Esa es la cara de un número uno y lo demás son tonterías: Andy Murray celebró el título en Shanghái (7-6 y 6-1 a Roberto Bautista), llegó a 13 Masters 1000 y se acercó aún más a su gran objetivo, que es aprovechar el mal momento de Novak Djokovic para quitarle el trono del circuito (a menos de 2.500 puntos desde este lunes). A falta de algo más de un mes para que acabe el año, con torneos importantes todavía por disputarse (París-Bercy o la Copa de Maestros de Londres), el campeón de tres grandes tiene opciones de acabar con la tiranía del serbio y llegar a lo más alto para entrar en la historia.

Antes, un cruce lleno de emociones que Murray domó en dos partes. En su primera final de Masters 1000, Bautista no engañó a nadie e hizo exactamente lo que avisó en las horas previas: se ató los cordones de las zapatillas bien fuerte y se puso a correr como si le fuera la vida en ello, empezando desde cero y olvidando que el día antes había derrotado a Djokovic. Rechazó así la invitación de subirse a una nube y disfrutar de uno de los mejores momentos de su vida. La complacencia, pensó certeramente el novato finalista, no es amiga de los campeones.

El español, por supuesto, no ha llegado hasta los días más dulces de su carrera por un milagro. Si Bautista estrenará el lunes su mejor ránking (número 13 del mundo), si ya puede presumir de haber ganado títulos en todas las superficies (tierra, hierba, cemento y cemento bajo techo), si además tiene en su colección de caza victorias muy importantes (seis frente a rivales del top-10) es porque tras todo eso hay un sacrificio enorme. Mucho trabajo a fuego lento, muchos días amargos superados con la firme creencia de que la recompensa merecería de sobra la pena.

En Shanghái, y aunque perdió la final, el español confirmó lo que lleva tiempo demostrando: que tiene hechuras para lograr cosas importantes, que está en el camino para llegar a ser top-10 a corto plazo y que no hay ningún rival al que no pueda ganar. A los 28 años, y tras dudas (era jugador de fútbol del Villarreal en categorías inferiores) y una evolución lenta (se metió entre los 100 mejores con 25), el castellonense se ha hecho un hueco en la élite y cuenta con el respeto del vestuario.

Roberto Bautista durante la final contra Murray en Shanghái. ALY SONG Reuters

IMPECABLE MURRAY

La velocidad de la pista, la más rápida de todos los Masters 1000, no intimidó a Bautista en su idea de ser agresivo contra Murray. Ante el británico, quizás el mejor defensor del circuito, el aspirante asumió que no le valía mantener la bola viva y evitar los fallos, porque jugar de esa forma es pan comido para Murray. Así, y hasta el 3-3, Bautista aguantó la salida en tromba de su rival contrarrestando la solidez del número dos con tiros afilados como cuchillas.

A diferencia de la mayoría de los españoles, con un juego clásico de tierra batida tras ser amamantados y criados al calor de esas pistas, el hasta ahora número 19 es posiblemente la figura que rompe el molde. Con sus golpes planos, construidos con una empuñadura distinta al resto (más Este), Bautista fue capaz de zarandear a Murray, de salvar dos puntos de set en la primera manga (con 5-4), romperle el saque y llegar al tie-break, donde el británico subió tres marchas el ritmo, abrochó el primer set y también el título.

Aunque Bautista peleó en el arranque del segundo parcial, remontando un 0-2 inicial, Murray aprovechó la inercia ganadora para abrirse paso hacia la victoria: a día de hoy, y es una realidad como una catedral, el británico es el mejor jugador del mundo, aunque la clasificación no lo refleje. Por ahora.

Noticias relacionadas