Pedro Cifuentes Louna D'hallivillée

Nadie molesta a la dictadura turkmena: la antigua república soviética, situada en Asia Central, tiene una de las mayores reservas de gas del planeta, que vende principalmente a Irán, Rusia y China. Su presidente, Gurbangulí Berdimujamédov, gobierna el país desde hace una década con nulo respeto por las reglas de la democracia. Su régimen, según la organización internacional Human Rights Watch, es uno de los más represivos del planeta. La ONG Freedom House le dio en su último informe anual una calificación de 3 sobre 100 ("los derechos políticos y libertades civiles están completamente negados en la práctica"), sólo por encima de otro Estado: Siria.

Berdimujamédov se erigió a sí mismo hace dos años una estatua de oro de seis metros en el centro de la capital, Asjabad, que ostenta un récord curioso: tener la mayor concentración de edificios de mármol en el mundo entero. La ciudad (donde vive uno de los cinco millones de turkmenos) estrenó este domingo los quintos Juegos Asiáticos de Interior y de Artes Marciales en el flamante complejo olímpico de Asjabad

El nuevo recinto, que ha costado aproximadamente 4.000 millones de euros, es el mejor de la región, y la ciudad ha vivido el clásico cóctel de prohibiciones, pobreza y fastos que definen a las autocracias del continente con importantes ingresos fiscales por materias primas. Las tiendas de Asjabad dejaron de vender alcohol hace ya un mes, por orden de las autoridades, en 'preparación' de unos Juegos que recibirán en diez días a 8.000 atletas de todos los países del continente (más de 60, todos ellos con su propio Comité Olímpico nacional).

Bach: "El mundo necesita nuestros valores"

La semana pasada en Lima, durante la reunión del Comité Olímpico Internacional (COI) en la que se confirmaron las candidaturas de París y Los Ángeles como sedes de los Juegos Olímpicos de 2024 y 2028, su presidente (Thomas Bach) pronunció un discurso en el que destacaba el papel de su organismo frente a las tentaciones nacionalistas y aislacionistas que recorren el mundo globalizado. "Defendemos la paz, la diversidad, la tolerancia y el respeto", aseguró el alemán: "Son una llamada a la acción para nosotros. Más que nunca, el mundo necesita nuestros valores olímpicos", sostuvo en medio de nuevas y gravísimas acusaciones de corrupción en la elección de Río de Janeiro como sede para 2016.  

En paralelo a esas bellas palabras, los atletas iban aterrizando en la dictadura turcomana para participar en un campeonato organizado por el socio asiático del COI, el Consejo Olímpico de Asia, para disputar pruebas que van desde el atletismo y las artes marciales al ajedrez o los e-sports. Aunque un portavoz del COI aseguró al diario británico The Guardian que "los Juegos Asiáticos de Interior y de Artes Marciales son un evento deportivo independiente que no cae bajo la jurisdicción del COI", el hecho ha levantado críticas en países como Australia (país invitado al campeonato por primera vez) y ha recordado el temporal que supuso en tiempos del predecesor de Bach, Jacques Rogge, la elección de Bakú (Azerbaiyán) como sede de los primeros Juegos Europeos en 2015.

Thomas Bach, la semana pasada en Lima. Mariana Bazo Reuters

La organización de estos Juegos, al igual que las Olimpiadas de Río, no han estado exentas de polémica: Human Rights Watch y la Iniciativa Turkmena por los Derechos Humanos (TIHR, por sus siglas en inglés) han denunciado la demolición masiva de casas como parte del proyecto de reforma urbanística sin compensaciones suficientes. "Los Juegos durarán diez días, pero la gente que se ha quedado sin casa sufrirá durante años", afirmó hace poco el director ejecutivo de TIHR, Farid Tuhbatillin.

Un acontecimiento, al fin y a la postre, que no contribuye a limpiar la deteriorada imagen de un movimiento que, no hace tanto tiempo, llegó a encarnar valores de excelencia humana.

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