Brisbane

Es la transformación de una campeona jovencísima, una metamorfosis obligatoria. Garbiñe Muguruza está en semifinales del torneo de Brisbane (7-5 y 6-4 a Svetlana Kuznetsova) después de volver a demostrar que sus esfuerzos por no sacar bandera blanca a la primera de cambio van muy en serio. La española, que buscará este viernes la final en su primera cita del año ante la francesa Cornet (6-3 y 7-5 a Dominika Cilbulkova), ha aprendido en 2017 tres principios interesantes sobre los que se edifica la cultura del sacrificio: templarse, apretar los dientes si hace falta y no rendirse nunca, aunque vengan mal dadas. Muguruza lleva años ganando por la fuerza, pero desde este curso también lo hace por pura resistencia.

“Aunque iba perdiendo no me importaba”, explica luego la española a este periódico. “Era cuestión de entrar en el partido. He estado tranquila y por eso le he dado la vuelta”, prosigue Garbiñe, que domina 2-0 el cara a cara con Cornet, su próxima rival. “Tengo en la mente mantener esta consistencia, pero tampoco me quiero obsesionar. Sé que si estoy preparada y con ganas haré buenos resultados. Ojalá pueda seguir con esta línea”.

Kuznetsova es hueso duro de roer, jugadora de vidas ilimitadas, guerrera de campo y cuchillo en tiempos de bombardeos ligeros. El vestuario bromea diciendo que la rusa regala un punto cada año bisiesto y en el arranque del partido no es ninguna mentira: con 4-1 en la primera manga, la campeona de dos grandes se va al suelo tras un contrapié de Garbiñe y antes de aterrizar ya se está levantando, a ver si puede cazar la pelota y devolverla como sea. Esa es Kuznetsova, la que corre, lucha y aprieta el puño, la que por no mostrar un síntoma de debilidad se revuelve tumbada boca abajo en el cemento, la que juega con gesto amenazante, cara de pocos amigos.

Pasan 20 minutos y el partido está en serio peligro para Muguruza, que pierde 1-4 y tiene bola de break en contra. Un rato antes, la española se sopla las manos, se sacude los hombros y pide la ayuda de Sam Sumyk, su entrenador, para que le diga cómo meterle mano al cruce, o al menos para que le recuerde que perder la paciencia es perder la batalla. Un rato después, Muguruza tiene empatado el encuentro (4-4), está de vuelta en la pelea y ha conseguido enredar a su contraria, que envía un remate al limbo con la pista vacía, comete dos dobles faltas en el mismo juego y desperdicia dos puntos de set al resto (con 5-4) para acabar cediendo el parcial inaugural. Esa es otra Kuznetsova, una desorientada (termina con un discreto 46% de primeros servicios) y errática (29 errores no forzados) que acaba sin convicción para remontar cuando el cruce se empina.

Como en los dos partidos anteriores, el mérito de Garbiñe es saber sufrir de lo lindo pese a un mal comienzo, no bajar los brazos y olvidarse de la primera manga para reaccionar en la segunda, que posiblemente habría sido lo más cómodo estando primero a tanta distancia (a un punto de 1-5 y saque de su rival) y después con bola de set en contra. A Muguruza, sin embargo, ya no le sirve invocar a sus demonios para enzarzarse en una guerra contra sí misma y desentenderse del encuentro, situación mil veces repetida en 2016, causa de tantas derrotas que tendrían que haber sido victorias el año pasado.

Tras hacer suyo el parcial inaugural, Garbiñe compite tranquila, haciendo lo que quiere, llevando el peso del duelo. La española ataca alegremente, proponiendo siempre, buscando que sean sus golpes los que le abran las puertas de las semifinales. Da igual que Kuznetsova recupere el break (de 1-4 a 2-4 y saque) que Muguruza consigue al principio del set porque la número siete abre la brecha de nuevo (4-3) y se planta en en la penúltima ronda del torneo, amenazando con llegar más lejos.

No es una amenaza cualquiera. El renovado espíritu competitivo de la española complementa su juego mercurial de toda la vida y avisa a sus rivales, para que luego no pille a nadie por sorpresa: Muguruza está con ganas de hacer cosas importantes.

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