tenis hermético y fiable, el que le llevó en 2016 a asaltar el trono del circuito en una segunda mitad de año espectacular.

Para convertirse en el jugador de peor ránking en tumbar a un número uno en un grande desde 2004 (Marat Safin a Andy Roddick en cuartos de este mismo torneo), Zverev necesitó agallas, puntería y decisión. Desde el arranque, el alemán nunca renunció a su forma de entender el tenis, que es hacer saque y red, presionar al contrario en la zona más decisiva de la pista y poner una presión inaguantable con esas embestidas frontales.

Durante toda la tarde, Murray tuvo en su mano varias oportunidades para vivir un encuentro cómodo (dos roturas desaprovechadas en el primer set, por ejemplo) y se enredó en la tela de araña de su contrario. El británico no encontró la forma de desarticular el plan de Zverev, pese a que nadie le ha regalado su fama de francotirador para conectar tiros pasantes desde atrás. En consecuencia, y con mil demonios en la raqueta (gritando, maldiciendo, escupiendo palabras malsonantes), Murray se marchó del torneo y no le quedó más remedio que reconocer el tremendo mérito de su oponente.

Como le dijo John McEnroe en la puerta del vestuario, Zverev acabó con el número uno del mundo a la vieja escuela. Increíble.