Londres

Al final de la tarde, cuando las luces del O2 Arena se apagaron, el número uno mundial se quedó en las mismas manos que lo llevaron de París a Londres: en la final de la Copa de Maestros, Andy Murray venció 6-3 y 6-4 a Novak Djokovic, celebró el título de campeón (el primero de su carrera en el torneo que reúne a los ocho mejores del curso) y cerró la temporada en lo más alto de la clasificación, algo que hasta hoy sólo habían conseguido 16 jugadores más, y ninguno de ellos británico.

El triunfo reivindicó el momento de Murray (24 partidos ganados consecutivamente), líder indiscutible en la segunda mitad del año (78 victorias por nueve derrotas, y nueve títulos en total), subrayó el estado del serbio, en caída libre después de coronarse en Roland Garros el pasado mes de junio (cuando completó el Grand Slam ganando el único que le faltaba), y abrió un enorme interrogante: ¿quién dominará el circuito en 2017?

“Voy a tratar de convertir los próximos años en los mejores de mi carrera, y ganar todo lo que sea posible”, avisó Murray, con la victoria todavía caliente. “Intentaré mantenerme, está claro. El esfuerzo de los últimos cinco o seis meses ha sido tremendo. Soy consciente de lo complicado que va a ser mantener la posición porque he tenido un año espléndido y lo he logrado por un partido de diferencia”, reconoció.

“Repetirlo el próximo año va a ser muy difícil, pero ahora que he llegado ahí estoy motivado para permanecer arriba", siguió. “Este partido era muy importante y he logrado ser duro hasta el final. Mentalmente me va a dar un plus para el año que viene. Estoy contento por mi equipo, porque han puesto mucho trabajo para estos partidos. He perdido muchos de ellos durante los años y estoy contento de haber asegurado uno tan grande como este”, se despidió el británico, que ahora descansará antes de pensar en la pretemporada.

Djokovic saluda a Murray. REUTERS

“Dejemos a Andy disfrutar de este momento”, le siguió Djokovic tras la final. “Merece apreciar cada momento y valorar todo lo que ha conseguido”, añadió. “Cada año es una evolución para mí”, explicó el campeón de 12 grandes. “No puedes esperar repetir cada curso lo mismo. Nada es eterno. Sé que hay otros jugadores progresando, haciéndose más fuertes”, continuó el número dos mundial. “De todas formas, ha sido un año de grandes resultados, con Roland Garros en lo más alto de la lista”, recordó. “Ahora toca descansar y cargar pilas. Ha sido un año muy largo. Toca dejar la raqueta de un lado y descansar unos días, desconectar, recuperarme y, entonces, empezar a pensar en la siguiente temporada”.

La primera pisada de Murray en la pista fue suficiente para despertar al público, que abrazó al británico sin disimulo, como no podía ser de otra forma con un jugador local compitiendo en Londres por semejante premio. La gente, en cualquier caso, abarrotó las gradas para ver algo inédito porque nunca antes dos tenistas se habían disputado el número uno del mundo en el último partido del año. Así, el cruce ofreció una doble recompensa al ganador: cerrar la temporada celebrando la Copa de Maestros y gobernando la cima del ránking.

La final de las finales nació con Murray resoplando, pidiendo aire para sus pulmones. El británico, que para llegar a la pelea por el título necesitó consumir 9h56m (batiendo dos veces en la misma semana el récord del partido más largo en la historia del torneo), se encontró con un Djokovic fresco (6h33m), muy lejos de su desgaste. A final de temporada, con 11 meses de competición en las piernas y mil viajes encima, esa diferencia (casi tres horas y media) es algo más que un abismo.

Con el cuerpo achicharrado, Murray entendió el encuentro como la oportunidad perfecta para demostrar que nadie le ha regalado el trono, aunque haya más de uno que lo piense así. El campeón de tres grandes, que se benefició de la crisis de juego de Djokovic para recortarle más de 8.000 puntos desde Roland Garros, llegó a la cima sin enfrentarse a su máximo rival. Hubo muchos que aprovecharon entonces para recordar el cara a cara (24-10, claramente favorable a Nole), las 13 victorias de Djokovic en los últimos 15 partidos contra Murray o el pobre rendimiento del británico en duelos de la máxima exigencia (ocho finales grandes perdidas).

Motivado por esa oportunidad, Murray jugó con el corazón desatado, pero con la cabeza de siempre. El británico, posiblemente el mejor estratega del circuito, eligió de arranque la solución más evidente para soportar el cansancio y no arriesgarse a quedarse sin fuerzas por la fatiga acumulada durante los días anteriores. En lugar de enzarzarse en intercambios interminables con Djokovic, escenario habitual de sus enfrentamientos contra el serbio, en lugar de esperar los errores del campeón de 12 grandes, táctica repetida en la rivalidad entre ambos, en lugar de ser conservador, Murray fue a por la victoria asumiendo muchos riegos en una salida en tromba.

Murray.

En consecuencia, el británico defendió su reinado atacando las líneas, decidido a llevarse por delante a Djokovic, convencido de que para proteger el número uno tenía que recorrer el camino con el cuchillo entre los dientes. Eso sorprendió de entrada al serbio, que fue apagándose con el paso de los minutos: en menos de una hora, Nole había perdido la primera manga, estaba break abajo en la segunda y caminaba con la mirada clavada en el suelo, posiblemente preguntándose cuándo se había apagado la brillantez del jugador que controló el circuito con mano de hierro los seis primeros meses del año.

A Djokovic, errático, cabizbajo y falto de alma incluso para lamentarse, le pesó el encuentro demasiado y le abrumó la responsabilidad (30 errores no forzados, una barbaridad). Sorprendentemente, el serbio no supo gestionar la presión de jugarse el número uno a cara de perro, como se tradujo sobre la pista. Los movimientos de Nole fueron lentos y torpes, muy lejos de los pasos acompasados de tantas otras tardes. Las decisiones que escogió para detener a su contrario estuvieron mal seleccionadas. Su actuación, en definitiva, no fue la de un jugador que merece acabar el año como número uno.

Tan fácil fue el partido para Murray, tan cómodo, que el británico no vomitó ni un sólo demonio, algo extrañísimo en un jugador con muy malas pulgas. Ni ceder parcialmente la ventaja que se había procurado en el segundo set (de sacar por 5-1 a 4-3) le hizo perder los nervios. Tras abrochar la victoria con su saque, saliendo con pericia de la única curva que afrontó en el encuentro, el británico tiró la raqueta al suelo, se llevó las manos a la cabeza y con los ojos poblados de lágrimas disfrutó de la nueva realidad que le espera: su reinado sigue adelante.

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