Berlín

Armand Duplantis, 18 años, músculos todavía sin definir pero con un coraje gigante, acaba de pulverizar su marca personal, el récord del mundo sub20. Vuela y envuelve como una culebrilla el listón situado en 5.95 metros, y aprieta el puño, descargando toda la rabia contenida en su fino cuerpo, pura pasión, en dirección a la grada, donde está su padre Greg, también su entrenador. Pero tiene que regresar al pasillo porque esa altura no le sirve para ganar. Los 6 metros, la barrera que separa a los pertiguistas mortales de los elegidos, se elevan en la noche que ya cae sobre el Estadio Olímpico de Berlín. Y Mondo, como le apodan, no tiene miedo, tampoco vértigo. Y la pértiga le propulsa mucho más arriba, hasta el cielo.

Es Renaud Lavillenie, el gran dominador de la disciplina, el recordman mundial (6.16m), el primero que acude a la colchoneta a abrazar al niño prodigio nacido en Lafayette (Luisiana, EEUU) y que compite por Suecia, el país de su madre. Le agarra la cabeza, la coloca contra su hombro y le pega una colleja cariñosa; el maestro francés, uno de los atletas más espectaculares que se ha visto en una pista de atletismo los últimos años, bautiza a su heredero, que no solo flota por encima de los 6m, también de 6.05m, la mejor marca del campeonato de Europa. Duplantis sube y sube para agarrar el oro, y aterriza en el Olimpo del salto con pértiga.

Nadie puede con el joven talento sueco, recién cumplida la mayoría de edad, un competidor mortífero encerrado en el cuerpo de niño. No supera Lavillenie, tres veces campeón de Europa, los 6m en su primer intento, y se reserva los otros dos para la siguiente altura, 6.05m, pero el listón cae derribado. Solo puede ya sonreír y alucinar con el descaro de Duplantis, a quien los pertiguistas felicitan cuando el ruso Morgunov, plata por delante de Lavillenie, que también supera por primera vez en su vida los 6m, el vigésimo atleta que lo consigue, falla; y todos se rinden al nuevo rey, el cuarto mejor saltador de la historia —solo superado por el propio Lavillenie, Segey Bubka (6.15m) y Steven Hooker (6.06m)—, a los 18 añitos.

Duplantis trata de superar el listón en la final de pértiga del Europeo. Efe

"No creo que haya palabras para describir lo que siento", exclama Mondo en la zona mixta, envuelto en la bandera sueca después de la vuelta de honor al lado de su ídolo, con quien entrenó unos días en Francia para preparar el Europeo. "Renaud me envió un mensaje esta mañana que decía: 'No importa el resultado solo que estemos los dos en el podio'. En la competición, después de saltar 6 metros, sabía que tenía que subir más para ganar. Tuve que cambiar las pértigas por unas que no había usado nunca antes", confiesa el talento sueco. En Berlín, la competición es tan salvaje que el oro y la plata, por primera vez en un Europeo, Mundial o Juegos Olímpicos, se ganan saltando 6 metros.

"Es una de las competiciones más épicas de siempre", clama Lavillenie, subcampeón olímpico, con molestias en la rodilla, que le fastidia cualquier derrota, pero le duele menos que le gane Duplantis. "Lo de hoy ha sido como cuando estás jugando al póker, all in. He arriesgado mucho, pero si no lo haces no puedes ganar. Ha sido un concurso cargado de emociones", explica el francés, que se ve contra las cuerdas en 5.80m y tiene que sacar toda la garra, la intensidad, que le hizo volar en 2014 en Donetsk, en un pabellón bombardeado en la guerra de Ucrania pocos meses después, hasta los 6.16m. Y en Berlín gana su medalla número 18.

El Tiger Woods de la pértiga

Hijo de un padre pertiguista, Greg, y de una madre que combinaba el heptathlon y el voleibol, Helene, Mondo empezó a saltar con un palo de escoba en el salón de su casa. A los 7 años ya era el mejor del mundo en su grupo de edad, y saltaba descalzo, sin zapatillas, hasta que le obligaron a calzarse unos clavos. El gen competitivo del flamante campeón de Europa no nace solo en sus progenitores, sino también en la rivalidad con sus hermanos. Andreas, el mayor, también es pertiguista; Antonie, el del medio, parece tener una prometedora carrera como jugador de béisbol.

Cuando el salón de casa se quedó pequeño para los brincos del terremoto Duplantis, a quien en EEUU apodan el Tiger Woods de la pértiga, su padre le construyó una colchoneta en el jardín utilizando espuma de alfombras y redes de arrastre. Más tarde, como el chaval prometía y seguía saltando cada vez más alto, Greg le regaló una colchoneta reglamentaria y una pasarela elevada de goma, madera contrachapada y aluminio de casi 40 metros comprada en una subasta. En ese patio trasero Mondo se tiene grabado saltando más de 3 metros con un patinete.

Duplantis, un prodigio técnico que utiliza pértigas tan duras como otros atletas mucho más pesados que él, decía el año pasado que ya no quedaban huecos en las estanterías de su casa para más trofeos o medallas. Pero la que se cuelga en la cálida noche de Berlín, elevándose hasta donde casi nadie ha llegado, su primera gran chapa en una competición internacional absoluta, tiene un significado especial. Es el oro que simboliza el traspaso de poderes. Duplantis ya luce sobre su rubia cabellera la corona de Lavillenie.