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Este 31 de diciembre, la San Silvestre Vallecana no será una carrera más. Será la primera sin su primer vencedor, Jesús Hurtado, fallecido el pasado mes de junio. Su hijo, también Jesús, se ata ahora las zapatillas para cerrar el círculo de una historia que comenzó con unos chorizos como premio y culminó con una casa ganada a Franco.

Cuando Jesús Hurtado cruzó la meta en 1964, entre la neblina y el frío de un Madrid en blanco y negro, no sabía que estaba inaugurando una tradición que se convertiría en religión para la ciudad.

Aquel hombre de franela y determinación de hierro, leyenda del Real Madrid y del atletismo de posguerra, se ha marchado este año dejando un vacío en la historia del deporte, pero un legado indestructible en la intimidad de su hogar.

Porque para el mundo, Hurtado era "el mito", el pionero. Pero para su hijo Jesús, nacido cuando su padre tenía ya 67 años, era también un hombre de rutinas, chistes en la recámara y una generosidad desmedida forjada en las carencias del pasado.

La relación entre ambos fue excepcional desde el origen. Un abismo generacional que, lejos de separarles, se convirtió en un nexo de ternura. "Al menos conmigo era súper cariñoso, sobre todo estos últimos años, de los 90 a los 96... siempre súper cariñoso con su niño", recuerda Jesús a EL ESPAÑOL sobre esa etapa final donde los roles comenzaron a invertirse.

Jesús Hurtado hijo y padre, durante una excursión.

Detrás del atleta infatigable había un hombre marcado por la supervivencia. Habiendo atravesado una guerra y una posguerra atroz, la obsesión de Hurtado padre era proteger a su hijo de la escasez que él conoció.

"Estaba muy atento de mí, que no me faltara nunca el plato de comida... había pasado mucha hambre de pequeño y no quería que yo pasara lo mismo", relata su hijo.

Esa memoria del hambre transformó al corredor en un filántropo anónimo. En sus viajes a La Habana, donde el hijo nació y vivió hasta los seis años, Hurtado no era la estrella del atletismo, sino el salvador que "iba de casa en casa haciendo paradas, dando alimentos y medicamentos".

Aún hoy, en Cuba, recuerdan al "señor Hurtado" que caminaba de la mano de su niño.

El trofeo de ladrillo y el despertar del heredero

En la casa de los Hurtado las copas se acumulaban, pero el hijo tardó en comprender la magnitud de la leyenda con la que convivía. "No era consciente realmente de la persona que tenía en casa a nivel deportivo hasta que no tuve 15 o 16 años", confiesa.

Esa casa no era un hogar cualquiera; era el trofeo más importante de su carrera. Literalmente. Jesús Hurtado padre, en un acto de audacia que define su carácter, le pidió una vivienda a Francisco Franco tras ganar repetidamente ante él. Y la consiguió.

Jesús Hurtado acompaña a su hijo en un podio de una carrera.

Para el hijo, esa vivienda es el templo a custodiar: "Su mayor trofeo es su casa. Era su mayor logro, su mayor ilusión".

Aunque el padre nunca presionó - "nunca me dijo 'tienes que ganar'" -, el atletismo se filtró en el ADN del hijo. Jesús Jr. cambió el fútbol por el barro del Cross del Pilar a los 13 años, y pronto descubrió que llevaba el "gen competitivo".

El nacimiento de una pasión

Si había una fecha sagrada en el calendario de los Hurtado, era el 31 de diciembre. Padre e hijo se sentaban en el sofá para ver la Vallecana por televisión.

En esas tardes de Nochevieja, el padre recordaba aquel premio inaugural de 1964, tan alejado de los cheques actuales: "Me contaba el premio que le dieron a él, que fueron unos salchichones con una botella de vino, unos chorizos" .

Jesús Hurtado corre junto a su hijo.

Aquella anécdota sembró en el hijo una ambición romántica: "El objetivo principal desde siempre fue ganarla tal y como la ganó él". Jesús hijo llegó a ser octavo en la general, peleando contra la élite internacional y marcas de 29 minutos, impulsado por la ilusión que le hacía a su padre verle correr.

La demencia fue borrando la memoria a corto plazo del viejo campeón en sus últimos años, pero nunca pudo con su esencia. "Tenía una lista en el bolsillo de su mente de chistes", recuerda su hijo con nostalgia, evocando a una persona carismática con la que "te reías un montón".

Los consejos deportivos de Hurtado padre eran sencillos y letales, como su forma de correr: "Me decía que me tenía que colocar bien en la mitad del grupo y esperarme siempre a la última vuelta". Pero el verdadero consejo, el que trasciende la pista, fue el del agradecimiento y el trabajo.

Este año, en apenas dos semanas, Jesús Hurtado hijo volverá al asfalto de Vallecas. No está en su mejor forma, ha estado un tiempo retirado y sabe que no ganará. Pero esta vez, el cronómetro es lo de menos. Tras la muerte de su padre, la motivación ha mutado. "Este año vuelvo a correr la San Silvestre Vallecana por honor a él", sentencia.